Compartido por Luis Arroyo
Esta noche, más de 200 años después de que la que fuera colonia ganara el derecho a determinar su propio destino, la tarea de perfeccionar nuestra Unión se mueve hacia adelante.
Avanza gracias a vosotros. Se mueve hacia adelante porque reafirmásteis el espíritu que ha triunfado sobre la guerra y la depresión. El espíritu que ha levantado este país desde el abismo de la desesperación a las alturas de esperanza.
La creencia de que mientras cada uno de nosotros persiga su propio sueño individual, somos una familia americana y nos levantamos o caemos juntos, como una sola nación y como un solo pueblo.
Esta noche en esta elección, vosotros, el pueblo americano, nos recordáis que mientras el camino fue duro, mientras el viaje era largo, fuimos capaces de levantarnos por nosotros mismos; econtramos el camino. Sabemos de corazón que, en Estados Unidos, lo mejor está aún por venir.
Quiero dar las gracias a todos los estadounidenses que participaron en esta elección. A quien votó por primera vez. A quien tuvo que esperar largo tiempo en una cola (por cierto, tenemos que arreglarlo). A quien pateó las calles. A quien usó su teléfono. A quien esgrimiera una pancarta de Obama o una pancarta de Romney. Hicísteis que vuestra voz se oyera. Y lográsteis la diferencia.
Acabo de colgar el teléfono con el Gobernador Romney y le he felicitado a él y a Paul Ryan por esta campaña dura. Hemos peleado con fiereza, pero ha sido porque amamos profundamente a este país. Y nos preocupa mucho su futuro. George, Lenore, su hijo Mitt, la familia Romney … ha elegido entregarse a los americanos por medio de su servicio público. Esa es una herencia a la que hacemos honor y que esta noche aplaudimos. En las próximas semanas, espero también poder sentarme con el Gobernador Romney y hablar de cómo podemos trabajar juntos para que este país avance.
Quiero darle las gracias a mi amigo y compañero de los últimos cuatro años, ese luchador feliz de Estados Unidos, el mejor vicepresidente que nadie nunca podría desear: Joe Biden.
Y yo no sería el hombre que soy hoy día sin la mujer que decidió casarse conmigo hace veinte años. Permitidme que lo diga públicamente: Michelle, nunca te he querido tanto. Nunca he estado más orgulloso que cuando he visto al resto de América enamorarse de ti como primera dama de nuestra nación.
Sasha y Malia: ante nuestros ojos estáis creciendo para convertiros en dos fuertes, inteligentes y guapas jóvenes, igual que vuestra madre. Y me siento muy orgulloso de vosotras. Pero tengo que deciros que por ahora un perro es suficiente…
El mejor equipo de campaña y de voluntarios en la historia de la política. El mejor. El mejor de la historia. Algunos de vosotros estáis por aquí. Algunos erais nuevos, y otros habéis estado a mi lado desde el principio. Pero todos sois una familia. No importa qué hagáis ahora o dónde vayáis. Llevaréis en vuestra memoria la historia que hicimos juntos y tendréis por siempre el afecto de un presidente agradecido. Gracias por creer durante todo el viaje, en cada colina, en cada valle. Me levantásteis en el camino y siempre os estaré agradecido por todo lo que habéis hecho y el increíble trabajo que habéis aportado.
Sé que una campaña electoral puede parecer pequeña, incluso tonta, y que proporciona buen alimento a los desconfiados que creen que la política no es más que un concurso de egos y el dominio de los intereses privados. Pero si alguna vez tenéis la ocasión de hablar con la gente que aparece en los mítines, o que va a un gimnasio atestado en un instituto, o veis a unos tipos trabajando hasta tarde en una oficina de campaña en un pequeño condado lejos de casa, descubriréis algo más: escucharéis la determinación en la voz de un movilizador social que se abre camino hacia la Universidad y quiere garantizar que todos los niños tienen las mismas oportunidades. Escucharéis el orgullo en la voz de un voluntario que va de puerta en puerta porque por fin contrataron a su hermano después de que la fábrica de automóviles local restructurara de nuevo su plantilla. Escucharéis el profundo patriotismo en la voz de la esposa de un militar que trabaja por la noche al teléfono para garantizar que nadie en este país tiene que luchar por un trabajo o un techo bajo el que cobijarse.
