Este texto se ha escrito a partir de mi intervención en la mesa redonda “Ciudadanos conectados: Ciberactivismo y Política 2.0″ que se llevó a cabo en el marco de las Jornadas I-Cities, celebradas en Candelaria (Tenerife) los pasados 9, 10 y 11 de mayo de 2008.
Quizás ha llegado la hora de hacer balance sobre los límites del ciberactivismo. Y de hacerlo de manera esperanzada y comprometida, aunque crítica y humilde. Conscientes de nuestras potencialidades, pero también de nuestras debilidades. Para convertir los límites en una agenda de retos pendientes y compartidos.
La revolución tecnológica y el (des)orden económico global en los que estamos inmersos han generado un contexto de profundos cambios sociales, económicos y culturales. Cambios que no siempre significan desarrollo, ni justicia. Vivimos un momento histórico de revoluciones múltiples en donde, más que nunca, las reformas progresistas y la gobernabilidad democrática global son la respuesta esperanzada a un mundo abierto en canal. Un mundo atrapado entre un modelo de desarrollo insostenible y las fracturas sociales que no cesan de aumentar.
En la última década y, especialmente hace pocos años, con la cultura de la web social o web 2.0, organizaciones diversas y ciudadanos on line han encontrado en el ciberactivismo una opción útil y activa para pasar a la acción (local y global), para desarrollar campañas, iniciativas y peticiones. Nunca como hasta ahora hemos podido ejercer la presión, la denuncia, la sensibilización o la movilización con tal capacidad de convocatoria. Es un hito sin precedentes. Las manifestaciones globales a las que hemos asistido, por causas diversas, no hubieran podido existir sin Internet. Millones de personas han salido simultáneamente, en todo el mundo, en el norte y en el sur, para defender causas comunes. Empresas poderosas e intratables han tenido que ceder en algunas de sus pretensiones más injustas o excesivas por la presión organizada de una ciudadanía conectada y en red.
Pero es justo reconocer que el esfuerzo colectivo y la positiva orientación de muchas de estas iniciativas no siempre han conseguido sus resultados, rozando superficialmente las alamedas corporativas o gubernamentales que protegen algunos de los crímenes o delitos globales más miserables.
¿Qué nos pasa?
¿Por qué a pesar de la generosidad y la eficacia de muchos de estos eCiudadanos globales y de la potencia de nuestras redes, no conseguimos objetivos evaluables de cambios sociales? ¿Es la desproporción de fuerzas y medios en este combate desigual, entre poderosos insensibles y conectados solidarios, la única explicación?
Quizás hay que reflexionar nuevamente sobre lo que hacemos para evitar que el activismo sin resultados (o con pocos resultados ante la urgencia y la magnitud de los temas que reclaman nuestra atención) genere una frustración generacional, emocional y vital entre los ciberactivistas.
El planeta, y sus urgencias, no puede permitirse el desánimo. Pero éste puede cundir si no “medimos” bien nuestras fuerzas y nuestros límites. ¿No sería conveniente “parar”, aunque fuera sólo un instante, para retomar nuestras causas y compromisos, rectificando lo mejorable y convirtiendo nuestras limitaciones en retos compartidos?
1. Objetivos. Hay un déficit de definición de objetivos, acompañado de un exceso de pretensiones. La urgencia de nuestras causas no debe confundirnos en un activismo disperso y sin eficacia. Necesitamos objetivos posibles, realizables, programables; pensados en fases y etapas; que sean progresivos y evaluables. Objetivos de amplias y transversales bases. Y más autocrítica.
2. Propuestas. Entre la agitación y la reflexión… encontremos un punto medio, más matizado. Necesitamos más propuestas concretas y menos causas constantes. Propuestas con continuidad, intensidad y constancia estratégica. Bien dirigidas a públicos según sus responsabilidades y sus contextos. Además, la base de activistas de muchas campañas está cerrada y es poco plural, perdiendo su capacidad de malla de resistencia. Hay un déficit de reflexión colectiva que impide que algunas de nuestras propuestas no estén suficientemente contrastadas y documentadas. A veces perdemos la fuerza por la boca… Y necesitamos más neuronas aplicadas a la propuesta.
3. Argumentos. Los argumentos deben ser más proactivos y dirigidos a las personas clave de las organizaciones. Colgar, subir o postear… puede no ser suficiente si no hacemos llegar el argumento con el formato adecuado, en el momento preciso, a la persona de referencia y en la organización clave. Comentamos mucho, pero no argumentamos suficiente. Tenemos buenas y creativas ideas… pero con un déficit de “empaquetamiento” para que se compartan mejor y lleguen más lejos, más fuertes y más hacia adentro de las organizaciones. Argumentar bien para sumar razones, ideas y propuestas. Resumir, identificar lo estratégico, lo vital de lo secundario, y priorizar lo necesario e inaplazable entre tanta urgencia abrumadora.
4. Liderazgos. Hay hiperliderazgos en el ciberactivismo, pero también hay mucho recelo. Necesitamos liderazgos más compartidos. Hay que saber correr en carreras de relevos. Corremos en calles paralelas pero hay que saber correr en equipo. Para competir por la audiencia pero para sumar registros. Los líderes deben servir para generar cambios, tienen una responsabilidad ineludible. Si no, ¿para qué la audiencia de feeds, rankings o visitas? Estamos demasiado fragmentados corriendo sin parar, ni mirar atrás, ni hacia los lados. Lo importante no es llegar solos y los primeros, sino con todos y a tiempo.
5. Activistas. Muchos, múltiples, diversos pero… sin suficientes y potentes organizaciones para gestionar los cambios o los avances. Demasiado alérgicos (y escépticos) a las organizaciones. No es incompatible, todo lo contrario, y podemos hacerlo sin renunciar a las redes. Hay activistas por causas injustas, pero necesitamos leyes que las combatan, y eso nos obliga a una mirada menos autista y soberbia respecto a la sociedad 1.0, al espacio público y democrático. Otra mirada a la política y a los partidos… Sí, esas organizaciones tan refractarias, a veces, a lo emergente, a lo libre y a la creatividad. Impulsemos las agrupaciones virtuales, rompamos los muros férreos de las agrupaciones sectoriales y otros restos del naufragio ideológico de un modelo jerárquico y vertical que todavía atenaza a los partidos y los hace tan poco atractivos y sugerentes. Que nadie decida por nosotros y no esperemos cada cuatro años. No hay tiempo que esperar.
Y multipliquemos nuestra capacidad de comunicación y persuasión, sumándonos a los ARTivistas, esos ciberactivistas de la creatividad. Seremos más fuertes y más inteligentes.
6. Pluralidad. Tenemos redes plurales y sin fronteras, pero en realidad estamos, demasiadas veces, en la trinchera ideológica, cultural, estética o relacional. Mucha red… pero también mucho prejuicio y pedantería técnica que nos impide ver las relaciones y los aliados posibles. Las causas están conectadas entre sí. Sólo podremos abordarlas con miradas múltiples y complejas.
7. Influir. El activismo que no influye es estéril. Hay que ganar credibilidad, hay que estar más cerca de lo establecido para cambiarlo. Sin prejuicios, sin esa vanidad petulante que nos hace ignorantes. Hay que influir en la opinión, en la realidad 1.0, si no tendremos un déficit muy serio como actores del cambio. El ciberactivismo corre el riesgo de ahogarse en su propio líquido amniótico si no es capaz de influir decisivamente en los espacios de poder legitimado.
No hay tiempo que perder.
Documentos de interés:
7 Límites (y retos) del ciberactivismo (documento power point)
Fuente: Blog de Antoni Gutierrez-Rubí