Pérez tenía vocación de servicio público. Estaba dotado para los números y sus profesores quedaron decepcionados cuando decidió estudiar Derecho, en lugar de otra disciplina más acorde a sus habilidades. Pérez siempre había destacado por ser un líder innato. En la escuela y en el barrio lo elegían representante de manera natural. Pérez cumplía sus funciones con solvencia y humildad. Era amigo de casi todos, pero enfurecía y podía transformarse en un ogro cuando de combatir una injusticia se trataba.
Venció las materias de la universidad sin dificultad y en el tiempo establecido. Durante los últimos semestres consiguió hacer prácticas en los juzgados y se graduó con honores. Casi de inmediato obtuvo una beca para estudiar en España una maestría en derecho constitucional. Retornó al país a los dos años y abrió su bufete en una zona popular. Tuvo muchas ofertas para trabajar en firmas reconocidas, en empresas privadas, bancos y, claro, también en la administración pública. Por su vocación, Pérez estuvo tentado de aceptar algún puesto, pero no estuvo dispuesto a “jurar al partido” para obtenerlo. Así, se quedó atendiendo todo tipo de causas y ganando experiencia en casi todos los ámbitos de aplicación del derecho.
A su bufete llegaban todo tipo de personas con sus conflictos a cuestas. Pérez siempre trataba de conciliar antes que pleitear. Su ecuanimidad y sentido de justicia fueron trascendiendo y en poco tiempo los clientes llegaban de toda la ciudad e inclusive del interior del país para encontrar consejo idóneo y oportuno.
Pérez creía en la gente y en el potencial de las instituciones, pero no era ingenuo. Durante mucho tiempo había batallado cotidianamente contra la corrupción, la venalidad y las malas artes de las autoridades, y de los administradores de justicia. Se había convertido en un experto para nadar en esas aguas inmundas y procelosas sin mancharse y sin caer en la tentación de abrir la mano. Su fe en los demás estaba firmemente asentada en su experiencia: los buenos eran muchísimos más que los malos y de hecho, en varios años, se hizo parte de un círculo de jóvenes, mujeres y hombres, que se reunían para reflexionar sobre el futuro y cómo hacer para mejorar las cosas.
Un día, un anciano que conocía a Pérez desde niño lo convenció de que la única forma que había para realmente incidir en la solución de los problemas era participando activamente en la política y, a través de ella, en la administración y el gobierno de los asuntos públicos. Así, Pérez, junto a sus compañeras y compañeros de círculo, fundaron un partido y decidieron participar en las elecciones generales.
¿Cuál será ahora nuestro programa?, se preguntaron los integrantes de la flamante organización. Pérez respondió con absoluta seguridad: muy simple, el cumplimiento de la ley. Toda nuestra problemática en materia social, económica, seguridad, cultura, justicia, educación, salud, vivienda, etcétera se empezaría a resolver si tan sólo cumpliéramos la ley. La mayoría de nuestros problemas y carencias son tales porque la ley no se cumple. Si somos capaces de lograr que la gente entienda que cumpliendo la ley nos irá a todos mejor, estoy seguro que progresaremos y seremos un país muy próspero y poderoso a corto plazo, sentenció Pérez.
Debemos cumplir la ley desde lo más simple a lo más complejo. Ya todo está escrito, no hay que inventar la pólvora. Desde botar el papel en el tacho de la basura, no pasarnos en rojo el semáforo, respetar las filas, hasta no delinquir y pagar cada uno nuestros impuestos según nuestros ingresos. Si cumplimos la ley seremos grandes, continuó Pérez.
¿Así nomás?, dijo Susana con mirada escéptica. ¿Tú crees que alguien votará por nosotros con ese planteamiento?, dijo. No sé si ganaremos las elecciones con esta propuesta respondió Pérez, pero estoy seguro que cualquier otra que no parta de este principio no tiene sentido ni viabilidad. Sólo cuando se cumple la ley hay esperanza, lo demás … es lo de menos.