Por: Daniel Eskibel
Una riña de gallos.
En el centro del lugar, dos gallos se pelean violentamente. Se atacan con ferocidad. Altivos, furiosos, dispuestos a todo. Lastiman. Hieren. Salta la sangre. Siguen peleando escandalosa y salvajemente.
A su alrededor cantidad de personas que gritan. No se pierden detalles de cada ataque. Apuestan al que ven más entero, más duro, más agresivo.
Es terrible, lo sé.
Pero ocurre en muchos lugares de América Latina.
¿Te imaginas la escena, los gritos, las caras, los gestos, la pelea, la sangre?
Bien. Algunos políticos creen que así es como las personas deciden su voto. Como si fueran espectadores de una riña de gallos.
Tal vez no lo confiesan, pero así actúan. Observa cómo son sus ideas y sus prácticas de comunicación política:
- Ven la política como un combate encarnizado.
- Salen al ruedo desafiantes y orgullosos como gallos de pelea.
- Atacan duro a su rival.
- Creen que la comunicación política es una competencia agresiva en la que hay que “pegarle” a los rivales para desarmarlos frente al público.
- Creen que cuanto más duro peguen mejor serán recompensados por el público que observa.
- Y por lo tanto cultivan con esmero su artillería verbal.
Entonces salen a los medios enojados, irónicos, hirientes. A veces sus palabras son demoledoras. Y se convencen que el rival quedó “muerto” con su ataque. Y disfrutan de los aplausos de quienes se sienten identificados con su enojo.
Ese es el santo y seña de su comunicación política.
Tiempo después pierden las elecciones. Porque la gente no actúa frente a la política como si estuviera ante una riña de gallos.
¿Qué efectos psicológicos sobre el electorado tiene el ataque de un político contra otro?
¿Cual es la emoción que siente el votante cuando ve y/o escucha el ataque?
Enojo. Ese es el efecto. Eso es lo que sienten. Enojo. Ven al político muy enojado ante las cámaras de televisión y en ese mismo momento sienten enojo.
La gran cuestión es contra quién se dirige el enojo:
- El núcleo duro de los simpatizantes del atacante sienten enojo hacia el atacado y radicalizan su posición contra él.
- El núcleo duro de los simpatizantes del atacado sienten enojo contra el atacante y cierran filas para defenderlo. No lo abandonan sino que se radicalizan en su defensa.
¿Y el resto, o sea la mayoría de la población?
- Algunos no sienten nada porque están tan afuera del mundo político que ni se enteran, y si lo hacen es muy superficialmente.
- El resto siente un enojo más difuso, como una cierta carga de agresividad que le está transmitiendo el atacante. Si este tipo de escenas se reitera, entonces lo más probable es que sientan enojo cada vez que ven a ese político, al enojado, al que ataca. Es una asociación mental muy simple y muy efectiva. Lo ven agresivo y sienten enojo, lo ven agresivo otra vez y vuelven a sentir enojo…y así sucesivamente hasta que un día simplemente lo ven y sienten ese enojo.
Obviamente que nadie vota a un político cuya sola presencia, imagen o recuerdo despierta enojo en el votante. No importa si tiene razón. Lo que importa es que lo que dice suscita emociones desagradables y por lo tanto construye una enorme barrera con el electorado.
Por eso el político enojado tiene, sí, su cuarto de hora de notoriedad. Pero el cuarto de hora termina, la notoriedad no le sirve para nada y el público termina olvidándolo. Y aunque no lo olvide literalmente, tampoco le confiere responsabilidades importantes.
Porque el público sabe que la política no es una riña de gallos. Y lo que espera es solución a sus problemas.
PD: no dejes que tu propio partido político caiga en esta trampa. Comparte con ellos este artículo.
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Fuente: Blog Maquiavelo&Freud