Las crisis son un factor determinante en la construcción de la narrativa de los políticos. Estas pueden contribuir a perfilar el carácter y la imagen que se quiere proyectar, convirtiéndose en una oportunidad o, al contrario, resultar el escenario en el que cometer grandes errores. Es durante las crisis cuando se escenifica el verdadero potencial del papel de ‘Comandante en Jefe’. Los desastres naturales dejan a la vista las carencias y/o fortalezas que tiene una determinada Administración. El presidente/gobernador/alcalde (cuya misión es dar respuestas a la ciudadanía, ofrecer información a los medios, gestionar la comunicación interna y -de manera integrada, coordinada y global- todos los aspectos que influyen en una situación de crisis) debe mostrar una actitud prudente -evitando politizar el desastre- y aprovechar los recursos a su alcance, estando donde debe estar en el momento en que debe estar.
En 1980 el entonces presidente Jimmy Carter voló sobre el volcán en erupción Mount St. Helens, en Washington. Esta imagen que acompañó su gestión le llevó a obtener una valoración positiva por parte de la población americana. Reagan también resultó beneficiado por algunas fotografías tomadas sobre el terreno durante las inundaciones causadas por el río Mississippi. No obstante, estar ahí no es suficiente, es el cómo lo que resulta fundamental en la valoración de la imagen. Ejemplos no tan afortunados, en este sentido, serían la gestión de Bush hijo durante el huracán Katrina de 2005 y de Bush padre con las víctimas del huracán Andrew en el sur de Florida (para algunos determinante en la pérdida del Estado en las elecciones).
En este caso, no importa que el político esté actualmente en activo y no tenga ningún interés en presentarse a unas elecciones -o incluso, no pueda-, las crisis conllevan siempre una cuota electoral determinante. Sus acciones (y sus consecuencias) están siendo evaluadas de manera constante y, en este contexto de crisis y/o catástrofes, los ojos del mundo entero están fijados en él.
El caso más reciente ha sido el del huracán Sandy a su paso por la Costa Este y a una semana de que se definieran las elecciones presidenciales americanas. En ese momento, el candidato republicano, Mitt Romney, había conseguido reducir la distancia en las encuestas que hasta entonces había liderado el presidente Barack Obama. Gracias al buen papel desempeñado en los debates de octubre, Romney se mantenía como un firme candidato en la carrera electoral, hasta tal punto que incluso se hablaba de un empate, 49%-49%, en la intención de voto. Los efectos del huracán Sandy y la buena valoración que hizo la ciudadanía respecto a la gestión de Obama terminaron por otorgar a este los votos electorales que le hacían falta para mantenerse en la Casa Blanca.
En circunstancias de crisis, y sobre todo de desastres naturales, lo que realmente cuenta y añade valor a lo que hace o dice el político es la gestión que lleva a cabo del factor emocional. Una imagen vale más que mil palabras, sobre todo cuando es auténtica y genuina. Para un ciudadano ver a su alcalde o gobernador con las mangas remangadas hasta los codos y las botas llenas de lodo recogiendo escombros y ayudando a las víctimas, como uno más, tiene un gran valor. Es un momento sincero, inspirador, que genera en las víctimas y en sus familias, una sensación de esperanza y de cohesión social; de confianza, cercanía e identificación: “me entiende, también lo está viviendo, estamos compartiendo este momento juntos”. En esas situaciones no existe brecha social, no hay política, ni ideología, es el voto de confianza de un pueblo que se deposita en una sola persona.
Pero es ese el momento que se espera; nada menos que eso, razón por la cual los políticos son altamente criticados si, por el contrario, no se muestran cercanos, no manifiestan su solidaridad y preocupación reales, interés o un liderazgo fuerte en la gestión de los desastres naturales, liderazgo que, por otro lado, es reclamado y exigible. De hecho, este mismo año, el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, sufrió, varias veces, las críticas nacionales -e internacionales- al dejarse ver en escenarios completamente opuestos a la realidad que estaba viviendo parte -si no toda- la población española. En el incendio de Valencia, de septiembre de este año, por ejemplo, Rajoy fue fotografiado junto al equipo español de fútbol en los vestuarios durante la final de la Eurocopa, justo cuando se habían quemado más de 5.500 hectáreas y se había desalojado a casi 70 personas a causa del fuego en un colegio en Ribarroja. Lo mismo sucedió con el incendio de l’Alt Empordà (en Catalunya) en el que el Presidente prefirió reunirse y fotografiarse con el equipo olímpico español en vez de atender en primera persona a las víctimas del desastre.
