Por: Javier Borràs Arumí
Una película de tiros, protagonizada por un ex militar y ambientada en África, se ha convertido en el film más visto de la historia de China. En dos semanas había superado al largometraje más visto en territorio chino, The Mermaid. Ha recaudado más de 800 millones de dólares y es la segunda película más vista en un país, por detrás de Star Wars: el despertar de la Fuerza en Estados Unidos. Wolf Warrior II, un film de acción al estilo Rambo, trata sobre un ex soldado chino en África, que deberá pelear contra unos mercenarios extranjeros para salvar a varios civiles chinos y africanos, atrapados en un país donde se está llevando a cabo una sangrienta guerra civil. Es una película con muchas explosiones, poco diálogo y cero dilemas morales, que ha cautivado al público chino.
Pero, más allá de su éxito, ¿por qué debería interesarnos un blockbuster lleno de golpes de kung fu, lanzacohetes y tanques desbocados? ¿Qué tiene de importante Wolf Warrior II para que merezca nuestra atención? En primer lugar, porque sirve para entender el patriotismo creciente de los jóvenes chinos. Y, en segundo, porque es un inesperado manual que nos permite comprender cómo ve Pekín su propia política exterior. Si Rambonos sirvió para entender la América de Reagan, Wolf Warrior II es un material cinematográfico que los historiadores analizarán en el futuro. Pero que los politólogos deberían ver ahora.
El cine bélico chino tiene una larga tradición, apoyada por el Estado comunista, que se remonta a los tiempos de Mao. Su evolución fue la siguiente: hasta finales de los 60, la mayoría de películas hablaban de la guerra contra los japoneses, y los protagonistas eran campesinos chinos que luchaban para defender su país. La idea de fondo era la revolución del pueblo, ensalzada por el régimen maoísta. No fue hasta finales de los 80 que hubo otra ola de filmes militares, pero en este caso se destacaba el papel heroico de los grandes líderes (como en ésta sobre Deng Xiaoping). La época en la que se produjeron estas películas coincidía con la caída de la URSS: el Partido Comunista chino debía demostrar la fuerza de sus líderes ante las adversidades que podían aparecer con el desmoronamiento del vecino soviético. El último ciclo de películas chinas bélicas se produjo hace unos diez años. La narrativa épica y el estilo propagandístico se mantuvieron iguales, pero se trajo a actores y directores famosos para crear más gancho entre el público. La última película de este tipo era The founding of an army, un largometraje histórico especialmente preparado para el 90 aniversario del Ejército chino. Pero el mismo fin de semana que esta película se estrenaba también apareció en los cines Wolf Warrior II, un film del que nadie esperaba demasiado, que no tenía apoyo del Partido y que sólo pudo salir adelante cuando su director y protagonista, Wu Jing, invirtió su casa y ahorros para financiar el proyecto. Contra todo pronóstico, Wolf Warrior II batió todo los récords, dejando la película bélica por la que había apostado el régimen en absoluto segundo plano.
¿Cuál es el gran éxito de la película de Wu Jing? Que ha roto con la narrativa militar oficial del cine chino, y ha hecho un producto comercial que conecta con el patriotismo de las nuevas generaciones del país. Ha sabido combinar perfectamente la estética de acción hollywoodiense con la ideología que subyacía en la mente de buena parte de los jóvenes chinos. Ha captado, por un lado, el espíritu y estilo de las taquilleras películas de superhéroes, atrayendo a su público habitual, al que aburrían los filmes bélicos patrocinados por el Partido. Mientras que las películas subvencionadas por el Gobierno evitan mostrar demasiada violencia, Wolf Warrior II tiene explosiones, artes marciales, saltos increíbles y muertes por doquier. Su narrativa es totalmente comercial, y apartada de las directrices oficiales sobre cine patriótico.
Una vez captada la atención de las nuevas generaciones, Wu Jing les ha mostrado una película en la que los chinos son los héroes. El protagonista del film gana a los africanos en deportes, tiene éxito entre las mujeres extranjeras y machaca a sus oponentes en competiciones sobre quién puede beber más alcohol sin desmayarse. Es el estereotipo de macho que casi nunca se asocia a los hombres chinos, pero que en esta película Wu Jing reivindica en un personaje con el magnetismo testosterónico de un James Bond.
