El principio básico de la filosofía del combate, elaborada por Sun Tzu, aplicable a las campañas electorales, es el de la fe en la superioridad moral e intelectual de nuestra propuesta. Para dar inicio a una campaña exitosa debemos creer en el motivo de nuestra lucha. Debemos estar convencidos de que le presentamos al electorado la mejor opción posible.
Nadie puede vencer si no está convencido de ser la mejor alternativa. Por ello, antes de lanzarse a la lid electoral, los partidos y los candidatos deben analizar con franqueza su oferta y las ofertas de sus contendientes. La fe en nuestros planteamientos se convierte en la fe en la victoria y ésta es la condición indispensable para ganar.
En segundo lugar, la humildad y la disposición a las alianzas son claves para el éxito electoral. Nadie gana una campaña solo y por eso es muy importante tener espíritu de apertura y congregación.
Es cierto que debemos saber escoger bien a los aliados y que suelen existir sumas que en realidad restan, pero es indispensable aprender a luchar acompañado. Los altaneros y arrogantes no llegan lejos, salvo en circunstancias especiales en las que la ciudadanía está en la búsqueda de un mesías y confunde déspotas con líderes fuertes. Generalmente, en las democracias modernas, es importante presentar opciones que contengan la mayor parte de propuestas parecidas: la unión es la fuerza.
En tercer lugar está la administración eficaz y oportuna de los tiempos. Iniciar muy pronto una campaña puede llevar a un agotamiento prematuro y llegar al momento de la elección sin novedad, con repeticiones y sin capacidad de persuasión.
Comenzar muy tarde una campaña puede enfrentarnos con un electorado ya decidido en su mayoría y sin posibilidades de ser modificado en sus intenciones de voto. El problema es que para esto no valen las recetas: a veces dos años pueden ser escasos y en ocasiones cuatro meses resultan muy dilatados. Hay que saber con qué tipo de elección nos enfrentamos, sus particularidades y sus condicionamientos específicos, y tratar de llegar al “clímax” de nuestra campaña lo más cerca posible al día de la elección. El sentido de oportunidad es esencial para la victoria.
En cuarto lugar está la ubicación en el espacio y el aprovechamiento del territorio. Debemos, siempre que esto sea posible, consolidar primero la mayor cantidad de electorado proclive a nuestra propuesta. Debemos extremar los recursos de persuasión y convencimiento en los territorios fértiles y sólo después de convencernos de haber logrado todos los votos posibles, avanzar sobre los espacios más lábiles a nuestros contendores. No debemos descuidar en ningún momento de la campaña a nuestro electorado y siempre debemos priorizarlo en todas las circunstancias. Muchas elecciones se pierden porque creemos seguro nuestro terreno y tratamos de avanzar desaprensivamente sobre lo más resistente. Generalmente obtenemos así muchos menos votos de los que perdemos adentro por nuestro descuido.
Finalmente está la capacidad de anticipación estratégica, vale decir el prevenir los avatares y el desarrollo de la contienda electoral. Si somos capaces de imaginarnos, con el mayor detalle posible, cómo va a discurrir la campaña y tenemos la capacidad de prepararnos adecuadamente para cada una de las circunstancias que se sucedan, tendremos una ventaja inapreciable para lograr el triunfo. Por el contrario, si trabajamos con base en la improvisación y nos limitamos a responder a los estímulos del combate electoral, estaremos como una hoja al viento y nos gobernarán las circunstancias. En este último caso, lo único realmente previsible es la propia derrota.
Son cinco leyes de la guerra aplicadas a las campañas electorales, que se resumen en una máxima: “Conoce a tu adversario como a ti mismo y prepárate para el combate”. Está claro que los que ganan son los que aprovechan el conocimiento producido en miles de años, mientras que los que pierden son los que pretenden inventar la pólvora cada día.
Ricardo Paz Ballivián es sociólogo.