No cabe duda de que los problemas de imagen del Presidente van mucho más allá de su falta de tacto, al no dar la cara ante los ciudadanos y ciudadanas afectados, pero tampoco cabe duda de que su mala gestión, en ambos casos, haya incidido en la imagen negativa de su gobierno y de su administración. Como señala Xavier Peitybi: “no gestionar, no presentarse, significa crear la percepción en la ciudadanía de abandono, de que no existe ningún interés en lo que ocurre ni en lo que le ocurre a la población”.
Las imágenes hablan, como así lo explica John Hartley, quien demostró que es a través de ellas que se desarrolla una relación con el espectador. Por esta razón, visitar el escenario de una catástrofe debe valorarse como una ganancia o una pérdida de imagen a nivel social y político -y en algunos casos- electoral. Y si hay alguien que entiende esto a la perfección, son los políticos estadounidenses. Recordemos una de las imágenes que más curiosidad generó durante el paso del huracán Sandy: la del gobernador republicano de Nueva Jersey, Chris Christie, abrazando al presidente Obama en plena campaña electoral.
De la valoración de la gestión del Presidente en Nueva Jersey, Christie dijo: “Tengo que decir que el Presidente ha estado todo el tiempo pendiente y merece reconocimiento por ello, ha sido un apoyo increíble y muy útil para nuestro Estado”. “Me importa un rábano lo que eso signifique para las elecciones”.
Por esta razón, que el gobernador de New Jersey, republicano, cuyo nombre se había tenido en cuenta para la elección de vicepresidente, que fue uno de los portavoces claves de Mitt Romney en campaña, apareciera en varias imágenes al lado del presidente Obama fue un hecho muy significativo. Y no solo eso, Obama recibió la aprobación pública del gobernador siete días antes de que se celebrasen las elecciones. Indudablemente un golpe de efecto político muy importante para el Presidente, que terminó perjudicando a Romney.
El paso de Sandy por Estados Unidos puso en valor el papel de Obama como Comandante en Jefe. No hay duda de que este fue uno de los factores decisivos en su posterior victoria electoral. De hecho, según una encuesta publicada tras el paso del huracán, para el 42% de los afectados, este fue un elemento importante en su decisión de voto; más del 60% de ellos votó por Obama, demócratas y republicanos.
En el caso de Sandy, el rol que debían cumplir Obama y Romney era bastante diferente; Obama tenía que ejercer como Presidente, y no como candidato y, por tanto, su prioridad debía centrarse en los Estados que se encontraban más amenazados por la tormenta. Su actuación estuvo en la misma línea de respuestas que llevo a cabo en otros desastres naturales tales como los incendios forestales en Colorado, el huracán Irene y la tormenta tropical que golpeó la Costa del Golfo durante las convenciones.
Días antes de que se previera la llegada de Sandy, el Presidente canceló varios mítines en Estados clave, como Virginia y Ohio, regresando a Washington D.C antes de lo previsto para poder monitorear la tormenta. Sin embargo, su campaña continuó, y desde las filas demócratas se difundió un vídeo en el que Romney, en un debate de las primarias republicanas, abogaba por eliminar la agencia de desastres y pasar esa responsabilidad fijada en el Gobierno central a los distintos Estados; incluso a empresas privadas, si fuera posible. Sandy se convirtió en una estrategia más de campaña.
Pero, así como los desastres naturales pueden impulsar en positivo la imagen de un político, también pueden perjudicarle. El presidente Obama fue bastante criticado en relación al vertido de petróleo en la Costa del Golfo, como lo fue el gobernador Christie por encontrarse en Disney World durante una tormenta de nieve que afectó seriamente a la población.
