Por: Noelia Suárez
Unas enseñanzas que no solo sirven para los políticos de cara a la carrera electoral. Si tienes marcado en el calendario la fecha de un discurso y no sabes por donde empezar, quizá esta guía pueda ayudarte.
Primer paso: Fíjate un objetivo
Si el orador no tiene claro para qué habla, difícilmente va a convencer al público de que su solución es la correcta. Así que por mucho que Rajoy diga que los brotes verdes están aflorando, si no apunta a ellos, no podrá encontrarlos.
Para fijarlo solo hay que sentarse a pensar. ¿Obvio? Puede. ¿Absurdo? Quizá debas seguir leyendo si piensas eso…
Cuando un orador logra concentrarse sobre su discurso, podrá ver que las posibilidades para dar forma su pieza no son infinitas. De hecho, se encontrará con todo lo contrario: son limitadas y debe escoger entre ellas.
Segundo paso: Decídete ¿Informas o convences?
Cuando Montoro y compañía se ponen ante las cámaras para hablar de una nueva medida, quieren (o deberían querer) informarnos y satisfacer nuestra curiosidad sobre ella. En este sentido, captar la atención del público se vuelve de vital importancia para que los receptores lleguen a comprender el mensaje. Sino, solo será una oportunidad perdida.
Entregar todos los detalles es la mejor estrategia para hacerse cargo de a situación que el orador presenta. En los discursos informativos se presentan el pasado, el presente y la proyección futura de la medida. Una base a partir de la cuál se pueda tomar una decisión sin intención de influenciar al público en su opinión sobre ella.
El narrador intenta mostrarse neutral. No hay sorpresas ni suspense. La información es la protagonista y…
Oh, wait…
Realmente, esto ocurre en muy pocos (démosle el beneficio de la duda) aspectos del panorama político español. Y es que los oradores de los diferentes partidos lo que realmente buscan es influir en la audiencia que les escucha.
Aquí entra en juego el espectador. De hecho, ya lo dejó claro Carl I. Holland cuando, tras realizar experimentos en los cuarenta y los cincuenta, concluyó que la atención y la comprensión no eran suficiente.
La aceptación o el rechazo tienen un papel decisivo en el juego por lo que el orador, a la hora de planificar su discurso, debe tener claro qué quiere: ¿que la audiencia cambie de parecer? ¿que deseen el panorama que él les propone? o ¿que modifiquen sus valores?
Pongamos por ejemplo el caso de Albert Rivera. Si lo que pretende es convencernos de que Ciudadanos debe situarse en la Moncloa, deberá basarse en el razonamiento como recurso principal. Así lo hizo durante su semi-debate con Pablo Iglesias mediado por Jordi Évole en el que fue más concreto en materia económica que su contrario de la coleta. Pero una batalla ganada no es sinónimo de éxito en la guerra.
Y aunque las emociones tienen su puesto en este tipo de discursos, es un asiento secundario. Iglesias, Sánchez, Rajoy, Rivera y compañía, ya sabéis: un semblante imperturbable puede daros más puntos cuando lancéis un discurso informativo.
Tercer paso: No dudes, sabes que lo mejor es que te voten a ti
Pero lo realmente importante es que antes de convencer a alguien, debes ser el primero que esté convencido. Algo que se reflejará siempre en el lenguaje corporal y en la voz del orador (¿os he dicho ya que es el momento de practicar frente al espejo?).
A medida que tu voz vaya quebrando, se irán resquebrajando con ella los puntos de credibilidad que podías tener ganados. Por mucho que tu razonamiento haya podido ser sacado de las Conversaciones de Sócrates y Platón. Lo mismo ocurre si no le pones energía a ese razonamiento y resultas frío y lejano.
Recuerda: la fluidez ayuda aumentar la credibilidad. En cambio deja la actitud de mármol para el David de Miguel Ángel…
Cuarto paso: Motivación mode on
Vas a un mitin de tu partido. No necesitas convencerles de que te voten, porque están ahí por algo. Ya te quieren, ya les has conquistado y pagarían lo que fuera por esa corbata que llevas.
Lo que ellos necesitan es emoción y motivación y eso solo se consigue con un discurso breve. Si lo alargas caerás en una espiral de drama que, créeme, quieres evitar.
La clave, como recoge el Profesor Felicísimo Valbuena de la Universidad Complutense de Madrid, está en “estimular a una audiencia. La emoción, aquí, es sólo un paso para conseguir que la audiencia actúe. La voz está llena de energía, sin vacilaciones y el orador debe saber hablar en tres dimensiones: con imágenes vívidas para hacer concreta una manera de actuar, con recursos sonoros, para que la audiencia capte y retenga los medios que le conducen a los objetivos, con lenguaje corporal que irradie energía hasta conseguir que la audiencia se ponga a actuar”. Puede que el famoso “Yes, We Can” fuera por ahí…
Quinto paso: La audiencia, a examen
Parece innecesario decir esto, pero no todas las audiencias son iguales. Si vas a dirigirte a un grupo de Podemos, no puedes hacerlo con traje y corbata. Y si piensas dirigirte al séquito de Albert Rivera, será mejor que, antes te eches un poco de gomina. O no, nunca se sabe.
Lo cierto es que a eso solo podrás responder si les conoces antes. Y visto lo que está en juego, es mejor irse poniendo a estudiar.
De hecho, como muchos autores afirmarían solo conociéndoles podrás estructurar correctamente tu mensaje. Las palabras de Valbuena lo dejan claro: “El sentido de la preparación de un discurso estriba en que el emisor va acercando en su mente cada vez más el mensaje a la audiencia y la audiencia al mensaje”.
Por tanto, al hablar a una audiencia con un nivel cultural bajo, palabras indescifrables no son la solución. Además, cuando se trata de influir a esa audiencia, no basta con identificar su nivel cultural. El orador debe ser consciente de la actitud que su audiencia presenta hacia él, hacia el tema del que habla y, muy importante, hacia la organización que representa. Porque seamos claros, un votante del PSOE de 75 años no mira con muy buenos ojos a cualquiera que lleve el broche de la gaviota.
Fuente: RweasonWhy.es