Por Ruben Turienzo
La corrupción, la impunidad, el tráfico de influencia, el abuso de poder, la falta de escrúpulos, la escasa valentía o la no representación. Estar alejados de la sociedad, mirar por lo intereses de las grandes corporaciones, no tener soluciones o ser los causantes de las crisis internacionales. Ser incompetentes, tener falta de preparación, o incentivar medidas electoralistas y personales por encima del bien común. Así son los políticos del mundo. O al menos, así les ven millones de ciudadanos de todo el mundo.
Hace más de dos décadas que vivimos en un bucle eterno en el que políticos, consultores, analistas, medios de comunicación y militantes afines a unos y otros están transmitiendo a la ciudadanía un único concepto: El otro es lo peor que le puede pasar al país. Se les llena la boca cuando hablan de “el peor escándalo de la democracia”, “el peor presidente del país”, “el mayor engaño a la ciudadanía” o incluso llaman “antipatriotas”, “desleales” o “cánceres” para el país. Todos los días. Todo el tiempo ¿Y aun nos preguntamos por qué la ciudadanía piensa lo que piensa de la política?
Reconozcámoslo, todo responde al cortoplacismo, a la sencillez y a la escasa credibilidad actual. Cortoplacismo porque actuamos a golpe de titular, buscando salir en la siguiente tirada del diario más vendido o en el informativo de la noche. Porque pasamos más tiempo buscando dónde golpear y qué fuego hay que apagar, que generando estrategias a medio y largo plazo. Sencillez porque explicar, generar confianza y evolución democrática siempre es más complicado, más tedioso y además, menos agradecido (teniendo en cuenta que la oposición nos seguirá golpeando una y otra vez). Porque es más sencillo hablar para nuestros palmeros que para convencer a los descreídos o incluso a los opositores. Escasa credibilidad porque trabajamos hablando de soluciones que luego nunca llegan, de realidades que no se cumplen, de sueños que se pierden con los amaneceres más desastrosos.
Felicidades. Políticos, consultores, analistas, medios de comunicación y militantes afines a unos y otros. Lo hemos conseguido. Hemos llevado a la política a la UVI de la credibilidad, de la coherencia y de la sostenibilidad futura.
Entendiendo todo esto, no es menos cierto que la sociedad necesita ser representada para evitar los primeros conatos políticos de la historia que se basaban en el totalitarismo jerárquico y en el absolutismo, ya fuese personal (desde el Neolítico), o clasista (sociedad romana y hasta revolución industrial) Históricamente, cuando la democracia estaba débil y el pueblo no se sentía representado, siempre se ha sido la voluntad general sustituida por el sometimiento de unos pocos al resto. El pueblo, por lo tanto, necesita ser representado por personas que canalicen y agilicen la solución a sus necesidades de forma capaz, formada, ética y buscando el progreso global. Basado en esta realidad, y para evitar los cheques en blanco a los poderosos, nacen las constituciones, que bajo la atenta mirada ciudadana constituyen un marco de legitimidad y un acuerdo entre los representantes políticos y el pueblo.
Como dicen dichas constituciones, el poder reside en el pueblo y esta misma esencia, y para evitar que fuese representado únicamente por las altas clases sociales, lejanas a la realidad e indiferentes a los problemas de la mayoría, se legitiman la creación partidos políticos de todas las ideologías y corrientes de pensamiento, que servirán de trampolines democráticos para que el ciudadano pueda ejercer el poder público. Lejos del aletargamiento que producen los sistemas asamblearios y de la lentitud de sus ejecuciones. Enmarcados en la justa representación equitativa. Eficaces para llevar la voz de la ciudadanía global a medidas concretas que devuelvan dicho avance o progreso a la mayoría en forma de leyes y representación interna y externa.
La salud democrática de un país por lo tanto, pasa por la salud democrática de los partidos políticos.
Sin embargo estamos viviendo los últimos coletazos de una generación política que entre todos; políticos, consultores, analistas, medios de comunicación y militantes afines a unos y otros, hemos alimentado a base de una codicia edulcorada en halagos excesivos y de la falta de control y garantías éticamente defendibles. Una generación política que ha castigado con dureza la crítica interna y la rendición de cuentas. Una generación política que ha llevado a los partidos políticos a un coma diabético del que ahora debemos recuperarnos. “Hay que salir más a la calle” se escucha en todas las agrupaciones políticas. “Tenemos que demostrar que les escuchamos” se decían unos y otros. “Que se sientan escuchados” afirmaban sin cesar. El cambio con las mismas caras. La renovación a golpe de familias políticas y deudas internas a devolver en la próxima legislatura.
