Obama, heredero de Lincoln y de King

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El mandatario estadounidense, Barack Obama, pronuncia un discurso durante una ceremonia para conmemorar el 50 aniversario de la Marcha en Washington en el Monumento a Lincoln, en Washington DC (EE.UU.)

Por: David Iglesias

Hoy ha sido uno de esos días en los que Washington DC se ha puesto de largo para celebrar uno de los aniversarios claves en la historia de Estados Unidos. Tal día como hoy se celebraba el 50 aniversario de la Marcha a Washington, que culminó en aquella ocasión con el discurso de Martin Luther King de “I have a Dream” (tengo un sueño) que pasó a la historia.

Al igual que en 1963, en torno a la piscina reflectante del National Mall, con el telón de fondo del obelisco a George Washington y con el monumento a Lincoln como escenario, se congregaron miles de personas, conscientes de la importancia del evento. Y es que en su día las palabras de King fueron más allá de los micrófonos y cobraron vida, calando en lo más profundo de una América que no podía seguir soportando la hipocresía de ser por un lado el referente mundial de las libertades y la democracia y, por otro, segregar y discriminar a muchos de sus ciudadanos simplemente por el color de su piel. Su retórica activó la palanca clave que hizo que un año después se aprobara la Ley de Derechos Civiles y dos años más tarde la Ley del Derecho al Voto. Dos leyes claves que supusieron el fin de facto de la segregación racial, esa rémora que Estados Unidos arrastraba desde hacía más de 200 años.

Conscientes de la importancia del momento, los oradores que participaron del evento afinaron al máximo su retórica, que al igual que hace 50 años, hoy fue muy solemne. Por su parte, el ex presidente Jimmy Carter, natural de Georgia, recordó a King –que había nacido en Atlanta- como el georgiano más destacado. Sus palabras ayudaron a no olvidar que en 1963 aún existía el “muro de la segregación”, una pared que aunque invisible se alzaba alto, muy alto, haciendo que en el Sur del país los negros no pudieran subir a los autobuses, tuvieran que ir a escuelas especiales y que sus libros de texto estuvieran desfasados.

Tras él intervino un Bill Clinton que cuando se pone delante de un micrófono, nunca defrauda. Recordó cómo siguió el discurso de King por televisión desde su casa en Arkansas cuando tenía 17 años, y habló del poder redentor de las palabras del reverendo. Y es que una de las cuestiones que hacen al liderazgo de King tan grande es que, al igual que otras personalidades políticas del siglo XX, como Gandhi, su cruzada por la libertad y la igualdad no era violenta. Había blancos que se comportaban de forma racista entonces, sí, pero la respuesta no debía ser de odio, predicaba King en aquel día veraniego de 1963 en el que más nunca el mármol de Lincoln se trasformó en un “púlpito moderno”, como recordó hoy el congresista Lewis, que en su día estuvo hombro con hombro con King sobre ese escenario privilegiado.

Sin embargo, la obra de King no está acabada, y aún quedan muchas cuestiones que arreglar. Y es que América siempre “está de viaje”, dijo Clinton en alusión a esa poderosa metáfora de que Estados Unidos está constantemente reinventándose. Aún hay muchos retos por lograr y ahora toca derribar “las puertas tozudas”, continuó el expresidente, en clara referencia a la creciente polarización de los políticos, que en los últimos años han paralizado la actividad del Congreso en Washington.

Ningún evento de alto voltaje retórico puede estar completo sin una simbología que acompañe. Hoy no sólo la figura de Lincoln ayudaba; también una enorme campana de hierro, rescatada del incendio en 1963 de una iglesia en Alabama, en un ataque racista en el que murieron cuatro niñas. A las 3 de la tarde repicaron esa campana, buscando que el sonido de la libertad reverberase por todos los confines de América como lo hicieron en su día las palabras de King. Junto a ella, cientos de campanas por todo el país y en otras partes del mundo sonaron en acompañamiento simbólico.

