Por Luis Zúñiga*
El sólo hecho de recibir siete millones de votos menos que en el 2008, debió condenar al Presidente a la derrota. La desilusión con los prometidos “Hope and Change” y cuatro años de un pobre desempeño económico auguraban, como ocurrió, que muchos votantes demócratas del 2008 no votarían ahora. Un hecho que reveló lo pesimista que estaba el Presidente para la elección, fue la petición a sus simpatizantes para que salieran a votar “por venganza”.
Sin embargo, la victoria tocó a su puerta cuando unos 4 millones de votantes republicanos habituales no fueron a votar. Tan sorprendente fue ese hecho que, Mitt Romney, un candidato que fue creciendo a lo largo de la campaña y que ganó el voto independiente con una ventaja del 5%, se quedó con 2 millones de votos por debajo de los alcanzados por John McCain en el 2008. Nadie podía predecir un hecho tan inverosímil. La encuestadora Gallup había estimado un “embullo” republicano del 51% y sólo un 39% entre los demócratas.
En efecto, el “embullo” republicano no se materializó a pesar del éxito en las elecciones intermedias del 2010, donde los republicanos “barrieron” en el sur y ganaron la gobernación, el senado y la cámara estatal de estados tradicionalmente demócratas como Pennsylvania, Iowa y Wisconsin.
¿Qué pudo causar el desembullo republicano?
El factor más importante fue la prolongada campaña primaria con 7 debates televisivos y mucha cobertura de prensa donde los principales líderes conservadores Newt Gingrich, Rick Perry y Rick Santorum le pidieron repetidamente a sus simpatizantes que no votaran por Romney porque no era un conservador genuino. Esas peticiones tuvieron mucha influencia y, aunque esos republicanos respondieran a las encuestadoras que preferían a Romney sobre Obama, eso no implicaba que saldrían a votar por él.
El segundo factor fue la tremenda campaña negativa que desarrolló la maquinaria demócrata que, durante 6 meses, “bombardeó” los estados indecisos de Ohio, Florida, Virginia, Colorado, New Hampshire, Iowa y Wisconsin con anuncios televisivos presentando a Romney como un millonario egoísta que tenía como prioridad bajarle los impuestos a los más ricos, que escondía su dinero en paraísos fiscales, que como empresario había exportado trabajos a China, y que no le interesaba la situación de la clase media, las mujeres y los pobres. Muchos observadores creían que la época de las campañas sucias había terminado porque, eventualmente, se revertían contra el que las hacía, pero esta elección demostró que todavía funcionan.
El tercer factor fue la falta de una base política. Romney no tenía un estado “suyo”. Massachusetts es absolutamente demócrata y ni las encuestas le daban posibilidades de ganarlo. Michigan, idem. Su selección para “vice”, Paul Ryan, no fue capaz de traer siquiera a su nativo Wisconsin.
Y, finalmente, le faltó una maquinaria movilizadora, como la tuvo Obama, que identificara nuevos votantes que sustituyeran a los desilusionados, los registrara y los motivara a ejercer el voto.
La clara victoria de Romney en el primer debate lo hizo lucir presidencial y ganador, pero su moderación y poca energía en los dos siguientes, redujo el entusiasmo de la base republicana. Otro acontecimiento fortuito, pero significativo, fue el huracán Sandy que sacó a Romney de las cámaras de televisión faltando una semana para la elección y lo sustituyó con un Presidente Obama muy activo en las zonas de desastre y recibiendo el elogio del gobernador Chris Christy, el más cercano aliado de Romney. Ese hecho le hizo recordar a la base republicana conservadora los mensajes de Gingrich, Perry y Santorum de que Romney, no era un conservador genuino. Eventualmente, esa base se quedó en su casa el 6 de noviembre y selló la derrota de Mitt Romney.