Por Yago de Marta
Es ciértamente delicado el uso de la lágrima en las intervenciones públicas. Para que nos entendamos, ante la duda no llores. Lo más fácil es que sea percibido como algo negativo.
Ahora, si el contexto es emocionalmente propicio, la lágrima debe ser ponderada previamente para valorar su pertinencia.
En primer lugar debemos tener en cuenta si esta es adecuada, es decir, si corresponde con el momento que acontece o con un punto de inflexión correspondiente en la exposición. Uno de los problemas fundamentales con los que se encuentra el orador es que para que aparezca la lágrima, más allá de que el momento sea dramático, ha debido haber un increscendo que justifique la lágrima. En caso contrario se valorará como inapropiada, impropia. Por lo tanto, previamente a la salida de la lágrima se debe ver que nos resitimos a ella (en una muestra de orgullo o de intento por mantener la compostura).
Por otro lado, debemos calcular la extensión de la misma. A nadie le va a gustar que nos pongamos a llorar desconsoladamente (por mucho que creemos cierta empatía en alguna anciana sentada en su sofá) (el mejor favor que nos podrán hacer en ese momento será aplaudirnos para romper la tensión y que podamos continuar).
La forma más útil de lágrima es la sugerida, aquella que humedece los ojos pero no la mejilla. Ésta transmite todos los atributos positivos de la lágrima (sensibilidad, empatía, humanidad) sin dejar que surjan los negativos (debilidad). Que caiga la lágrima, tiene la limitación de que la línea húmeda seguirá allí cuando ya estemos tratando otro tema.
Otra distinción fundamental es el sexo. Si la que habla es mujer ya tiene implícitos los atributos que se le infieren a la lágrima en la mayoría de los casos. Así que ésta no le aportará valores nuevos sino que reforzará los negativos (no sé quien dijo que las mujeres son débiles pero se equivocó). En el caso del hombre, y simpre con la lágrima sugerida, obtendrá la humanidad de la que se carece en un atril y más cuando se desempeñan cargos de alta responsabilidad.
En los últimos tiempos hemos presenciado dos lágrimas de museo. Y 2008 fue el salón de la fama de las lágrimas.
La de Hillary es una excepción a la regla. Dado que ella estaba atribuyéndose elementos masculinos en exceso (a juicio de los electores y de cualquiera que pasara por allí) optó por la lágrima para recuperar los factores positivos que tiene ser mujer (y que nunca debía haber perdido) (recordad, toda comunicación ha de partir del posicionamiento!!!! )
La de Bush era la de un presidente que necesitaba crear empatía con una nación que lloraba a sus muertos. En estos últimos momentos necesitaba, más que nunca, explicar que él de verdad creía en lo que hacía. Y que por tanto siente las consecuencias (en forma de muertes de marines).
En el caso de Obama, la lágrima se lleva bien con su proyección personal (te lo puedes imaginar llorando) así que cuando eso sucede estás entrando en un espacio que ya conocías y que es muy potente por lo universal que es. Aún así, ni él puede dejarse llevar por esa emoción (simpatía) y toma control con un silencio para sobreponerse (autoridad).
En estos tiempos en los que cuando vemos hacer algo a Obama, los consultores políticos salen corriendo de sus despachos para trasladar “lo último” a sus campañas (que nada tienen que ver), se agradece que las lágrimas se hayan quedado reservadas al ámbito privado de los políticos.