Y mientras esa creencia engordaba fatigada por los excesos, la ciudadanía se siente más abandonada, menos escuchada, más lejana y más triste por su situación. Las encuestas reflejan el descreimiento generalizado, la escasa valoración de nuestros representantes y el descenso de cultura política generalizado de la mayoría en aras de los mensajes fáciles y el populismo. Agotados, enfermos de ira e indignados, se alejan de los partidos políticos y por ende, de la propia democracia, de su poder y de su capacidad de elección y decisión.
Políticos, consultores, analistas, medios de comunicación y militantes afines a unos y otros no podemos seguir alimentando ese bucle eterno.
Yo quiero una sociedad en la que los partidos políticos estén conformados por personas preparadas para nuestra representación democrática. Que conozcan realmente la situación, que la hayan vivido o se hayan implicado con ella. Personas formadas en herramientas técnicas avanzadas en las mejores artes de negociación, comunicación, estrategia, creatividad, además de los campos en los que van a representar a la sociedad; gobernabilidad, economía, igualdad, cultura, industria, etc. Con valores éticos y sí, evidentemente, bajo el prisma de la ideología particular de cada partido. Porque la diferencia ideológica no es el cáncer de este sistema, sino el analfabetismo, el clientelismo y el ascenso por agradecimiento perpetuo.
Yo quiero una sociedad en la que los partidos políticos estén conformados por personas y conductas transparentes. Abiertas a la ciudadanía. Exentas del miedo a la auditoría pública. Que castiguen a quienes no cumplan con un gobierno abierto y ético, a quienes falten a sus compromisos o a quienes se lucren impropiamente. No hay nada que esconder cuando la política es sincera, ya que nunca se obtendrá el beneplácito de todos, pero siempre se podrá explicar el para qué de las decisiones, sin miedo a levantamiento de mantas o de apertura de cajones. Debemos dejar que la luz de la transparencia limpie la democracia interna del sectarismo y el corporativismo ciego.
Yo quiero una sociedad en la que los partidos políticos estén conformados por personas con compromiso global y que den prioridad a las ideas y soluciones que favorezcan siempre a una mayoría de la población. El bien común por encima de la acción interesada, aunque no sea algo popular, aunque les haga perder las elecciones. El futuro del país está en sus manos y el de nuestras vidas, al menos durante 4 años, también. Que el electoralismo se base en los méritos conseguidos y en los éxitos de la ciudadanía, no en la crítica constante y el desmérito del adversario. Una sociedad política en la que se prime lo mejor y no lo más interesado.
Políticos, consultores, analistas, medios de comunicación y militantes afines a unos y otros que potencien la formación de calidad, la transparencia pública y la altura de miras. Una nueva generación política que nada tiene que ver con edad o realidad social, sino con prioridades y valores. Una nueva generación política que construya un cambio de época en el que todos y todas nos sintamos eficazmente representados. Una nueva generación política que mire al futuro a los ojos y desde el presente decida que las cosas ya no volverán a ser iguales, por que van a ser mejores. Van a ser de todos.
No es idealismo, es necesidad.
No es utopía, es consecuencia.
No es fantasía, es realidad.
Ha llegado el momento de conquistar la sociedad que todos y todas queremos y tú eres una pieza clave. No caigas en el error de la crítica fácil a los partidos políticos, al sistema o al adversario ideológico, ya que en ese escenario de descrédito, el totalitarismo siempre vencerá la batalla. Haz valer tu poder apostando por una nueva generación política. Por la formación, la transparencia y el bien común. Porque es necesario, como consecuencia de los abusos y por una realidad abierta y democráticamente saludable . Yo quiero ser parte de esa nueva generación política y en mi humilde posición de consultor progresista, seas de la ideología que seas, me encontrarás siempre apoyando que estos valores prevalezcan. Ahora y siempre ¿Y tú? ¿Qué vas a hacer?
Fuente: Blog de Ruben Turienzo