Por: Fernando Barrientos del Monte
Muchos se adjudican o les adjudican, sin mérito alguno, el título de politólogo. En nuestros días, sobre todo en los diarios y la televisión, aparecen periodistas de poca monta, que piensan que, por decirlo ellos, sus palabras son verdad (Peor aún, periodistas que estudiaron -o al menos eso aparece en sus currículos- ciencia política pero que opinan como si nunca la hubieran estudiado). La profesión de politólogo no es una profesión feliz, como dijo alguna vez Gabriel A. Almond. Traduzco aquí un texto del Prof. Gianfranco Pasquino sobre el rol del politólogo. Reduje en la medida de lo posible las referencias al caso italiano, pero como sea, es un texto que invita a la reflexión. (Al final la bibliografía).
POLITÓLOGOS
Si existe alguien que debería tener el máximo cuidado al usar las «palabras de la política» es sin duda el politólogo. La claridad y la limpieza conceptual constituyen el primer y más importante principio de su deontología profesional. La manipulación de las palabras debe dejarse a los políticos, la desmitificación a los politólogos. Entre unos y otros, empero, se contraponen los ambiciosos comentaristas de la política, periodistas de los más disparatados géneros, e inclusive agudos estudiosos de otras disciplinas que poco o nada tienen que ver con la ciencia política y que cotidianamente reciben la distinción de «politólogos» y no se preocupan de desmentirlo. De hecho, debe decirse que se complacen con arrojo de ello. Si con ésta distribución del apelativo «politólogo» el análisis de la política en Italia o en el mundo hiciese apreciables avances, no existiría ninguna objeción.
Por el contrario, los politólogos de los diarios y la radio, de fácil y pronta opinión, regularmente provienen del trash y terminan en el chisme, despreciando o decretando el fin de la privacidad e imaginando escenarios que con la política, con su estudio y su comprensión, poco a nada tienen que ver. En síntesis, usurpan el título de politólogo, pero nada tratan de aprender y nada tienen que enseñar.
Aquí no se trata ni de defender la materia, la ciencia política, ni de preservar la pureza de una profesión que debería saber hacerlo por sí sola gracias a la capacidad y prestigio de sus cultores. Es necesario por lo tanto afianzar algunos puntos en relación al análisis de la política con el objetivo de hacer un servicio útil a aquellos que tienen un genuino interés en comprender un poco más. Es probable que un buen análisis de la política sirva también a un noble objetivo: difundir, acrecentar y fortificar el raro y escaso sentido cívico de los italianos [u otros]. Con éste objetivo parece oportuno empezar desde las ideas de dos de los más importantes politólogos italianos de la posguerra: Norberto Bobbio y Giovanni Sartori.
No propiamente «politólogo», e incluso para nada deseoso de ser definido como tal, empero Bobbio decidió, y no por casualidad, escribir las voces Política y Ciencia Política en el famoso Diccionario de Política. Su acercamiento hacia la ciencia política fue ambivalente. Reconoció la importancia y la relevancia así como la decrepitud del pensamiento político italiano, pero «sentía» que había algo, en particular en la ciencia política de los Estados Unidos, hoy cuantitativamente dominante, que no lo convencía. De manera precisa, Bobbio considera que la ciencia política, que nace y prospera en los regímenes democráticos, no era la adecuada para indicar las vías de la transformación y las soluciones a conseguir. Quizá, en extrema síntesis, la ciencia política existente permanecería confinada «en un contexto social e ideológico» en el cual prosperaría solo «una política no ideologizada». Dicho por un filósofo de la política, igualmente crítico de su disciplina, cuando los filósofos se aventuraban a delinear el mejor de los mundos posibles, y de las ideologías, especialmente del marxismo, su crítica parece un cumplido a la ciencia política. En los hechos, Bobbio pone como tarea de la ciencia política «el de poner bajo análisis, y eventualmente poner en cuestión, la misma ideología de la política científica […] poniendo en relieve sus límites y las condiciones de su actuar e indicando las eventuales líneas de su desarrollo». Como sea, aún cuando la ciencia política fuera interpretada de manera un tanto reductiva como la ciencia de y en (incluso también de las) democracias (y no necesariamente solo de éstas) pacíficas, se abría la cuestión del porqué los regímenes totalitarios y autoritarios y, hoy, naturalmente, también los regímenes y movimientos fundamentalistas, no se limitan solo a obstaculizarla, sino también que traten de derrotarla.
