Los seres humanos somos los únicos habitantes del planeta que estamos conscientes de que un día vamos a morir. Nos diferenciamos del resto de los animales y de las plantas por este atributo singular. Somos por consiguiente los únicos seres vivos que tenemos capacidad de anticipación. Podemos prever lo que va a suceder y actuar en consecuencia. A esta particularidad la denominamos cualidad estratégica. Imaginarse el futuro, diseñar escenarios probables y forjar un mañana deseable son regalos que nos da la naturaleza y gracias a los cuales nuestro desarrollo tiende siempre al progreso.
Para llevar a cabo nuestra misión en el mundo, definimos objetivos, trazamos un camino que lleve a la consecución de los mismos, nos dotamos de las herramientas y de los insumos necesarios y, finalmente, organizamos todos estos factores y nos lanzamos a la empresa. Eso es la estrategia y sin ella cualquier emprendimiento es caótico y sujeto exclusivamente a las circunstancias y al azar.
Por supuesto que podemos vivir sin estrategia y llevar a cabo todas nuestras actividades cotidianas. Podemos confiar, como los animales, en nuestro instinto y dejarnos arrastrar por la corriente sin tratar de influir de manera organizada en nuestro futuro. De esa manera somos hijos de la fortuna y no de nuestras propias decisiones.
En cambio, si somos capaces de definir metas, escoger un rumbo, obtener pertrechos y actuamos con constancia y disciplina, seremos arquitectos de nuestro destino y reduciremos al mínimo el influjo de la suerte. Sin estrategia, lograr nuestros propósitos es siempre algo incierto; en cambio con ella, nuestras posibilidades de coronar con el triunfo nuestros esfuerzos es mucho más alta.
Hace algunos años se creía que la estrategia era una disciplina propia de la ciencia militar, pero en la actualidad prácticamente no existe un campo en el que ésta no pueda ser aplicada: desde los negocios, hasta la medicina o el urbanismo, la planificación estratégica es imprescindible para lograr eficacia y progresar.
En el territorio de la política, la estrategia hace toda la diferencia. Una acción política planificada estratégicamente tiende al éxito, mientras una basada en el sentido común casi siempre estará condenada al fracaso. Para decirlo en sentido metafórico, en política no debemos actuar como cuando jugamos tenis, sino como cuando entablamos una partida de ajedrez. Reaccionar al estímulo y tener una actitud reactiva es propio del accionar político sin estrategia; mientras que anticiparse a lo que puede suceder y gestionar eficazmente los escenarios probables nos coloca en una posición proactiva. La política sin estrategia es un albur, la política con estrategia es un arte y una ciencia que nos lleva al éxito.
Fuente La Razón