Por: Paula Pérez Sobrino
Estados Unidos, elecciones presidenciales. Un ficticio presidente demócrata que ya ha anunciado que no se va a presentar a la presidencia se define “proelección” con respecto al derecho de las mujeres a abortar, y le deja el marrón a su vicepresidenta, inmersa en plena campaña política, de posicionarse en el tema. Y rápido.
Las encuestas dicen que la mayoría del electorado norteamericano contestaría con un “no sé/no contesto” al número de semanas a las que sería aceptable interrumpir el embarazo. A nuestra vicepresidenta le preocupa que, si propone demasiadas semanas, va a sonar demasiado liberal y feminista; pero si propone de menos, va a perder el voto femenino. Siendo la única candidata a las elecciones presidenciales, es más que probable que su opinión se considere la más auténtica y genuina puesto que el tema le afecta directamente. Su equipo le aconseja que, haga lo que haga, comience sus frases con “Como mujer…” para conectar con el electorado. Pero nuestra vicepresidenta sabe que atraer demasiada atención sobre la cuestión de género es peligroso en política, y lo resume brillantemente con esta frase: “No puedo identificarme como mujer. La gente no debe saberlo. Los hombres lo odian. Y también las mujeres que odian a las mujeres – que creo que son la mayoría de las mujeres”.
Esta escena de la serie Veep ilustra con gran maestría (y un toque de cinismo) el doble trabajo que deben llevar a cabo las mujeres en política: deben enfatizar sus ideas políticas a la par que eliminar posibles inferencias derivadas de el hecho de ser mujeres. Aparte del de Selina Meyer, hay otros grandes ejemplos que arrojan luz sobre el cinismo presente en el sistema político. Claire Underwood encarna uno de los más duros pragmatismos vistos jamás en televisión, hasta el punto de haber sido calificada como guerrera, feminista, y antiheroína. Aunque con menos crudeza, los calificativos también se aplican a Birgitte Nyborg, de Borgen. Las primera escena de la serie ya anuncia tormenta al concatenar una cita de Maquiavelo sobre la guerra con un primer plano de una brocha de maquillaje. Desde la idiosincrasia de cada uno de estos géneros (comedia, drama, y thriller político, respectivamente) se exploran los diferentes matices ocultos tras una misma realidad: las mujeres siguen atrapadas entre estos dos mundos, y esta bipolaridad las convierte en versátiles, resilientes, a veces indecisas, y en ocasiones forzadas a operar fuera del sistema.
La ausencia de un escenario visible y delimitado no solo se circunscribe a las mujeres en política. Afecta también a otros colectivos, como el de los políticos progresistas. En su influyente Don’t Think of an Elephant, George Lakoff atribuye el fracaso electoral de los demócratas a la ausencia de un discurso con conceptos propios y pone este ejemplo con el que comienza sus clases de lingüística cognitiva en Berkeley: “Si os digo que no penséis en un elefante [en alusión a la mascota del partido republicano en EEUU], ¿qué es lo primero que hacéis?”. Exacto, pensar en un elefante. Eso fue lo que marcó el principio del fin de la carrera política de Nixon cuando negó ser un chorizo. Desde las ciencias cognitivas se ha demostrado que la mente humana no se rige por premisas basadas en verdadero o falso, sino por medio de la evocación de conceptos en torno a marcos mentales. Un marco es un complejo de ideas que se activan de forma conjunta y estructuran nuestra forma de ver el mundo, dan forma a nuestros objetivos, y nos ayudan a valorar los resultados de nuestras acciones como buenos o malos. Los marcos ni se ven ni se oyen, sino que se activan por medio del lenguaje. Negar un concepto, por tanto, no hace más que activar el concepto (y/o peor aún, reforzarlo).
De acuerdo con Lakoff, los republicanos tienen su propio marco, el del “padre autoritario”, que justifica las acciones de los gobiernos conservadores. El marco mental del padre autoritario establece que debe proteger y apoyar a su familia en un mundo peligroso, y enseñar a sus hijos lo que está bien y lo que está mal. ¿Qué nos dice este marco de la mentalidad conservadora? Que es inmoral apoyar por medio de programas sociales a los ciudadanos que no se lo merecen porque no van a desarrollar suficiente disciplina para ser independientes. Por ende, es moral incentivar a los hijos disciplinados que han hecho sus deberes por medio de, por ejemplo, bajadas de impuestos. Esto también tiene sus efectos en la política exterior de un país. Un padre autoritario no dialoga: impone su criterio para corregir aquello que es inmoral de acuerdo con su mentalidad. Y de ahí las consecuencias desastrosas de la acción exterior de EEUU en 2004. Durante muchos años, los demócratas se han dedicado a argumentar las desventajas de las políticas conservadoras sin reparar en que no hacían sino consolidarlas. No ha sido hasta hace poco que han empezado a construir su discurso en torno a un nuevo marco, el del “padre compasivo” (Lakoff tiene un blog que en el que evalúa día a día lo que las ciencias cognitivas nos dicen de este y otros marcos mentales).
