Por: María Jesús Hernández y Virginia Hernández
Prometen y prometen pero… ¿nos dicen la verdad? Rafael López, director del Club del lenguaje no verbal, y José Rúas, autor del libro ‘Manual del candidato electoral’, analizan a nuestros políticos durante la campaña electoral.
Esperanza Grande de las ‘Españas’
A juego con la escena se muestra la representante del equipo de blanco y azul, en medio del mar de banderas del PP de Madrid, ofreciendo una imagen más acorde con las exigencias propias del cool televisivo (calma, suave, simpática), que su adversario. El socialista y los socialistas («esos socialistas») a los que Esperanza Aguirre prefiere criticar de forma general, sin citarlos, para no darles más protagonismo del que las encuestas de Madrid señalan. Esperanza Aguirre, también de Gil de Biedma, la Grande de España (de la que no está «dividida», como dice en su mitin), de guante de seda, sonriente, cercana y campechana con su pueblo, pero con mano —y lengua— de hierro.
‘Espe’, la del diccionario de epítetos, capaz también de romper ese ratio de tres palabras positivas por cada una negativa cuando se trata de criticar a «esos» socialistas «que han empobrecido, han dividido, han despreciado y han estropeado» España, con su «sectarismo, su demagogia y su irresponsabilidad». La ex ministra de Educación que recita la lección de forma pausada y de memoria, estirando las palabras («el balaaance de estos años de gobierno socialista eeesss.»), con ritmo de chasca de escuela, cual inocente niña que recita el verso de su retahíla en el mes de mayo, que es de elecciones pero también de María. Así es de frente la candidata del PP, que mira a un lado cuando habla de Rajoy y de que estas elecciones tienen que ser un paso decisivo para llevarlo a La Moncloa. Simple y llanamente Esperanza, también Grande de España, de una… o las dos, que estamos en campaña.
Tomás Gómez, a golpe de puño
Se trata de una intervención en crescendo tanto en ritmo como en intensidad. El candidato socialista es el tercero en intervenir, después de José Cepeda, caracterizado por el empleo del humor y la ironía, y Jaime Lissavetzky, de ritmo tranquilo y reflexivo. Todos ellos a juego y en sintonía con el escenario: chaqueta oscura (más informal en el caso del siguiente orador, Felipe González) y camisa blanca. Gómez comienza de forma tranquila y se observa bien entrenado en el control de sus gestos: acompañando con los dedos la cuenta de sus enumeraciones, señalando hacia atrás (el pasado) cuando se refiere al Partido Popular, o estirando ambos brazos y abriendo las palmas de las manos, un gesto que indica sinceridad y franqueza —aunque hay que observar los tiempos—, cuando acusa a sus adversarios de mentir.
En líneas generales presenta una buena coherencia entre su comunicación verbal y no verbal, salvo en alguna pequeña muestra de impresión visual, de sonrisa un tanto forzada y tensa (labios demasiado estirados y boca entreabierta mostrando los dientes). Pero la curva ascendente en el ritmo y tono de su intervención se desborda, llegando incluso a chillar (incluido un desafinado «Madrid»), acompañado por un semblante de rabia contenida. Beligerancia en la lucha dialéctica y gestual de quien cambia por unos instantes la rosa por el puño (cerrado, pegado al cuerpo y hacia arriba, en señal de defensa), golpeando con intensidad propia de quien llama a la movilización de los suyos.
Fuente: El Mundo