En la cultura tradicional china, mascar chicle no es algo que deba hacerse en actos importantes y protocolarios, ya que es visto como una gran falta de educación, incluso en la calle. Y precisamente mascar chicle es lo que hizo —en más de una ocasión Barack Obama— durante la pasada cumbre Asia Pacífico (APEC) que tuvo lugar en Pekín el 12 de noviembre, lo que desató un profundo malestar, difundido exponencialmente en las redes sociales chinas, que no sólo le acusaban de mal educado, sino también de querer provocar. De hecho, Obama mastica chicles a menudo —no sólo en China— ya que, por lo visto, son de nicotina, y le ayudan a evitar que fume.
Ese no fue el único acto que llamó la atención de los bloggers chinos y que se distribuyó en las redes sociales. Ese mismo día, en un acto, y mientras el Presidente chino, Xi Jinping, estaba distraído hablando con Obama, a su lado, su esposa hablaba con Vladimir Putin, seguramente del frío. Putin, sin dudarlo ni un ápice, se quitó la chaqueta y se la colocó él mismo a la primera dama, que se la quitó disimuladamente unos segundos después. La escena, que dice mucho de la «masculinidad» que siempre atesora Putin en toda su comunicación, corrió como la pólvora en redes sociales y fue rápidamente controlada por la censura, ya que se hablaba del intento de flirteo en las mismas narices del Presidente Xi.
La suerte para Putin, y especialmente para Xi, es que el chicle de Obama ocupó casi todas las conversaciones. Es un error grave del Presidente estadounidense no saber previamente que mascar chicle es interpretado como un insulto a los chinos. Y no es la primera vez que comete un error de este tipo, de puro protocolo, por no conocer la idiosincrasia del país que visita o cómo entenderán sus gestos en otras latitudes.
El caso más destacado se produjo en su visita a Birmania, en noviembre de 2012. Los guías turísticos ya advierten a los visitantes que no está bien visto besar o abrazar a las mujeres. Y, en su encuentro con la Premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, precisamente eso fue lo primero que hizo Obama, desatando una ola de críticas en el país. Suu Kyi intentó separarse, pero Obama, después de dos besos, incluso la abrazó, ante la estupefacción general. Dos años más tarde, y ese mismo mes, en una nueva visita, fue en cambio, Suu Kyi quien le abrazó, tal vez para mostrar una apertura en el país (recordemos que ella estuvo casada con el académico británico Michael Aris, fallecido en 1999, y sus hijos tienen pasaporte británico).
Otro sonado error fue su actuación ante la primera visita, en 2009, del primer ministro británico a la Casa Blanca estando Obama en el poder. Gordon Brown llevó regalos protocolarios, como una pluma ornamental hecha de la madera de la nave antiesclavista victoriana HMS Gannet y una valiosísima primera edición de la biografía de siete volúmenes de Churchill. Obama correspondió con una caja de 25 DVD clásicos americanos, que —para colmo— no podían verse en el Reino Unido. Un regalo que fue realmente insultante para el pueblo británico.
Estos errores de protocolo no son culpa de los políticos, sino de los consultores que no los han aleccionado correctamente. Pero aún peor que hacerlo en otros países, es hacerlo en el propio. El ejemplo paradigmático es el de Gerald Ford. En 1976, y en plena campaña por el voto latino en Texas, Ford se dispuso a comer un tamal, pero sin darse cuenta de que llevaba puesto el envoltorio. Lo mordió y cuando le avisaron, sonrió y siguió comiendo después de sacar el plástico. Pero el mal ya estaba hecho y fue portada en el The New York Times. Acababa de demostrar que no conocía la cultura de los latinos, aquellos a los que había ido a pedir el voto.
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Fuente: Blog de Antoni Gutiérrez-Rubí