Sin embargo, aún no había llegado el momento cumbre: el discurso de Obama. Mucho se esperaba del presidente, por las evidentes conexiones históricas entre Lincoln, King y él. Y es que Obama muchas veces se ha referido a Lincoln, que para él fue una inspiración. Y también a un King sin cuya acción probablemente él nunca hubiera llegado a la Casa Blanca. No en vano, muchos medios de comunicación se referían a Obama como el heredero de Lincoln. Así pues, hablar a la sombra del presidente que dio su vida por abolir la esclavitud, en un acto que buscaba honrar al reverendo que fue clave para que la comunidad afroamericana dejara de ser maltratada en el día a día, era muy especial para Obama. Consciente de lo que había en juego, el día anterior trató de rebajar las expectativas afirmando que su discurso no serían tan bueno como el de King.

Su cara y su gesto lo decían todo. Durante toda la ceremonia estuvo serio, muy serio, consciente de la trascendencia del momento. Y cuando subió al podio, no defraudó. Obama acudió a esta cita con la historia con un buen discurso, no tan brillante como el de King pero que sí estuvo a la altura de las circunstancias, y que presumiblemente será recordado el día de mañana.

Obama sabía que no sólo le escuchaban los americanos; también muchas personas por todo el mundo. Así pues, su discurso habló no solo al pueblo estadounidense, sino al mundo entero. Gracias a King, cambiaron las cosas en América, y en cierto modo fue el catalizador para una generación que derribaría después el Muro de Berlín y acabaría con el apartheid en Sudáfrica, vino a decir Obama.

Como todo buen orador, el presidente fue de menos a más, acabando con una intensidad que recordó al mejor Obama de la campaña de 2008, esa contienda electoral que sacudió América con una ilusión por el cambio como no se vivía tal vez desde los años 60 con el movimiento por los derechos civiles. Tal era la pasión que tuvo puesta delante del micrófono que, cuando acabó, ni siquiera se despidió, como habitualmente hace. Dejó que la intensidad de sus palabras llenara el vacío del momento final, ensordecido por el aplauso de una multitud que participaba en cuerpo y alma del evento (otro elemento clave para que un buen discurso funcione).

Obama echó mano de la caja de metáforas que tan bien le ha funcionado siempre. Por un lado, recordó las palabras de la Declaración de Independencia a las que ha aludido en otras ocasiones, y que recogen bien el legado que quiere dejar de sus años en la Casa Blanca: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.

Ahora bien, ¿qué dijo Obama? Que aunque la llama de las palabras de King sigue alumbrando y se ha conseguido mucho, su sueño aún no se ha cumplido por completo. Como en 1963, aún hay muchas batallas que librar para conseguir que aquello que el reverendo tenía en la cabeza se cumpla. Entre ellos, hizo mucho hincapié en las desigualdades económicas que existen para todos –y que a su juicio han aumentado en los últimos años de manera “constante”-, y en asegurarse de que en América haya una “oportunidad justa” para todos, “desde el guardián negro y el trabajador de la siderurgia blanco al inmigrante que lava platos”.

Al igual que Clinton, recordó los peligros que acechan a estas ideas. Y apeló a esa parte tan propia de la cultura americana, de pelear y pelear hasta conseguir lo que uno quiere, que hace que el sueño americano aún sea hoy un mito que inspira a personas de todo el mundo. Ese sueño que hace que el inmigrante que huye de su país pueda acabar prosperando en una nación en la que, si se trabaja, es posible prosperar y ofrecer a sus hijos una vida mejor que la que él tuvo. En este sentido, Obama, afirmó que la marcha de 1963 enseña que “no estamos atrapados por los errores de la historia, que somos dueños de nuestro destino”.

Y apeló a la unidad, a trabajar juntos y a “reavivar las brasas de la empatía”. De hecho, otra de las claves de su discurso fue que hizo que el evento de hoy no fuera sólo una fiesta de la comunidad afroamericana, sino de todos. Así, incluyó a los hispanos, a los musulmanes y a todas aquellas minorías que aún están oprimidas. Sin duda quienes hoy escucharon a Obama y siguieron la ceremonia de homenaje a King se sintieron espoleados a seguir luchando por sus objetivos.

En definitiva, hoy se vio a un sobresaliente Obama en un evento que, en cierto modo, ejemplifica por qué el liderazgo de Estados Unidos no sólo es económico y militar, sino también moral; porque a pesar de sus errores, es un país que hace autocrítica y busca corregirse a sí mismo en busca de una democracia cada vez mejor, en la que todos tengan sitio y oportunidades por igual. Sin duda Lincoln y King comprobaron una vez más que sus sacrificios valieron la pena.

 Fuente: USA Hispanic