El fascismo tuvo una vida relativamente fácil al impedir el desarrollo de la investigación politológica italiana, que de su parte, una vez completada la teoría de la clase política, había dado ya señales de desaparición. Por el contrario, el nazismo tuvo que eliminar u obligar al exilio a todos los politólogos existentes en la República de Weimar que, evidentemente y a su modo consideraba un peligro consistente. Obviamente, el marxismo-leninismo, que no es una «ciencia de la política», ni mucho menos su versión momificada y oficializada que se practicaba en los regímenes comunistas de Europa centro-oriental y en la Unión Soviética (y más allá como en China y Cuba) no es compatible con la ciencia política. Todos éstos elementos son hostiles a la ciencia política. En un afortunado y breve ensayo, Bobbio se pregunta porqué el marxismo no desarrolló una teoría del Estado. Escapando de las vagas elaboraciones de los intelectuales comunistas en ese entonces orgánicos a su partido, la respuesta es simple: porque ni siquiera la más elaborada de las versiones del marxismo logra observar la ciencia de un fenómeno, en éste caso la política, porque la trata de destruir.
Cuando a mitad de los años 50’s con la publicación de un libro fundamental,Democracia y definiciones, Giovanni Sartori inicia su actividad como científico de la política, su respuesta fue al corazón de la manipulación del lenguaje y de su uso político-ideológico.
Responsable de la introducción del término «politólogo» con el objetivo de contraponerlo verticalmente al término de «sociólogo», Sartori trató de conseguir dos objetivos. El primero, diferenciar clara y convincentemente la ciencia política de todas las otras disciplinas que legítimamente se dedican con diversas maneras y métodos a analizar la política: la historia política, la filosofía política, la sociología política y el derecho, en manera particular, el derecho constitucional. El segundo objetivo fue el de fundar y utilizar la ciencia política como un saber aplicable, un conjunto de conocimientos y de cuasi-teorías que no permanecen estancadas y ajenas de la realidad, si no que tratan de explicarla y, en la medida de lo posible y del deseo, cambiarla.
Naturalmente cualquier opinión o comentario político puede ser plausible, empero, su validez se mide en su capacidad, primero, de explicar los hechos, después, de prevenirlos, y finalmente, sobre la posibilidad de sugerir posibles líneas de intervención operativa. Para tener éxito, Sartori sostiene que es indispensable recurrir al método comparado. Solo quien conoce las reglas, los procedimientos, las instituciones de una pluralidad de países, tiene la capacidad de entender las diferencias y similitudes, de valorar las incidencias, de prever las consecuencias y eventualmente proponer la imitación. Bajo determinadas condiciones, la ingeniería constitucional comparada ofrece significativas oportunidades de conocimientos políticos aplicados. Sartori mismo lo ha convincentemente practicado en su versión crítica de las propuestas y las reformas, en particular, las electorales, que los aventurados hombres de la política italiana han desconsideradamente efectuado a partir de 1994.
La ciencia política aplicada funciona en base a una simple proposición que delinea la formulación de teorías probabilísticas. Disponemos de una teoría probabilística cuando tenemos la posibilidad de sostener que «cada vez que existen o aparecen las condiciones a, b, y c, es probable que se presenten los fenómenos x, y o z». Las teorías probabilísticas, que son estructuradas como previsiones, pueden ser fácilmente sometidas a verificación y eventualmente reformuladas.
