Por: Marcelo Castelo
A principios de los años 70, el psicólogo americano Paul Ekman demostró que la idea comúnmente aceptada de que las emociones eran un reflejo exclusivamente cultural, era errónea. El científico confirmó que los seres humanos tenemos seis emociones básicas independientes de los factores culturales. También demostró que estas emociones tienen su reflejo en el rostro. Las emociones básicas son: tristeza, sorpresa, alegría, repugnancia, ira y miedo. Paul Ekman es a la comunicación gestual, lo que Daniel Goleman a la Inteligencia Emocional; no es el único pero sí el más reconocido, llegando incluso a inspirar la serie televisiva Lie to Me, protagonizada por el actor británico Tim Roth.
Con posterioridad, en los años 80, el también psicólogo Albert Mehrabian estipuló que la comunicación bebía de tres fuentes; la comunicación verbal -lo que decimos-, la paraverbal -cómo utilizamos nuestra voz al decirlo- y la corporal -el uso de nuestro cuerpo en la comunicación-. Obligado es en este punto comentar la famosa regla 7/38/55 de Mehrabian, por la que este estipuló que, cuando hablamos de sentimientos, el peso de lo que decimos es del 7%, de nuestra voz el 38% y del lenguaje corporal el 55%. Datos que habrá que tomar con todas las precauciones, como el mismo autor advirtió, al ser fruto de un estudio de alcance limitado y únicamente referido a la transmisión de emociones.
En todo caso, la comunicación no verbal y específicamente la corporal tiene un peso determinante en nuestra comunicación e influirá, de forma decisiva, en nuestra capacidad de persuasión sobre la audiencia cuando hablemos en público. En este artículo nos referiremos a los tipos de gestos de la comunicación corporal.
Ekman y Friesen clasificaron los gestos que intervienen en nuestra comunicación no verbal en cinco tipos:
Emblemas. Son gestos con significado conocido tanto por el emisor como por los receptores. Habitualmente tienen significado internacional, aunque algunos pueden tener diferentes significados según el lugar. El pulgar en alto, sobresaliendo de una mano cerrada, en sentido de aceptación es un ejemplo de gesto emblemático universal de conformidad.
Ilustradores. Recalcan o enfatizan lo que se dice, sobre todo con las manos. No tienen una traducción en palabras pero las refuerza de forma importante. Son gestos muy culturales. Mientras en algunos sitios se enfatiza mucho lo que se dice con este tipo de gestos -como en Italia o Argentina-, en otras culturas, como la británica o la germana, tanto énfasis puede ser considerado un síntoma de poca educación.
Reguladores. Son los gestos que permiten que la comunicación sea bidireccional y muestran el interés de los conversadores. Son los gestos que hacemos para animar a la persona a seguir hablando, o los que advierten que no estamos de acuerdo con lo que escuchamos. También se utilizan para ceder y tomar la palabra cuando estamos hablando, sin pisarnos los unos a los otros. El tipo de saludo, por ejemplo, es un regulador con el que podemos decir, sin tener que hablar: “¡Qué alegría verte! Párate y charlamos un rato”, “¡Te he visto, pero tengo mucha prisa y no puedo pararme!” o un simple saludo de tránsito cortés, a una persona que saludas pero con la que nunca te paras a conversar.
Muestras de afecto. Son aquellos que muestran nuestro estado emocional, sea el que sea. El miedo ante un peligro, la alegría por la nota de un examen, la decepción de haber perdido el partido, el asco al cascar un huevo podrido, etcétera, son los gestos que se engloban dentro de este epígrafe.
Adaptadores. Y por último, y por ello los más importantes para hablar en público, llegamos a los adaptadores, que son los gestos involuntarios que hacemos cuando estamos lo suficientemente incómodos como para necesitar descargar nuestra tensión, nuestras ganas de irnos o nuestro disgusto en gestos no sólo involuntarios, sino casi siempre inconscientes para el emisor, por eso son tan importantes. Peinarse el pelo con los dedos abiertos, tocarse el lóbulo de la oreja, pellizcarse el cuello, jugar con el anillo o el reloj, sacudirse motas de polvo imaginarias, balancearse de un lado a otro, mirar por encima de la cabeza de los oyentes, ponerse y sacarse las gafas de forma repetida o tener un bolígrafo en la mano (no digamos si estamos haciendo el clic, clic), rascarse un brazo, tocarse el reloj o dar vueltas a un anillo mientras hablamos son parte de la amplia gama de gestos adaptadores.
Cuando hablemos en público y queramos dar una imagen de serenidad, control y temple es imprescindible que tus gestos, sobre todo los adaptadores no te traicionen, porque los oyentes, más allá de tus palabras, percibirán que algo no anda bien pero no sabrán el motivo; no sabrán si es que estás nervioso por estar hablando en público, si tienes algo que ocultar, si no dominas bien la materia o si estás mintiendo, por lo que tu mensaje llegará con reservas al auditorio.
Fuente: Blog de Marcelo Castelo