Por: Daniel Eskibel
Algunos políticos están desapareciendo.
Están vivos, sí. Hacen política. Son candidatos o dirigentes o tal vez ocupan cargos. Van y vienen.
Pero su imagen se está esfumando. Se va borroneando en el cerebro de los votantes. Se va hundiendo en una nube gris de indiferencia y olvido.
Ellos todavía no lo perciben. Y todavía creen en un futuro luminoso. Pero algo ominoso y gris los va absorbiendo como un agujero negro. Es el gris pegajoso del anonimato, de la mediocridad y la intrascendencia.
Algunos aún pueden salvarse y trascender. Pero para ello deben darse cuenta, ya mismo, de esas sombras de gris que los están carcomiendo en silencio.
Algunos de los síntomas de ese gris que desvanece a un político son los siguientes:
- Es aburrido.
- Su nombre es difícil de recordar.
- Su comunicación es fría.
- Toma decisiones con excesiva lentitud.
- No le da importancia a la recaudación de fondos para la campaña.
- Solo escucha a quienes piensan igual que él.
- Su nombre es tan común que se mimetiza con el de otros.
- Su cara es inexpresiva.
- Cree que no necesita que nadie lo asesore.
- Habla de modo monocorde, todo-igual, siempre-igual.
- Se viste como si fuera un clon de sus colegas políticos.
- Intenta hablar de todos los temas sin dedicarse a ninguno.
- No estudia porque cree que le basta con hablar.
- Sus palabras no provocan imágenes visuales.
- Generalmente habla desde el ángulo jurídico y de procedimientos.
- Los votantes no lo identifican con ningún tema en especial.
- Habla con frases largas.
- El volumen de su voz es siempre el mismo.
- No contesta con rapidez y claridad las preguntas de los periodistas.
- Cree que es muy buen comunicador.
- Utiliza muchos argumentos para defender sus posiciones.
- Sonríe poco y de manera forzada.
- Su mirada es o bien apagada y algo ausente o bien dura y enojada.
- No produce frases memorables.
- Se rodea de personas que no se destacan en nada.
- Habla más de asuntos políticos que de los problemas de la gente.
- En el momento en el que habla está pensando en sus adversarios.
- Casi nunca demuestra entusiasmo.
- La política abarca casi la totalidad de sus intereses personales.
- Se molesta con las encuestas.
- No entiende por qué los periodistas no consideran noticia lo que dice.
- Brinda explicaciones muy largas.
- Utiliza muchas palabras complejas o propias de la jerga política.
- Antes de responder una pregunta necesita hacer una introducción explicativa.
- Las alianzas no están en lugar destacado de su agenda.
- Carece de estrategia a mediano y largo plazo.
- La psicología del votante y el marketing político le son ajenos.
- No se prepara para sus intervenciones públicas.
- Cree que entrenar sus habilidades mediáticas es una pérdida de tiempo.
- Está convencido de que es más persuasivo que un publicista.
- Nunca cuenta historias humanas de gente sencilla.
- Su biografía está completamente desconectada de su discurso político.
- No registra el vertiginoso ritmo de cambio de la sociedad.
- Sigue creyendo que la gente quiere ser conducida por los políticos.
- Imagina que todos prestan detenida atención mientras él habla.
- Cree que la gente vota ideas abstractas.
- Supone que el estado de ánimo del electorado coincide con el de su entorno.
- Cree que los conceptos son más persuasivos que las imágenes.
- Utiliza frases hechas y las repite hasta que suenan huecas.
- Los problemas reales de las personas no son su prioridad.
Hay más sombras de gris desvaneciendo a muchos políticos, por cierto. Pero estas 50 sombras muestran claramente la naturaleza de la amenaza.
¿Mi consejo?
Repasa una por cada cada una de estas 50 sombras. Piensa con rigor y frialdad si te está afectando. Y toma medidas enérgicas al respecto.
¿Qué pasa si no lo haces?
Pues que las sombras avanzarán. Y en algún momento tu imagen política estará atada, amordazada y con los ojos vendados. Entonces tu figura política se desvanecerá en el cerebro del votante.
Fuente: Blog Maquiavelo y Freud