Por eso hacemos esto. Eso es lo que puede ser la política. Por eso las elecciones importan. No es algo pequeño; es grande. Es importante. La democracia en una nación de 300 millones puede ser ruidosa y desordenada y complicada. Cada cual tiene sus propias opiniones, cada cual mantiene creencias profundas. Y cuando pasamos por momentos difíciles; cuando tomamos grandes decisiones como país… eso necesariamente despierta pasiones, provoca controversia. Eso no va cambiar tras esta noche y no debería cambiar. Esas diferencias que tenemos son una marca de nuestra libertad. No podemos olvidar nunca que en este mismo momento personas en países distantes están arriesgando sus vidas sólo para tener la oportunidad de discutir sobre los temas que importan; la oportunidad de emitir su voto, como hicimos nosotros hoy.
Pero a pesar de todas nuestras diferencias, la mayoría de nosotros comparte ciertas esperanzas para el futuro de América.
Queremos que nuestros hijos crezcan en un país donde tengan acceso a las mejores escuelas y los mejores maestros.
Un país que hace honor a su legado como el líder mundial en tecnología y el descubrimiento y la innovación; con lo que eso supone para la calidad del empleo y los negocios. Para vivier en una América que no está agobiada por su deuda; que no está debilitada por la desigualdad; que no tiene la amenaza del poder destructivo del calentamiento del planeta.
Queremos dejar un país que sea seguro y respetado y admirado en el mundo. Una nación que sea defendida por el ejército más fuerte de la Tierra y el mejor que el mundo haya conocido. Pero también un país que avanza con confianza más allá de este tiempo de guerra, para construir la paz. Que se asienta sobre la promesa de la dignidad de cada ser humano.
Creemos en una América generosa, en una América compasiva, en una América tolerante, abierta a los sueños de una hija de inmigrantes que estudia en nuestras escuelas y honra nuestra bandera.
El joven en el sur de Chicago, que ve una luz al volver la esquina. El hijo del trabajador del mueble en Carolina del Norte, que quiere llegar a ser un ingeniero o un científico o un empresario o un diplomático, o incluso un presidente. Ese es el futuro que esperamos. Esa es la visión que compartimos. Ese es el lugar al que tenemos que ir. Hacia adelante. Ese es el lugar al que tenemos que ir.
Discreparemos a veces ferozmente sobre el camino a seguir. Como ha sucedido a lo largo de dos siglos, el progreso llegará con altibajos: no siempre es una línea recta o un camino fácil. Por sí solo el reconocimiento de nuestros sueños y esperanzas comunes no evitará el estancamiento. No resolverá todos nuestros problemas o sustituirá el duro trabajo de construir el consenso. Tenemos que empezar por lograr esos difíciles compromisos necesarios para mover el país hacia adelante.
Nuestra economía se está recuperando. Está terminando nuestra década de guerra. Una larga campaña termina ahora. Y tanto si me gané vuestro voto como si no lo hice, os he escuchado. He aprendido de vosotros y me habéis hecho un mejor presidente. Con vuestras historias y vuestras luchas, regreso a la Casa Blanca más determinado y más inspirado que nunca sobre el trabajo que queda por hacer y el futuro que tenemos por delante. Esta noche habéis votado por la acción; no por la política de siempre. Nos habéis elegido para que nos centremos en vuestro trabajo, no en el nuestro.
Y en las próximas semanas y meses, espero encontrarme y trabajar con los líderes de ambos partidos para enfrentar los desafíos que sólo podemos resolver juntos: reducir nuestro déficit, reformar nuestra fiscalidad, arreglar nuestro sistema de inmigración, liberarnos del petróleo extranjero… Tenemos trabajo de sobra por hacer.
Pero eso no significa que vuestro trabajo ya esté hecho. El papel del ciudadano en nuestra democracia no termina con vuestro voto. América nunca ha sido fruto de lo que se podía hacer por nosotros; es fruto de lo que nosotros podemos hacer, juntos, a través de la dura y frustrante pero necesaria labor de autogobierno. Este es el principio que nos vio nacer.
