11 de diciembre de 1936. Eduardo VIII ofrece un memorable discurso de menos de siete minutos en la BBC, explicando que renunciaba al trono por amor: “Hace unas horas he cumplido con mi último deber como rey y emperador… Deben creerme cuando les digo que se me ha hecho imposible portar el pesado fardo de responsabilidades y asumir mis deberes de rey sin la ayuda y el apoyo de la mujer que amo”, confesó. Así, su hermano Jorge VI tomó (por obligación) el relevo y Eduardo pudo iniciar una nueva vida junto a la mujer que amaba.
8 de agosto de 1974. Richard Nixon anuncia, en un tenso discurso televisado de 15 minutos, que dimite como presidente de Estados Unidos. Dos años antes, durante la noche del 17 de junio de 1972, cinco hombres habían sido detenidos, mientras espiaban en las oficinas del Comité Nacional del Partido Demócrata, situado en el complejo Watergate de Washington D.C. Todos los indicios revelan que el presidente estaba al tanto de la operación. El 9 de agosto de 1974, tras una emocionada despedida de los trabajadores de la Casa Blanca, Nixon se subió por última vez al helicóptero oficial, haciendo un “victorioso” saludo desde la escalerilla, una icónica imagen que ha pasado a formar parte de la retina de la historia política contemporánea.
29 de enero de 1981. Televisión Española interrumpe sus emisiones a las 19:40 horas para transmitir una alocución del presidente Adolfo Suárez. Sentado tras su mesa de despacho Suárez leyó con firmeza su discurso, mirando constantemente a la cámara, es decir, a los ciudadanos. El texto íntegro del discurso duró 12 minutos, y comenzó así: “Hay momentos en la vida de todo hombre en los que se asume un especial sentido de la responsabilidad”.
25 de diciembre de 1991. Mijail Gorbachov pronuncia ante las cámaras las siguientes palabras: “Dada la situación creada por la formación de la Comunidad de Estados Independientes, ceso en mi cargo de presidente”. Así comunicó su salida del Kremlin. Fue la primera frase de un mensaje de 12 minutos en el que no hubo palabras amargas. Por el contrario, intentó transmitir confianza en un futuro mejor, invitando a sus conciudadanos a “conservar las conquistas democráticas? a no renunciar a ellas bajo ningún concepto”.
26 de agosto de 2011. El primer ministro japonés, Naoto Kan, presentó su dimisión, a sus 64 años, como presidente del gobernante Partido Democrático de Japón, acosado por el insostenible endeudamiento del país y desbordado por su criticada gestión del peor desastre sufrido por Japón desde la Segunda Guerra Mundial: el accidente de la central nuclear de Fukushima, el 11 de marzo de 2011.
17 de febrero de 2012. “Dimito como presidente federal para abrir camino a mi sucesor”. Así anunció, en menos de cuatro minutos, su renuncia al cargo el presidente alemán, Christian Wulff, acosado por casos de corrupción y tráfico de influencias. “He cometido errores pero siempre he actuado conforme a la ley” dijo Wulff, un día después de que la fiscalía de Hannover exigiera que le fuera levantada la inmunidad por el Bundestag, por aceptar regalos y favores de empresarios alemanes. Era la primera vez en la historia de Alemania que un presidente federal enfrentaba una solicitud de desafuero a petición de la justicia.
2 de junio de 2014. El rey de España Juan Carlos I, a los 76 años de edad, anuncia que abdica en un discurso de apenas seis minutos. El monarca pone fin a 39 años de reinado y cede la Corona a su hijo,Felipe VI. Solo en España, 5 millones de personas vieron su discurso televisado en directo, logrando un 79,3% de cuota de pantalla en el conjunto de las 22 cadenas que emitieron la alocución. Las últimas palabras del rey fueron “guardo y guardaré siempre a España en lo más hondo de mi corazón”.
Hay muchos más ejemplos, pero basten esos siete momentos históricos para mostrar la importancia de un ritual crucial en la vida de cualquier alto líder: su discurso de dimisión.
Renunciar a un cargo no es fácil. Y, como demuestra la historia, los motivos que empujan al protagonista a tomar tal decisión son muy variopintos: puede ser por amor, puede ser por acusaciones de corrupción, puede ser por la edad, puede ser por incompetencia o, sencillamente, puede estar propiciada por pura estrategia política. Sin embargo, hay algo común a todos ellos: se trata de una liturgia, se trata de una escenificación de la dimisión, encarnada en solemnes discursos pronunciados ante la nación, retransmitidos bien a través de la radio o bien a través de la televisión (y, por supuesto, también a través de Internet, y siempre recogidos por la prensa).
El discurso de dimisión es un ritual tan necesario como imprescindible para comunicar el paso dado. Forma parte del rendimiento de cuentas ante la opinión pública de aquellos que gestionan nuestras instituciones. Suelen ser discursos que rara vez superan los 15 minutos, muy personales y llenos de solemnidad. Visualmente suelen ir acompañados de elementos dramatúrgicos y simbólicos como, por ejemplo, banderas, despachos oficiales, escenarios preparados ad hoc o cuadros, tapices y fotografías que subrayan la importancia del contexto.
El alto cargo que dimite sabe que es un momento de consternación. Y, por lo tanto, suele preparar el discurso con su equipo, no improvisa. Las palabras, las frases, están bien medidas (cinceladas, normalmente, con la ayuda de un logógrafo -un asesor experto en redactar discursos políticos- para explicar bien los motivos que llevan al líder a abandonar sus responsabilidades).
Los discursos de dimisión tratan, en esencia, de esculpir bien el cierre de una narrativa, el fin anticipado de una gestión. Y es que dimitir forma parte de las reglas del juego democrático (aunque algunos políticos aún no lo sepan).
Fuente: laopiniondezamora.es