Por: Diana Rubio
Largas colas de espera para estar a pocos metros de distancia, Lágrimas de emoción unidas a pósters, música, revistas, videos…todo material promocional es poco para explicar esa magia que algunos personajes del mundo de la farándula despiertan en jóvenes y no tan jóvenes cuando se nombra a su ídolo.
Si a ese fanatismo, unimos la posibilidad de pasar unas horas cara a cara con el, serán instantes que harán las delicias de quienes sueñan con ellos, y posiblemente tomarán esa anécdota como principal para contársela a sus nietos.
Este fenómeno que en ocasiones muchos tachan de enfermedad o síntomas de locura, tienen su propio espacio en sectores como el musical o el cinematográfico, siendo ambos quienes colman información acerca de la cantidad de fans que se mueven a su alrededor, incluso en las redes sociales, donde se abarrotan los mensajes, las fotografías y memes dedicados a ellos, para conseguir que su adorada figura se fijen en ellos y que en términos de comunicación (siempre guardando las distancias), podríamos calificar como creadores de impactos publicitarios que transmitan un mensaje a su público objetivo y consiga acercarse a el.
Todos realizan sus propias estrategias para estar cerca de su ídolo, tocarle, abrazarle aunque en ocasiones se jueguen la vida asaltando. Existen a su vez fanatismos enfermizos que han acabado con sentencias penales al mermar la libertad y seguridad de algunas personalidades.
Este conjunto de elementos que confluyen en masas y concurren unos con otros, caracterizando una determinada situación, si vamos un poco mas lejos, podemos decir que a la hora de celebrar un concierto, intervención en medios o visita a algún espacio, el fenómeno fan puede dar un giro y convertirse en un peligro del cual tener que resguardarse.
Este fenómeno también se observa en política, donde la admiración y el odio en ocasiones, podría medirse por los mismos parámetros que los producidos entre un cantante y sus fans. El político, tomando la tendencia del infoentretenimiento como propia, y creando un modelo de político pop, consigue persuadir a su público, que en ocasiones responde de una manera sobredimensionada a sus mensajes e intervenciones.
Levantan pasiones, también tienen su público y deben de cuidarlo a través de la empatía, los eventos y actos de cercanía, siempre que este fanatismo no llegue al extremo y peligre la integridad de quienes se concentren en un determinado momento con el fin de acercarse a él.
Si esas acciones, en términos políticos, unimos el fervor que muchos sienten por la ideología, el debate y lo bañamos con las redes sociales, tendremos un cóctel molotov que enseña el fanatismo político en estado puro.
Por tanto, el fomento del fanatismo tanto por los políticos como por otras figuras, sólo ayudan a demostrar en la mayor parte de los casos el animal que llevamos dentro y en ocasiones, sacará lo peor de quienes lo pongan en practica. Los fanatismos, en todos sus extremos nunca serán positivos.
Fuente: Blog Política y Protocolo