¿Es quizá un problema de marcos el de la feminización de la política? Ciertamente, existe un estilo discursivo femenino y masculino en política, por lo que cabría pensar que hay dos posibles marcos. Según Terry Robertson, el discurso femenino se caracteriza por un tono más personal, mayor importancia de las experiencias personales, estructura de forma inductiva (de lo concreto a lo general), invita a la participación y se identifica con sus públicos. El discurso masculino, por el contrario, es por lo general deductivo, reafirma sus conocimientos, se basa en argumentos de autoridad y recurre a ejemplos impersonales que no conectan directamente con sus públicos. Sin embargo, los vídeos de las candidatas políticas indican una clara preferencia por las estrategias discursivas masculinas. En un estudio que analizó las estrategias comunicativas de las candidatas femeninas en seis videos de campañas estadounidenses se puso en evidencia que la estrategia agresiva funcionó mejor que la pasiva, y que un foco predominante en la carrera profesional (en vez de la familia) propició una mejor valoración de la candidata. En otro estudio se demostró de nuevo que las personalidades de las candidatas se reforzaba los valores masculinos que se consideraban necesarias para el buen liderazgo. Una investigación mucho más reciente aportó un matiz interesante, que tiene que ver con la interferencia de los estereotipos de partido con los de género. En el caso de las demócratas, los valores progresistas pueden jugar en contra de la imagen que las candidatas desean transmitir – competencia y dureza (tal fue la transición en el discurso de Hillary Clinton como primera dama a secretaria de estado y candidata presidencial). Las candidatas más conservadoras tienen menos presión por transmitir esta imagen, puesto que ya viene implicada por la personalidad del partido.
Elementos no verbales, como el vestuario o el maquillaje, también puede activar marcos mentales. Las mujeres políticas no cuentan con un uniforme de trabajo como sus homólogos masculinos (traje oscuro, camisa blanca, corbata), por lo que cualquier elemento está sujeto a comentario. Si visten de forma muy masculina, pueden ser percibidas como amenazantes; y si visten muy femeninas, pueden parecer menos profesionales. Esta disyuntiva se refleja de forma muy acertada en el primer capítulo de Borgen, en el que Birgitte teme que el escote de su vestido la haga parecer demasiado frívola y voluptuosa. Las políticas británicas han tomado la iniciativa en manifestar sus quejas a este respecto cuando la conservadora Louise Mensch se quejó de que el papel de las mujeres en política se trivializa por sus decisiones de moda, y no le falta razón. Y si no, ¿a qué se refiere exactamente este artículo en el que se analiza por qué Susana Díaz no quiere mostrar “su lado más femenino” al rehusar llevar vestidos o faldas?
El principal error de este y otros artículos es identificar el estilo discursivo femenino con las mujeres. La feminización de la política no tiene nada que ver con la vestimenta, ni con los valores defendidos (ya que al fin y al cabo son los del partido). Es fundamental aclarar que no solo se trata de aumentar el número de mujeres en el parlamento o de vestir de una u otra manera, sino también de utilizar estrategias comunicativas que busquen empoderar al interlocutor como agente del cambio. Estudios recientes apuntan a las ventajas de que los hombres utilicen estrategias discursivas femeninas en función del objetivo político que persigan. En concreto, se ha identificado una mayor incidencia del estilo femenino en discursos inaugurales, que es en donde el líder informa a electorado de sus intenciones, que en los discursos de aceptación, en los que los candidatos prefieren un enfoque discursivo más masculino que enfatice sus fortalezas frente a sus competidores de cara a unas elecciones generales. Esta visión está ganando popularidad, y puede ayudar a visibilizar (y de paso, mejorar) el status del marco mental de la mujer en la política. De acuerdo con Gerzema y Michael D’Antonio, autores del libro The Athena Doctrine, en un mundo cada vez más social, transparente e interdependiente, los valores tradicionalmente asociados a la masculinidad (decisión, agresividad, orgullo y análisis) ya no pueden garantizar la supervivencia de las sociedades. Son otro tipo de valores, denominados “femeninos” (como la escucha active, la colaboración, flexibilidad, y crédito colectivo), los que sí pueden ayudar a abordar con éxito? los desafíos contemporáneos. El “estilo femenino”, que ya ha saltado a la escena política española, trasciende la anatomía y el género y pone el foco en la relación con la palabra, la imagen, y los marcos mentales evocados. Cambiar nuestra manera de pensar requiere cambiar nuestra forma de hablar y relacionarnos con nuestro entorno.
Fuente: Politikon