Hace unos días se hacía público el último barómetro del CIS que confirmaba dos tendencias que se venían manifestando desde hace tiempo. Por un lado, la desconfianza en las instituciones en general y de la clase política en particular, sobre todo en los dos principales partidos, situándola como la tercera preocupación de los españoles por decimoquinto mes consecutivo, tras el paro y la economía. Y por otro, la poca esperanza en que, quienes precisamente deberían sacarnos de esta situación, lo hagan en el futuro, abogando por un cambio de modelo en su sentido más amplio. Es decir, los ciudadanos estamos enfadados y, lo que es peor, sin vislumbrar alternativa posible ni expectativas positivas de mejora, sino todo lo contrario.
Nos encontramos, por tanto, en una situación crítica que requiere medidas excepcionales y reflexionar no tanto sobre cómo saldremos de la crisis, sino acudir a los orígenes y examinar cómo hemos llegado a ella. Sólo obtendremos la solución correcta cuando nos formulemos la pregunta adecuada. Si algo positivo tienen las crisis son las catarsis que provocan en la sociedad y así volvernos a replantear nuestro modelo de convivencia. Todas las reformas que se hagan serán una huida hacia delante que aumentará el problema y agravará nuestra situación. En consecuencia, es necesario buscar soluciones alternativas a las ya puestas en marcha.
Debemos empezar por el modelo político y territorial. La desafección entre la ciudadanía y quienes dicen representarla acabará desembocando en soluciones populistas y antisistema nada deseables. Los partidos políticos deben estar al servicio de los ciudadanos y no al revés; ser espacios abiertos a la participación y canalizar las preocupaciones ciudadanas y no ser el cobijo de políticos mediocres con eslóganes pero sin ideas; eliminar sus privilegios y legislar adecuadamente sobre la “puerta giratoria” del mundo político al empresarial y la ausencia de ejemplaridad pública; buscar un nuevo modelo de financiación; abogar por listas abiertas y reformar la Ley Electoral para que sea más representativa. Que la transparencia no sea una opción sino la norma. Evolucionar de la democracia representativa a la “política vigilada” (gobierno abierto, participación ciudadana, co-creación cívica…).
El modelo territorial bajo el que llevamos conviviendo tres décadas está obsoleto. Hay que revisar la Constitución, que debe ser un documento flexible, vivo y que evolucione con los tiempos y no rígido y encorsetado que impida adaptarse a los cambios sociales. Es necesario eliminar ambigüedades, replantearse la duplicidad de competencias y funciones de los diferentes niveles administrativos, llevando la reforma, unión o supresión de entes e instituciones hasta sus últimas consecuencias. Si hemos llegado a la situación actual es porque hemos seguido el camino ya marcado, debemos encontrar una nueva, diferente e imaginativa hoja de ruta y no persistir en el error.
También está en crisis nuestro modelo económico y productivo… si es que verdaderamente le tenemos. Los gobernantes llevan años citando en sus discursos que la única solución es apostar por la investigación, el desarrollo y la innovación (I+D+i), pero luego se olvidan de dotarle de partidas presupuestarias. El problema es que da frutos a largo plazo y las elecciones son cada cuatro años. La política al servicio de los partidos. Por tanto, es necesario un Pacto de Estado sobre la economía, el empleo, la sanidad y la educación. Algo falla cuando la generación de españoles mejor formada de nuestra historia no encuentra trabajo, percibe un salario inadecuado para su formación o tiene que emigrar. Estamos perdiendo no sólo capital humano que ayuda a progresar, pero a otras sociedades, sino la inversión educativa del Estado que no retorna en nuestro país.
Asimismo, debemos derribar tópicos y cambiar mentalidades: en España se trabaja tanto o más como en el resto de países europeos avanzados, pero no somos productivos. Para ello, y ser más competitivos, debemos fijarnos en las empresas líderes españolas y mundiales, trabajar por objetivos y olvidarnos de horarios presenciales obsoletos que impiden conciliar la vida familiar y laboral. Insisto, abandonar el camino que nos ha llevado a esta situación y pensar nuevas soluciones: más creatividad, innovación, emprendimiento e ideas y menos burocracia y subvenciones.
Por supuesto, hacer compatibles saneamiento y crecimiento económico sin penalizar a la ciudadanía y aumentar las desigualdades, foco de posibles tensiones sociales;reformular el sistema bancario y financiero, abandonar el modelo de la construcción, ligados ambos a la sospecha y la corrupción política; y, en otro plano, modernizar y agilizar la Justicia para que cumpla su objetivo y no contribuya a acrecentar la desconfianza en las instituciones.
Como vemos, debemos hacer una enmienda a la totalidad, un cambio estructural, pausado pero decidido. Somos conscientes de lo que funciona mal y, como buenos cirujanos, debemos amputarlo para evitar que se gangrene el resto del cuerpo. La nueva realidad exige nuevas soluciones para la regeneración política, social y económica.Para ello necesitamos liderazgos referentes, creativos y valientes, que nos traten como adultos y no nos sepulten bajo la adormidera del fútbol o la telebasura, que quedan muy lejanos ya los tiempos de “todo por el pueblo pero sin el pueblo”. Liderazgos responsables que saquen lo mejor de nosotros mismos, liderazgos adaptativos que aprendan de esta crisis y los errores cometidos, anticipativos para leer el signo de los tiempos, transformadores para sortear la resistencia al cambio que sin duda nos encontraremos y regenerativos para creer en nuestras posibilidades y abandonar el pesimismo reinante que nos paraliza, angustia, resigna y hace perder la confianza.
Y todo esto no será posible si, además, no revisamos prioridades y rescatamos los valores éticos fundamentales enterrados bajo la sociedad de lo efímero, individualista, egoísta, hedonista e hiperconsumista que no valora la cultura del esfuerzo. Debemos construir una sociedad que se guíe por las infalibles virtudes éticas clásicas de la justicia entendida como equidad, la fortaleza como capacidad de tomar decisiones, la templanza como control personal y la austeridad y la prudencia como reflexión.
Por tanto, necesitamos una clase política que esté a la altura de las circunstancias y se ponga manos a la obra o el distanciamiento con la ciudadanía será definitivo: que unos abandonen la letanía de la herencia recibida y huyan de las justificaciones de las imposiciones exteriores y los otros no hagan partidismo sino ejerzan también de estadistas. Es momento de la Política, de las decisiones y no de los gestores, de trazar una nueva estrategia, construir acciones de futuro, proponer soluciones imaginativas propias, anticiparnos, sumar, consensuar y liderar un cambio pensando en las próximas generaciones.
Y por supuesto, comunicarlo y explicarlo, construir un relato de trabajo, superación y esperanza que aporte credibilidad y la necesaria confianza para afrontar los cambios y esfuerzos aparejados. La crisis también supone una oportunidad y debemos aprovecharla para crear un Estado nuevo y reforzado. Si no es así, seguiremos presos de nuestros errores y habremos perdido, quizás, la última oportunidad.
Fuente: Blog de Martín Granados