Campañas del terror y trampas

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shaking hands two faced

 

Por: Paulo Quinteros

Los acuses de “campañas del terror” llevadas por el adversario (o enemigo), tan propio de nuestra historia electoral mediata e inmediata, son un certificado de democracia. No importa si provienen del oficialismo o la oposición. Gritar contra la campaña del terror del otro, contra el supuesto descrédito, contra la alarma irracional del contrario, es una alerta viva de que no hay secretos, de que no hay trampas.

De trampas, traiciones y engaños hay en nuestra historia criolla episodios, que vistos bajo la perspectiva del tiempo, llegan a ser tan emblemáticos como ilustradores. Situaciones que surgieron desde la vehemente cosmovisión de algún caudillo, hasta complejos ardides fraguados con crueldad y mente fría, en reuniones secretas.

En gran medida, nuestra convulsionada historia es fruto de tales episodios. Hechos que marcaron al Estado y a las personas que en el futuro iban a dirigirlo. Situaciones diversas, aunque con una característica común: su periodicidad. Es que cada cierto tiempo la historia se remece con algún hecho brutal que la mutila, o que la regenera totalmente. Periódicos a tal punto, que bien podría hablarse, sin mucho margen de error, de una suerte de ley histórica, o  mejor aún, una cierta ley de la política en Chile: No hay política sin trampa.

La mayoría de nuestras revoluciones y momentos cruciales han seguido ésta ley. Siempre nacidas en el secreto, en una traición bien disimulada. Abiertamente el engaño, el subterfugio, o la sedición incontrolable, son de la esencia de nuestra política.

Ejemplos son muchos, pero basta pensar en nuestro tumultuoso siglo XIX: A O’higgins le llovían aplausos por todas partes, hasta que en una encerrona se habló con la verdad, y el dictador cayó. Años más tarde, el motín de Quillota sorprendió totalmente a Portales, con un coronel resuelto a asesinarlo. Más trágico todavía fue lo de Balmaceda, que bien no terminaba su mandato, aunque nunca esperó la guerra civil que terminó abruptamente un largo periodo político, y también su vida.

¡Qué duda hay de que nuestra política se ha construido en el tiempo bajo el secreto y el engaño! La historia nos muestra la evidencia. Ahí están sus consecuencias: sangre y más sangre. Por eso es que cuando en política se dicen las cosas tal como se piensan, “pan pan vino vino”, da esperanza. Cuando se habla con la verdad, sin eufemismos. Aún cuando la crítica sea destructiva o alarmista, o cuando la intención sea solamente ganar o no ser humillado en una elección. Allí también hay, por lo menos, algo de sinceridad. Algo.

De esta forma, los acuses de “campañas del terror” llevadas por el adversario (o enemigo), tan propio de nuestra historia electoral mediata e inmediata, son un certificado de democracia. No importa si provienen del oficialismo o la oposición. Gritar contra la campaña del terror del otro, contra el supuesto descrédito, contra la alarma irracional del contrario, es una alerta viva de que no hay secretos, de que no hay trampas. La democracia se juega en el desconocido terreno de la verdad. Sin ambages, aunque sea dolorosa e impopular.

Podrá sonar algo bruto, pero es bastante lógico. Las democracias saludables se construyen a partir de líderes que dicen y hacen lo que piensan. Lo que realmente piensan. Sociedades en que prima el debate abierto, sin tabúes, y en que la opinión pública tiene ilimitada y certera información sobre sus líderes políticos. Lo contrario es una distorsión soterrada, que erosiona poco a poco y enferma a las sociedades. De esto último, la política de guerra fría, y en general del siglo XX, es paradigma. Todo hecho en secreto, utilizando la trampa, e instrumentalizando el poder militar y la violencia política. A la antigua.

En los 60’s, las alarmas por campañas del terror fueron innumerables, aunque siempre tramposas. En la elección de Frei Montalva, por ejemplo, la derecha y la DC hablaron abiertamente del “terror” para amedrentar a la población sobre el socialismo de Allende. Nada más legítimo y sincero que aquello. Simple, decir las cosas tal como se piensan. Sin embargo, en secreto la DC recibía el apoyo financiero de la CIA, y más temprano que tarde, el terror se tomaría las calles de Santiago por 17 años. La histórica ley de la política en Chile de nuevo. El secreto, la trampa, y sus nefastas consecuencias.

Consecuencias, que como todas las de su especie, tienen causas. Advertirlas es lo complejo. Por eso, es tan importante que en el mundo actual, se diga lo que se piensa tal cual se piensa. Y esto se valore. Que una persona udi-católica rechace el matrimonio igualitario por la razón que realmente está en su cabeza: la homosexualidad es una abominación. Y que no se diluya por el bien superior del niño, de la familia, y otras entelequias tanto o más difusas para ocultar lo que realmente se le enseña y piensa. Asimismo, los comunistas hablen de socialismo, de colectivismo y de marxismo, y no de democracias populares, término tan propio y falaz del metalenguaje de izquierda, utilizado para justificar conceptualmente procesos revolucionarios que han devenido en dictaduras.

Sólo de esta forma se protege a la sociedad. Hablar con la verdad en política, y nada más. Eso no es terror ni ataques injustificados, sino simplemente dejar el eufemismo para la retórica y la poesía. Se trata justamente de construir democracia sin campos minados. Sin sangrientas sorpresas, que se destapan súbitamente como ollas, que pueden oscurecer décadas, y a veces hasta siglos enteros. Por esto es que las campañas del terror son esencialmente democráticas, sobre todo en situaciones determinantes en la vida de los países. Advertir a la población sobre lo nefasto que es el proyecto político del otro, si se piensa, es un síntoma de buena salud.

Esto ocurre hoy. La presidencial, en un momento histórico como éste, no podía estar al margen. La nueva mayoría ha acusado campaña del terror del sector contrario. Es verdad. La derecha resignada a perderlo todo ha vaticinado el desastre, la anarquía, el terror. Perdido totalmente el debate de ideas y ante el proyecto transformador (y revolucionario) de la izquierda, sólo queda defender el modelo con advertencias desesperadas. Y eso debía ocurrir. La derecha chilena, oligarca y reaccionaria por designio de la historia, ha procurado siempre el “status quo” en la sociedad. Ése es, en cierto modo, su rol en la política. Sin embargo, el golpismo militar y el autoritarismo autocrático ya están superados en la derecha. No son instrumentos válidos en la acción política del siglo XXI. Esto implica que las ideas y los proyectos ahora deben defenderse en el terreno de las elecciones, la prensa, los foros internacionales. Con lenguaje duro y a veces incorrecto, pero en democracia. Por esto la “campaña del terror” del sector más conservador de nuestra sociedad, es un símbolo de salud democrática. Significa que el debate y la deliberación son actores principales, y no llevan los papeles de reparto que en la historia política llevaron a crisis institucionales y golpes de Estado. La sociedad respira, y fuerte. Nada se oculta tras reuniones secretas y actas confidenciales. La democracia tal cual debiese ser.

Cuenta la leyenda, que Allende al inicio del fatídico 11 de septiembre, y ante la imposibilidad de comunicarse con Pinochet , casco y fusil en mano, le preguntó angustiado a uno de sus asesores sobre el destino del inubicable general: “ Pobre Pinochet. Debe estar preso”. Concluyó. Para los melancólicos, Salvador murió engañado. Murió sin saber que con los golpistas estaba también aquel en quien confió ciegamente su lealtad y compromiso. El mismo de tantas jornadas de abrazos y uno que otro whisky de fin de semana. Él nunca le habló con la verdad. Eso sí es terror.

Fuente: El quinto poder