Emociones y política de la cotidianeidad

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Por Antoni Gutiérrez-Rubí

«El corazón tiene razones que la razón ignora», Blaise Pascal

Entender la irrupción de las emociones en la política y en la opinión pública, comprender las atmósferas colectivas y los climas sociales va a ser más relevante, creo, que medir las opiniones, tan líquidas e inciertas. Las personas pensamos lo que sentimos. Interpretar el feeling social es la primera piedra del edificio de la política democrática y esta debe rearmarse con mayores fundamentos de psicología social y neurociencia.

Las emociones, positivas y negativas, pueden provocar resultados imprevisibles. El pesimismo es tan contagioso como el optimismo. El miedo moviliza tanto como la alegría. Los estados de ánimo son hoy los auténticos estados de opinión. Las emociones pueden ser una oportunidad para la reconexión de la política con la ciudadanía y para su revitalización. Al menos para intentarlo. Sabemos, también, que las emociones nos movilizan y nos invitan a la acción, como desde hace tiempo hemos confirmado con los estudios sobre el comportamiento y la teoría del pequeño empujón del que hablan Richard H. Thaler y Cass R. Sunstein en su libro del mismo título.

La desafección y el descrédito de la política crecen en todo el mundo y ello está teniendo consecuencias para la democracia, que se muestra frágil, y sus instituciones, cada vez más cuestionadas. La pregunta es recurrente, la inquietud extendida: ¿las actuales propuestas políticas, nuestra arquitectura institucional y los vigentes modelos de partido puede ser organizaciones eficientes en las sociedades nerviosas de hoy?

Las sociedades nerviosas

Hace pocos meses, se ha publicado un libro muy relevante: Estados nerviosos: cómo las emociones se han adueñado de la sociedad, un ensayo del sociólogo William Davis, profesor de Economía Política en la Universidad de Londres. El autor del libro explica cómo el debate público se ha contaminado de pánico, excitación y urgencia. La obra nos plantea los desafíos a los que se enfrenta la democracia liberal en los próximos años y la pérdida de la centralidad de los datos y los hechos en la toma decisiones política: «Si deseamos tener hechos objetivos, debemos reconocer el problema que supone vivir en este mundo de sensaciones inmediatas en tiempo real. No es que circulen mentiras. Siempre las ha habido. La cuestión reside en el modo en que los nuevos medios y la tecnología han cambiado el paisaje de la realidad». El debate está más abierto que nunca. No podemos –ni debemos– renunciar al mismo.

Hay una oportunidad

La política de proximidad, que apela al individuo, al ciudadano, se sitúa, más que nunca, en el epicentro de esta oportunidad regeneradora y transformadora. Este nuevo contexto se caracteriza por la fuerza y el papel que juegan los sentimientos, las emociones, las relaciones, las comunidades y los valores. No se puede representar lo que no se entiende y, mucho menos, gobernar a la sociedad que no se comprende. ¿Y si fuera la política de la cotidianeidad una aproximación más transformadora que la ideológica?

La actitud que desprecia, que considera que el mundo emocional, en el fondo, es el submundo, un mundo menor y que, en todo caso, altera y distorsiona la política, se fundamenta en un prejuicio ignorante. El cerebro funciona de otra manera. El cerebro acaba pensando lo que sentimos. Las propias afinidades ideológicas de los ciudadanos tienen más que ver con el cerebro emocional que con la razón.

Las intuiciones, así, son los atajos de las reflexiones. ¿Cómo decidimos? Cada día más emocionalmente. La razón se escribe con (co)razón. La sociedad perezosa es artificialmente amorosa. La política del like desplaza a la ideología. Nuevas emociones, nuevas decisiones.

Las personas preferimos escuchar lo que creemos, leer lo que nos afirma, opinar lo que nos identifica. Sabemos todas estas cosas desde la neurociencia, pero todavía las ignoramos para la acción política transformadora. Debemos convertir el conocimiento de la psicología, de la neurociencia y de las emociones, que rigen y explican el comportamiento de nuestros ciudadanos, en un estímulo para repensar la oferta política democrática, con nuevos ingredientes para no renunciar a nuestras convicciones políticas e ideales morales.

Conocer mejor el cerebro

Debemos conocer más y mejor el cerebro de hombres y mujeres, superando algunos prejuicios a los avances de la ciencia. También descubrir el segundo cerebro, que es nuestro vientre, con tantas neuronas —más de 200 millones— como las que tiene un perro, por ejemplo. La ignorancia y el desprecio respecto a cómo funcionan nuestros cerebros —y su identidad emocional— es uno de los grandes desafíos para la política democrática.

Wendy Suzuki, profesora de Psicología y Neurociencia en el Center for Neural Science de la Universidad de Nueva York, autora del libro Cerebro activo, vida feliz explica los mecanismos neuronales beneficiados, por ejemplo, por el ejercicio físico (que estimula de manera directa los neurotransmisores positivos: serotonina, dopamina, noradrenalina y endorfinas) y los consejos emocionales para mantener un cerebro saludable. Quizá por aquí podríamos aprender a resolver de otra manera algunos retos de fondo de nuestras sociedades sedentarias y con problemas de sobrepeso, estrés y ansiedad, entre otros, que tantas repercusiones tienen en la salud o los recursos públicos. ¿No es la felicidad el objetivo último del interés general y el bien común?

La política democrática puede quedar atrapada entre la pereza (resignación) y el cinismo tecnocrático de la concepción There is no alternative —TINA— (en español: No hay alternativa). Hemos dejado de pensar alternativas (también de sentirlas) y hemos olvidado que la única posibilidad real de conseguir una renovada comunicación política efectiva es la conexión emocional. Hasta que no se conecta, uno no se pone en la piel de las otras personas.

Las emociones nos permiten los sueños y, también, nos pueden deparar pesadillas. Estamos en un momento altamente voluble e incierto. Entender las emociones profundas, comprender los miedos, atender las sensibilidades. No hay otro camino si se quiere que la política democrática pueda canalizar los humores sociales en objetivos políticos. La política debe ser la emoción de la esperanza necesaria y urgente. Y las emociones hay que gestionarlas. Parte de la vocación, del servicio, de la política democrática es saber gestionar esas emociones; canalizar esos humores, esos sentimientos, esas emociones… en objetivos políticos plausibles, progresivos, graduables, donde la moderación contribuya a lograrlos a medio-largo plazo, ya que no todo puede tenerse de manera inmediata, evitando que el todo, ahora y aquí sea el único mantra que defina la acción política transformadora que realmente necesitamos.

Publicado en: revista Ethic (nº44 – 2020)

Enlaces asociados:
– Libro: Gestionar las emociones políticas (Gedisa Editorial, 2020. #MásCulturaPolítica, de la serie Más Democracia @mas_demo)

Fuente: Blog de Antoni Gutiérrez-Rubí