En el film abundan las banderas chinas, pero más que un nacionalismo incipiente (que en China ha estado asociado históricamente a motivos étnicos o anti-extranjeros) lo que se muestra en la película es un fuerte patriotismo que la gente joven pocas veces puede expresar de manera política (más allá de comentarios en Internet), en un país donde el régimen no permite movimientos nacionalistas espontáneos, como por ejemplo grandes manifestaciones, que puedan poner en peligro la estabilidad y el dominio del Partido. Aunque este sentimiento patriótico existe (y ya hay colegios chinos que se han dedicado a copiar a Wolf Warrior II), el Partido Comunista procura explotarlo pocas veces y de manera controlada, siempre equiparando la nación china con el gobierno comunista. La violencia de movimientos nacionalistas en zonas postsoviéticas (como Rusia o Yugoslavia) es una lección que Pekín tiene en cuenta, porque sabe que se le puede ir fácilmente de las manos.
Wolf Warrior II no es una demonización de otros países o ideologías, como podía ser el caso de Rambo, sino pura exaltación de China como un país fuerte y heroico (aunque como analiza aquí el periodista Antonio Broto, hay ciertas críticas sociales en el film, como la demolición de casas de familias chinas pobres o una escena del protagonista frente a un tanque que recuerda a la mítica instantánea de Tiananmen). Que la acción de la película transcurra en el extranjero tampoco es para nada casual. Eso también rompe con el cine bélico tradicional del país, donde los conflictos tratados eran reales y sucedían en China. Wolf Warrior II transcurre en un Estado ficticio de África, pero que parece inspirado en Libia, país de donde China tuvo que evacuar a miles de civiles a causa de la guerra interna que estalló en 2011.
En los primeros minutos de la película se muestran las ayudas humanitarias, hospitales y fábricas que China ha construido en ese país africano, algo que refleja las enormes inversiones en ayudas e infraestructuras que Pekín está realizando en el continente. También se subraya la política no intervencionista de China: cuando el gobierno del país africano donde sucede Wolf Warrior II es derrocado (irónicamente, por rebeldes vestidos con pañuelos rojos que gritan “¡Viva la revolución”) y se cometen masacres por doquier, la flota naval china apostada en las costas se niega a intervenir porque no tiene una autorización de la ONU. El contraste con el idealismo intervencionista estadounidense es evidente: el país extranjero donde China tiene más tropas desplegadas es Sudán del Sur, pero bajo una operación de paz de la ONU (aunque le han caído críticas por la actuación de sus tropas). Incluso los sangrientos rebeldes de la película evitan atacar a ciudadanos chinos, ya que pretenden hacer negocios con ellos una vez tomen el control del país.
Siguiendo la política exterior oficial, la China de Wolf Warrior II sólo busca hacer negocios y favorecer el desarrollo de los países del Tercer Mundo, sin meterse en política interna. La excepción a esta norma -y aquí es cuando se exalta el heroísmo de los militares chinos- es el momento en que sus compatriotas civiles están en peligro fuera de las fronteras de la madre patria. Aunque el protagonista es casi un superhéroe, la derrota final del ejército de mercenarios -que quiere masacrar tanto a chinos como a africanos- no se produce sólo gracias a él. La destrucción del enemigo acontece cuando el protagonista consigue enviar a la marina china imágenes de las masacres cometidas contra sus conciudadanos, momento en que Pekín decide disparar los misiles de su flota para fulminar a los tanques y soldados enemigos. El mensaje es: la fuerza del Ejército chino es brutal en defensa de sus compatriotas, tanto dentro como fuera del país. El poderío militar chino también debe tener presencia fuera de sus fronteras, para defender a sus ciudadanos y mantener la paz (véase la nueva base militar que China ha construido en África, o el creciente control sobre sus mares más cercanos). La última imagen de la película, con el pasaporte nacional en pantalla, no puede ser más explícita (y causa gran furor en los cines). Pone en letras bien grandes: “Ciudadano de la República Popular de China: cuando estés en peligro en el extranjero, ¡no te rindas! Por favor, recuerda: ¡detrás tuyo está la poderosa patria!”.
Fuente: esglobal.org