Les presentamos este artículo que desde una perspectiva Argentina da buenos consejos para quienes utilizan, o planean utilizar, twitter.
Por Matias Ruiz
El microblogging es la vedette tecnológica de estas épocas. Pero los políticos argentinos que se sirven de Twitter como herramienta muchas veces orillan en el vedettismo. Humildes consejos para aquellos dirigentes con ánimos de contribuír a la distensión.
Nadie sabía bien para qué servía, pero todos se preocuparon por registrar su cuentita en http://twitter.com/. Lo hicieron los medios de prensa. Le siguieron los usuarios “de a pie”. Arribaron luego los personajes de la farándula. Y -como era de esperarse-, se sumaron luego los políticos, divididos en funcionarios y candidatos.
Todos los ingredientes ya estaban “a punto”. Solo faltaba que alguien hiciera rodar la pelota. Y la receta llegó a la cocina: todos -nos guste o no- hemos ido a parar a la misma gigantesca cacerola que se encamina rápidamente hacia el primer hervor.
Conviene descartar las consideraciones que pretenden demonizar a esta suerte de nuevo engendro tecnológico, para subirse a un análisis más bien nitzcheano: “Mejor no etiquetar a las cosas por buenas o malas; estas, simplemente, son”.
Si hay algo que hemos aprendido de los políticos argentinos de la neocontemporaneidad, es que se ven encantados por la tecnología y los gadgets o “chiches” nuevos. Pero Twitter es una suerte de juguete rabioso que tiene a su alcance la posibilidad de contaminar al usuario de grandes aspiraciones. El problema es que nuestra dirigencia y sus colegas se han subido al carro de la Internet 2.0 (o 3.0, a decir de los parlanchines del espectro cibernético), sin tomarse unos minutos para evaluar las consecuencias.
El recurso comunicacional más imprescindible y contundente continúa siendo la página web del político. Por cierto que aquí se hace necesario insertar alguna distinción. Mientras el candidato -pongamos por caso, a Presidente de la Nación- necesita construírlo todo desde cero o from scratch, el funcionario que ya se desempeña en el aparato estatal no cuenta con esa prioridad. Porque, si de comunicación se trata, ya cuenta con los medios electrónicos que le han sido provistos por la función pública.
Existen desventajas para cada una de estas “especies”. Quien ya trabaja en un gobierno no tiene para qué obsequiarse autopromoción, pues dispone de una llegada más poderosa a todos los ámbitos. De tal suerte que su accionar queda relegado a maniobras defensivas, en relación a aquello que hace bien o aquello en donde obra de manera impropia. No puede dividir su tiempo en acción de gobierno y trabajo proselitista.
Por su parte, el candidato está obligado por las circunstancias a desarrollar su propia ingeniería comunicacional: él debe pugnar por hacerse de los mendrugos que pueda arrojarle la prensa, orientando correctamente sus energías (ámbito en donde también juegan los presupuestos). Al aspirante le resulta sencillo criticar el trabajo paupérrimo que exhiben los funcionarios a cargo. Su dificultad reside en que debe poner plataforma y propuestas a consideración del público. A su vez, sus competidores en la carrera bien podrían “copiar” sus proyectos, si acaso se decide a ventilarlos rápidamente. ¡Ah! En la guerra y en el amor…
Twitter no es un fin en sí mismo: es apenas un medio. Una plataforma comunicacional eficiente hace uso de todas y cada una de las herramientas disponibles en el mercado para sinergizar, operando sobre la base de la ley máxima de la Gestalt: “El todo es más que la suma de las partes”. ¿Qué hubiera sido de los Beatles si hubieran prescindido de Ringo Starr o Paul Mc Cartney? ¿Cuánto vale cada uno de ellos por separado, en solitario?
El argentino promedio no meditará largo tiempo sobre una sentencia, a saber, que los políticos locales no constituyen una raza de iluminados. Peor aún, se encuentran a años luz de serlo. Y el manejo comunicacional no representa una excepción.