Otro caso bastante conocido es el del huracán Andrew en Florida en 1992. El entonces presidente, George H.W. Bush, suspendió el rescate enviado a Florida con el argumento de que la ayuda ya estaba en camino. Sin embargo, esta tardó días en llegar. A pesar de que Bush declaró el estado de emergencia, la tormenta ya había desvastado gran parte de la región.
Bush no estuvo informado sobre la magnitud real de los daños causados por la tormenta, pero, precisamente, su falta de información le llevó a tomar decisiones que no solo empeoraron las circunstancias del desastre sino que pusieron en tela de juicio su capacidad de gobernar. Muchos ciudadanos, frustrados y enojados, culparon públicamente al Presidente por su gestión y los efectos que tuvo finalmente la tormenta.
Aunque una de las peores gestiones de un desastre natural de este tipo en la historia de la política fue la del presidente Bush hijo durante el huracán Katrina, a finales de agosto de 2005. En poco tiempo, el huracán que devastó gran parte de Louisiana y Mississippi cuestionó el papel del hasta entonces alabado Presidente por la gestión realizada durante el 11S. La Agencia Federal de Gestión de Emergencias (FAME) con Michael Brown a la cabeza, tuvo innumerables problemas para gestionar una respuesta.
Katrina fue un punto de inflexión crucial en la imagen del Presidente. Su falta de liderazgo y habilidades para gobernar le siguieron durante años. Además, dada la gran cantidad de afroamericanos en la ciudad, su respuesta debilitó su afirmación de ser el presidente “conservador con compasión” que buscaba llegar (alcanzar) a las minorías. Para muchos, la caída de Bush se produjo como consecuencia de la guerra en Irak, pero no hay duda de que el huracán Katrina fue el incidente que sembró dudas sobre sus competencias para gobernar.
A modo de conclusión
Los desastres naturales ponen a prueba la capacidad de gestión de los recursos públicos, y del liderazgo político en, al menos, tres áreas críticas: la previsión, la reacción, la reconstrucción.
La previsión. Un desastre natural no se puede evitar pero, casi siempre, se puede preveer y se pueden diseñar los mecanismos de alerta, protección y respuesta rápida en función de escenarios, probabilidades e hipótesis. Las políticas públicas se ven sometidas al juicio de la previsión, la dotación anticipada y el mantenimiento de recursos para el salvamento. Es un punto crítico. Una falta de dotación o de actualización de las unidades de detección y alerta, así como la falta de planes concretos y sistemáticos de monitorización son puntos clave en la evolución por parte de la opinión pública. Los desastres naturales son imprevisibles pero nunca deben ser imprevistos.
La reacción. Es el momento decisivo. La falta de reacción rápida para asumir la gravedad de la situación, así como los cambios en las rutinas políticas y administrativas de respuesta son los principales desafíos políticos. También lo son la coordinación de la misma y la centralización del mando. Este tipo de situaciones pone en evidencia el grado de coordinación inter-administraciones y el correcto funcionamiento de los planes de emergencia y de la activización de las excepcionalidades previstas. Sensibilidad y eficacia son elementos clave.
La reconstrucción. Un desastre natural, en función de la gravedad del mismo, siempre lesiona el territorio, las insfraestructuras, las propiedades y, muchas veces, las vidas humanas. Medir correctamente su impacto, evaluar sus consecuencias, identificar las prioridades y actuar con determinación para reestablecer o ofrecer alternativas a la población afectada en plazos razonables, son algunos de los desafíos a los que el liderazgo político debe atender.
Los desastres naturales pueden ser un desastre para la política, pero también una oportunidad para el liderazgo político y para la consolidación de las repuestas públicas para hacer frente a lo imprevisible y a la fuerza de la naturaleza, alterada (y provocada) -casi siempre- por el ser humano. Quien sepa gestionar mejor la previsión, la reacción y la reconstrucción, ofrecerá soluciones y confianza, los dos valores más preciados para la política democrática.
Fuente: Blog de Antoni Gutierrez-Rubí