Aquí es necesario subrayar que los comentaristas y los periodistas llamados «politólogos» no recurren nunca, ni siquiera implícitamente, a explicaciones/previsiones formuladas como relaciones entre condiciones y efectos. Además, regularmente definen su objeto de manera imprecisa y desarrollan sus consideraciones teniendo como único referente el caso italiano (o en otras latitudes, sólo la realidad de su propio país) por ejemplo, descubriendo en un modo extraño e inexistente -para el caso italiano- un «premier» que se basa en la elección directa del primer ministro. Estos «politólogos» permanecen siempre en el recinto doméstico de los casos y fenómenos aparentemente excepcionales, sin embargo son «provincianos»; en éste ejemplo, es cuanto ha sucedido en la mayor parte del análisis de la transición de la primera fase de la República italiana a la fase actual iniciada en 1994, obviamente sin ninguna construcción teórica.
Responsables del deprimente resultado, no fueron los modelos y tecnicismos de los politólogos profesionistas, comenzando por Giovanni Sartori, regularmente acusados de haber excedido las críticas pero nunca haber puesto a prueba las propuestas. Fue memorable la primavera de 1998 cuando D’Alema, presidente de las Cámaras, invitó a «politólogos» con el objetivo que hicieran sus enmiendas al texto de reforma electoral aprobado por la comisión. Los politólogos escribieron y sometieron. Pero D’Alema no los tomó después en cuenta, y los trabajos de la comisión fracasaron miserablemente. Son los políticos, por el contrario, los responsables, de la mixtura de particularidades e ignorancia politológica, de las dos leyes electorales, mattarellum (v.) yporcellum (v.) que han signado la hasta ahora incompleta transición institucional. Cuando la mayoría de los politólogos italianos que se dedican al estudio de los sistemas electorales sugerían fuertemente la adopción de la segunda vuelta electoral tipo francés, los políticos eligieron, primero, un sistema mixto en el que prevalece el sistema de mayoría, con una bizarra cláusula para la obtención (ricupero) de escaños proporcionales, además de una inédita representación proporcional por listas regionales cerradas con un premio de mayoría y cláusula de acceso al parlamento. La consecuencia ha sido hasta ahora una tremenda desilusión y negatividad prevista por los politólogos profesionales.
Casi por todas partes los científicos de la política, europeos y occidentales, no solo politólogos, analizan y critican el funcionamiento de sus instituciones y de sus partidos. Desde hace tiempo -y no debiera sorprender- analizan y critican la Unión Europea, sugiriendo nuevas formas de operación. Sin embargo, desde hace poco por todas partes se manifiesta una línea divisoria dentro de la ciencia política.
De un lado están aquellos que consideran no solo muy difícil, sino incluso peligroso para la ciencia política, tratar de buscar que sus conocimientos sean aplicables. Hay que controlar muchas variables y, en definitiva, se considera que la intervención operativa corresponda sólo a los políticos que manipulan y se equivocan, o que simplemente deben oponerse. En una forma más precisa, si los científicos políticos tienen el saber, es decir, el conocimiento abundante, confiable y verificable, los hombres de la política tienen el poder. Son ellos quienes deciden que cosas, cómo y cuando aplicar el saber politológico.
Por otro lado se ubican los científicos políticos que consideran que su trabajo sería trunco si no logra inmiscuirse en al menos sugerir formas de operación política, presentándolas y ofreciéndolas en forma transparente no sólo a los hombres de la política, sino también a la opinión pública y a todos aquellos, dirigentes de partido y a los líderes de las asociaciones y movimientos que quieran aprovecharlas. Si no funcionara la ciencia política de ésta forma sería una disciplina que vendría a menos en su objetivo, que desde Aristóteles a Maquiavelo, y de Tocqueville a nuestros días, de mejorar la política y la calidad de los sistemas políticos en la medida de la credibilidad de sus análisis comparados y sobre la aplicabilidad de sus propuestas.
Gianfranco Pasquino. 2010. voz “Politologi“, en Le parole della politica, Bologna, Il Mulino. pp. 132-137. Trad. Fernando Barrientos.
Fuente: Blog Crítica Ácida