Desde luego, cada referente de su espacio llega aquí con su bagaje. Aníbal Fernández replica en su espacio de microblogging el estilo confrontativo y de peleador callejero que bien lo ha caracterizado en el mundo offline. Vale la pena referirse a él unos instantes pues el funcionario oficialista es uno de mis protagonistas favoritos en las escaramuzas del mundillo binario. Fernández -en persona- tipea desde su iPhone, y a veces, también “twittea” desde su flamante iPad. Vaya si no es un irreverente fanático de la firma de Cupertino, California.
Pero Aníbal no reflexiona sobre una realidad incontestable: la sociedad le tiene bronca. La furia ciega que le dedican millones de personas comienza a dar lugar a una pregunta formulada a consciencia: “Pero, ¿acaso este hombre no trabaja nunca? Si se lo pasa en Twitter peleándose con los del PRO”.
Es aquí cuando Twitter torna en una suerte de Frankenstein, canibalizando la figura de su administrador: como tal, este fenómeno constituye un vicio. Para Aníbal, se vuelve necesario contestar ante cada pregunta de otros “twitteros”, sean propios o ajenos. No queda espacio para que muchos crean que lleva a cabo su trabajo de funcionario con presteza y eficiencia.
Pero hay palillos para todo el mundo. Jorge Macri es otro que abusa de su Twitter. Por momentos, llega a saturar su propio espacio y el de sus seguidores, con comentarios propios de almacenero de la esquina. Precisamente, lo contrario de lo que se espera de cualquier referente de la “nueva política”.
Primer consejo: evite recurrir a su Twitter para embarcarse en trifulcas sin fin. Esta herramienta constituye una vidriera. Virtual, sí. Pero es uno de los modos más directos y efectivos para que el ciudadano vea cómo invierte su tiempo el aspirante o funcionario favorito.
Segunda lección: si usted es candidato, aclare desde el vamos si quien “twittea” es usted mismo o si lo hace su equipo de comunicaciones. Esto le ahorrará más de un dolor de cabeza. Porque, más tarde o más temprano, algún periodista concienzudo y “molesto” podría preguntarle por el nombre de su cuenta. Y si en algún momento se ha preocupado por revelar que es usted mismo quien “sube” los comentarios a la red y no puede contestar a la pregunta, se verá en líos.
Por cierto, tampoco sirve registrar una cuenta y jamás publicar nada. En nuestros pagos, los hechos políticos se suceden impiadosamente y en tiempo real, y el periodismo busca informarse rápidamente sobre cualquier toma de posición. Esta es otra forma poco elegante de quedar en off-side.
Detalle atendible: un candidato de peso no dispone de tiempo para ocuparse de publicar mensajes en su Twitter, a veces ni siquiera en el momento en que se vuelve necesario hacerlo. Por esto es que es preciso contar con un equipo que entienda del tema. En este juego, jugar a ser el “hombre orquesta” equivale a perder votos desde bien temprano.
Los tiempos de la política no solo exigen un armado de comunicaciones electrónicas complejo. Para un aspirante, urge tener a mano un “gabinete tecnológico de crisis”, que haga las veces de fuerza de despliegue rápido para los mensajes. Cada engranaje deberá estar bien aceitado. La maquinaria debe encontrarse hiperconectada para que ningún elemento quede fuera del circuito. Los medios de prensa se valen hoy de Twitter, páginas web y Facebook, a los efectos de conocer las opiniones de aquellos que interesan. En ocasiones, ni siquiera queda tiempo para marcar los números de teléfonos rojos. Los periodistas saben apreciar la comodidad para contar con declaraciones oficiales, aún cuando ello sea éticamente impropio para la profesión. Pero sabrán apreciar al político que hace buen uso de sus comunicaciones. En caso contrario, el columnista de rigor podría hacer trizas sus aspiraciones. Tienen con qué, y no en vano se los etiqueta de “Cuarto Poder”. Y ya es tiempo de rebautizarlos como “Cuarto Poder 2.0″.
