Editorial publicado en AdQat (05.08.2012)
Los discursos son un arte llevado a cabo por cinceladores de palabras. La herramienta que toma con forma moldeadora la palabra. Palabras cuya composición va cambiando a lo largo del tiempo. Las palabras marcan el rumbo de la historia. Las palabras nos llevan a la paz o a la guerra. Nos engrandecen o nos debilitan según el contexto y el quién las emita. Las palabras nos hacen sentir mejor o peores personas, nos anima o nos hunden.
En España, ya son varios años de discursos negativos provocados por esta crisis económica que nos angustia. Una crisis económica mal llevada a los medios de comunicación, y peor interpretada por los políticos que gobiernan este país. El actual gobernante español, Mariano Rajoy, decidió no comunicar. Decidió leer cuando cree que ha de salir. Y decidió no acudir a las tierras devastadas por el fuego, este recién estrenado verano, o por la crisis económica que nos aplaca. Prefiere salir en pocas fotos, pero todas llenas de felicidad, como el recién campeón de Europa de fútbol, o con el equipo olímpico que marcha para Londres. Hemos pasado de no decir nada a fotografiarnos con los mejores para proyectar imágenes positivas irreales. Y en lo social, hemos pasado de la incertidumbre al miedo. Eso es lo que provocan las palabras o lo que provoca instaurar una estrategia del silencio demasiado larga…
Hablamos de palabras. Y de palabras negativas en el lenguaje de hoy. El lenguaje de la crisis es este: un lenguaje de desánimo. Son palabras que dan como resultado lo que denominé la fórmula I + D + i: Incertidumbre, Desconfianza e Incoherencia. Y mientras esto sucede, en el Congreso de los Diputados, se oyen las palabras “que se jodan”de boca de una diputada del PP, Andrea Fabra, hija del también político Carlos Fabra. ¿“Que se jodan” quiénes?
¿Los parados? ¿El PSOE? Da igual. Que se jodan mientras Mariano Rajoy emite un discurso llano, plano, sin ritmo y sin estilo, sin palabras de esperanza o de ánimo, sin temblarle la voz al anunciar más recortes, los que más duelen en los bolsillos de los más débiles: la mayoría de la sociedad española. Lo peor no es lo mejor, aunque el presidente lo aconseje a este país asfixiado. Y cuanto más se sufra, tampoco será mejor para nuestro futuro, como el presidente trata de convencernos. Pide a los españoles que sufran más para estar mejor en un futuro. Pero… ¿qué futuro?
En este sentido, me gustaría aludir a los pasados años 30, que supusieron un antes y un después en la política española. La mujer no toma riendas, pero sí solicita una presencia en lo público donde antes sólo existían lavadoras y cambios de pañales. Los investigadores aseguran que los conflictos bélicos fomentaron la igualdad entre hombres y mujeres, pero también el protagonismo de la mujer en la vida política.
A lo largo de estos años 30, se crearon agrupaciones de mujeres y feministas, comités nacionales y las corrientes dentro de los partidos. Frente a la amenaza del fascismo, empiezan a surgir de manera más repetida palabras como “paz” y “libertad”. Ese fue el origen de la “guerra en defensa de la democracia”. El “pacifismo realista” no perseguía otra cosa que derrotar al fascismo para conseguir la paz duradera. La Agrupación de Mujeres Antifascistas desarrolló un discurso militarista con un fin concreto: garantizar la paz. ¿Es una incongruencia? Quizás no en el momento en el que estaban jugando la partida: el momento de los fascismos.
A Andrea Fabra se la ha acusado de reírse de los parados o de la oposición, pero sobre todo se la ha acusado por el lenguaje escogido en el lugar que menos correspondía en un momento en el que el discurso español está en crisis. Las palabras militaristas, bélicas, negativas u ofensivas no funcionarán ahora.
Los mensajes que emiten nuestros políticos queda lejos de los intereses de los ciudadanos, lejos de la política que dicen representar, lejos del respeto que se les debe tener. Hay políticos que no defienden, imponen; que no presentan seguridad frente a lo que creen, sino una soberbia desmesurada que roza la enfermedad del “sobrepoder”. Como subraya el asesor de comunicación política, Antoni Gutiérrez-Rubí, la información es de la gente, no de los políticos. Por tanto, tratémosla como tal y emitamos el mensaje correcto al receptor adecuado.
Los discursos en plena crisis económica no suenan honestos, ni humildes, ni cercanos. No proyectan confianza en los ciudadanos, ni en la prensa, ni en Europa, ni en el mundo. Estamos ante una crisis de discurso, una crisis de palabra porque se malinterpreta la información, se maquillan los conceptos y se prefiere evitar a los principales receptores del mensaje. Hay millones de personas en España que han perdido toda la confianza en sus voces. En las de los políticos. No creen. No quieren creer. Siguen esperando ese mañana eterno donde las palabras suenen con el verdadero poder de lo que realmente son: palabras. Que no mentiras.
Fuente: De Cerca