Este país tiene más riqueza que cualquier nación, pero eso no es lo que nos hace ricos. Tenemos el ejército más poderoso de la historia, pero eso no es lo que nos hace fuertes. Nuestra Universidad, nuestra cultura, son la envidia del mundo, pero eso no es lo que hace que el mundo se acerque a nosotros.
Lo que hace que América sea excepcional son los lazos que unen a la nación más diversa del planeta; la creencia de que nuestro destino es compartido; que este país sólo funciona cuando aceptamos ciertas obligaciones de los unos con los otros y con las futuras generaciones. De manera que la libertad por la que tantos estadounidenses han luchado y por la que murieron llega con responsabilidades así como con derechos, y entre ellos están el amor, y la caridad, y el deber y el patriotismo. Eso es lo que hace grande a América.
Esta noche tengo esperanza porque he visto ese espíritu en América. Lo he visto en el negocio familiar cuyos propietarios prefieren bajar su beneficio antes que despedir a sus propios vecinos. Y en los trabajadores que prefieren recortar sus horas de trabajo antes de ver que un amigo pierde su empleo.
Lo he visto en los soldados que vuelven a alistarse tras perder un brazo o una pierna, y en esos miembros de las fuerzas especiales del ejército que suben las escaleras en la oscuridad y en el peligro porque saben que tienen detrás a un colega vigilando sus espaldas.
Lo he visto en las costas de Nueva Jersey y Nueva York, donde los líderes de cada partido y cada nivel de Gobierno han apartado sus diferencias para ayudar a una comunidad a reconstruir sobre los restos de una terrible tormenta.
Y lo vi el otro día, en Mentor, Ohio, donde un padre contaba la historia de su hija de ocho años, que casi pierde la vida en su batalla contra la leucemia, si no hubiera sido por la reforma de la sanidad aprobada meses antes. La compañía de seguros estaba a punto de dejar de pagar por su cuidado. Tuve la oportunidad de hablar no solo con el padre, sino también con su increíble hija. Cuando él le habló a la multitud que escuchaba la historia de aquel padre, todos los padres tenían lágrimas en los ojos, porque sabíamos que esa niña podría ser nuestra propia hija. Y sé que cada estadounidense quiere que su futuro sea así de brillante. Así es como somos. Ese es el país que me siento tan orgulloso de dirigir como presidente.
Esta noche, a pesar de todas las dificultades que hemos atravesado; a pesar de todas las frustraciones de Washington, nunca he tenido más esperanzas sobre nuestro futuro. Y os pido que mantengamos esa esperanza. No estoy hablando de un optimismo ciego, de la esperanza que simplemente ignora la tarea enorme o los obstáculos que bloquean nuestro camino. No estoy hablando del idealismo iluso que nos invita simplemente a sentarnos a un lado o eludir la lucha.
Siempre he creído que la esperanza es esa cosa persistente dentro de nosotros que insiste, a pesar de todas las pruebas en contrario, en que algo mejor nos espera. Para que tengamos el coraje de seguir trabajando, de seguir luchando.
América, creo que podemos construir sobre los progresos que ya hemos hecho y seguir luchando por nuevos empleos y nuevas oportunidades y nueva seguridad para la clase media. Creo que podemos mantener la promesa de nuestros fundadores. La idea de que si estás dispuesto a trabajar duro, podrás lograrlo. No importa quién seas o de dónde vengas, o lo que parezcas o lo que ames; no importa si eres negro o blanco o hispano o asiático, o nativo americano, o joven o viejo, o rico o pobre, capaz, discapacitado, gay o hetero. Podrás hacerlo.
Creo que podemos aprovechar ese futuro juntos. Porque no estamos tan divididos como nuestra política sugiere. No desconfiamos tanto como creen nuestros expertos. Somos más grandes que la suma de nuestras ambiciones individuales. Permanecemos como algo que es más que una suma de estados rojos y estados azules. Somos y por siempre seremos los Estados Unidos de América.
Con vuestra ayuda y la gracia de Dios, vamos a continuar nuestro viaje hacia adelante. Y a recordar al mundo por qué vivimos en la nación más grande de la Tierra.
Gracias, América. Que Dios os bendiga. Que Dios bendiga a Estados Unidos.
Fuente: Blog de Luis Arroyo