A la “nueva política” no le queda espacio para operar desorganizadamente. Hoy, los egoísmos y las peleas entre equipos pueden ocasionar daños consabidamente irreparables. Traigo a colación un diálogo mantenido recientemente con un “asesor” de terceras y cuartas líneas de un importante candidato presidencial. El joven amigo declamaba “El Dr. no es twittero. No le interesa eso porque no es Obama, que se lo pasa escribiendo mensajitos”. Error garrafal por partida doble, pues quien esto escribe había llegado al encuentro, bien informado acerca del interés puntual que el aspirante expresaba por Twitter. El segundo tropiezo del consultor venido a menos se correspondía con el no haber hecho “los deberes”: Barack Obama tampoco es “twittero”. El jamás tipea sus propios mensajes en su espacio de microblogging, pues se vale de un nutrido team de colaboradores que escriben en su nombre. Ante cualquier duda, consultar a Rahaf -miembro clave de ese equipo-. Opto por no revelar más detalles, dado que el reto podría llegar muy lejos…
Abandonemos, pues, los ejemplos del orden local para referir algunos postulados en relación al buen uso de las redes sociales en política:
- Esté allí donde se encuentren sus “consumidores”. Las redes sociales proveen una oportunidad inmejorable para acercarse a los consumidores en los sitios online que estos frecuentan con periodicidad. Muchas veces, los destinatarios del mensaje se acercan a usted a partir de redes neuronales laterales, sin necesidad de llegar al sitio oficial o principal. Para ilustrarlo mejor: podría ocurrir que, sin conocer la web oficial de un candidato, éste pueda sumar adeptos o interesados desde alguna de las redes sociales, porque accidentalmente su plataforma fue discutida en un foro.
- Que el mensaje “encaje”. Se vuelve necesario un enfoque estratégico con base demográfica: para un candidato, puede no ser útil recurrir a MySpace, pero sí echar mano de LinkedIn o Facebook. Ello, en función de que cada red social suele ser utilizada por ciudadanos de determinada edad o preferencias de consumo culturalmente alejadas de lo que Ud. proponga. Utilice las redes sociales sin perder de vista sus objetivos electorales, siempre explotando un enfoque estratégico.
- Busque compromisos, no simplemente registros. Obedece al ejemplo clásico de aquellas figuras que persiguen cantidad de seguidores (por ejemplo, en Facebook) pero jamás logran que esos usuarios pasen a la acción -que es lo que, en política, verdaderamente importa-.
- Respetar códigos de etiqueta o netiquette. Determinadas plataformas comparten un código social único, como es el caso de LinkedIn y su enfoque sobre contactos profesionales. En espacios como Twitter, se presenta como normal ser contactado por individuos que Ud. no conoce. Para un político, recurrir a métodos invasivos puede resultar contraproducente, e incluso perjudicial. Sumar no siempre suma; a veces, resta. Y aquí se trata de votos.
- Incorpore contenidos internos y externos. El error de la política argentina sobreviene al mirarse siempre en el propio espejo. Lo correcto es aprovechar los canales de comunicación que brinda Internet para citar opiniones externas sobre el candidato, evitando recurrir solamente a material originado puertas adentro. Un ejemplo: si usted dispone de un sitio web para su plataforma, cite noticias o RSS feeds provenientes de medios de prensa de fuera de su círculo.
Hasta aquí, los consejos. Desde luego que hay mucho más, pero todo entra en la categoría de “secreto profesional”. A partir de este momento, aquellos candidatos y aspirantes interesados pueden remitirnos sus consultas, que bien podrán tratarse café de por medio. Totalmente gratuitas (aclaración necesaria para replicar anticipadamente a los desconfiados de siempre).
Todo aquello que sea necesario para contribuír con un diminuto grano de arena a la convivencia entre nuestros políticos y la dirigencia toda.
Aunque, en lo personal, sería interesante compartir algunas palabras con el omnipresente y fiel lector, Aníbal. Una pena que, al día de la fecha, no se haya tomado la molestia de contactarnos.
Fuente: El Ojo Digital
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