Las emociones no son únicamente una herramienta estratégica para captar al electorado durante una campaña, sino como indica en su definición el diccionario de la Real Academia Española es una “alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática”. Por ello, hablar de lo emocional a la hora de plantear las estrategias de una campaña electoral no significa sólo apelar al elector tocando su fibra sensible, sino entender el propio mensaje bañado por este estado, para así proyectar el mensaje que nuestra parcela cerebral, el córtex frontal, ha creado en nuestra base ideológica.
En la actualidad hay un problema que inquieta a la ciudadanía y tiene en vilo a los propios políticos: la manera de captar a un público, que ya no conecta con ese sentir emocional, y que por tanto, ha perdido su creencia en el liderazgo político. Como bien explica Antoni Gutiérrez-Rubí en su compilación de artículos Micropolíticas, la derecha, supuestamente superior en las estrategias de la comunicación política, ha sabido aprovechar este sentir químico para apoderarse de un proyecto que emplea la emoción, como si de una burbuja se tratase, rodeando y recubriendo la propia idea a transmitir. En Francia Sarkozy ya lo hizo en 2007, al igual que en Estados Unidos se lleva haciendo durante años. Sin embargo en España, esta campaña electoral de 2011 ha carecido de cualquier tinte emocional por parte del partido victorioso, el Partido Popular, pero también por parte del perdedor, el socialista, pues no se puede llamar estrategia emocional a un simple spot propagandístico.
La falta de un verdadero líder en el panorama político se puede remontar a los tiempos de Felipe González, un hombre de izquierdas y no de derechas que supo emplear este sentimiento fundamental y básico en el ser humano para unir a las masas y atraerlas a su propio mensaje. El sentía emoción de lo que decía y así, al mismo tiempo, conseguía emocionar con sus palabras. No recuerdo un momento posterior, una sola vez, en la que un líder político en España calase verdaderamente en el corazón de las personas. Quizás sea ahí el lugar donde radica el problema de esa falta de fervor político por parte de los españoles.
La política ahora está desprovista de pasión, se limita a una necesidad a cubrir por un grupo de políticos deseosos de alcanzar el poder, sin sentimientos y abandonada a su suerte. Acercarse al ciudadano es hacerse una foto para salir en el periódico, la televisión o la radio de turno, o más bien en todos los medios inmersos en el enmarañamiento de gigantes de la Comunicación. Ya no interesa hacer Política, sino hacer actividades políticas que reflejen el trabajo que éstos realizan, la conexión entre político y ciudadano está en declive, seguramente por esta cuestión.
Mientras se pide una democracia más directa y no tan representativa, las preocupaciones siguen siendo las mismas: decretar o derogar leyes, entrar a formar parte de la portada de cualquier medio, establecer luchas entre partidos o simplemente “gobernar”, pero desde hace ya más de una década nadie se ha preocupado por sentir la necesidad del otro, del que confía en la Política y no en el político, el que quiere un cambio que le emocione. De momento no queda otra que soñar con ese cambio, pero no sólo de roles, sino de sentimientos, pues quizás algún día, cuando nadie se lo espere y las aguas vuelvan a su cauce, el político despertará emoción, pasión, sentimiento y se alejará de todo aquello que tanto daño sigue haciendo a lo que Platón llamó Política y Democracia.
Fuente: Los Engranajes de la Política