Por: Jamer Chica
La imagen pública se construye bajo percepciones y opiniones de un determinado grupo social, respecto de una persona que se destaca en un rol determinado. Uno de los aspectos que distinguen a la imagen pública de la imagen personal son los distintos canales a través de los que se proyecta dicha imagen, así como la intensidad de su uso.
La imagen personal se logra tan sólo con el contacto personal entre varias personas, mientras que la imagen pública entraña el uso de medios de comunicación, los cuales de manera repetida “presentan” a la persona, resaltando ciertos aspectos de su mensaje e imagen.
Cuando un individuo adquiere popularidad e influencia en nuestra sociedad, uno de los factores que más inciden en ello es la resonancia que ha adquirido a través los diferentes canales de comunicación, toda vez que los medios crean, impulsan, difunden, transforman, refuerzan, pero también retuercen, manipulan y distorsionan la imagen pública.
Dado que la imagen pública, entonces, no depende enteramente de la persona, sino que está fuertemente ligada a los medios, el esfuerzo por tener control o dominio sobre los mismos, requiere de conocimientos y habilidades comunicacionales, así como una gran consistencia respecto a los atributos de posicionamiento que se pretenden resaltar.
Ahora bien, dentro de los distintos tipos de imagen pública que existen (en el ámbito de los negocios, en la farándula, en el mundo intelectual o artístico, en el ámbito religioso y en la política) hay claras distinciones.
Una modelo o estrella del cine basa su imagen pública en unas condiciones particulares como su aspecto físico y su imagen suele ser evaluada según ciertos criterios de belleza, mientras un alto ejecutivo, por su parte, no está sujeto a la misma exigencia, pero sí quizá a tener una imagen de status, éxito y elegancia.
Está claro que el mundo de la política no se rige por los mismos códigos del mundo de los negocios, de la farándula, de la academia o la cultura. Los políticos no son artistas ni empresarios, y por eso hacen mal en dejarse asesorar por consultores de imagen especializados en otros ámbitos, que desconocen las complejidades del posicionamiento político.
Si para un gran empresario conducir un auto Ferrari, poseer una mansión de lujo y usar un Rolex de oro puede ser positivo en la escala del éxito empresarial, para un político muchas veces esta misma imagen puede resultar perjudicial. Si un joven empresario luce un BMW a los pocos meses de invertir en un negocio, la mayoría de las personas pensará que es exitoso; en cambio, si un joven político conduce un BMW a los pocos meses de entrar a trabajar al gobierno, muchos lo relacionaran con la corrupción.
La imagen política más que seguir una moda, debe situar la importancia de los símbolos y representaciones socioculturales de su propio contexto (en la palabra, la vestimenta, el lenguaje corporal, las ceremonias y los mensajes escritos).
La novedad y la vanguardia pueden ser estrategias muy útiles para los artistas, pero los políticos confunden estos aspectos y los electores generalmente les cobran en las urnas. En política, la congruencia y la consistencia son mejores estrategias, porque son la mejor forma de construir y mantener credibilidad.
Fuente: Blog de Jamer Chica