Las maquinarias electorales nunca duermen. Como mucho, siguen latentes hasta que toque mostrarse nuevamente con todo su esplendor ante la proximidad de unas nuevas elecciones. Este año que empieza tenemos una buena ración de citas electorales: a las municipales y autonómicas españolas (en 13 de las 17 comunidades autónomas), se le suman las elecciones al parlamento europeo y quién sabe si también las generales. Además, países como Argentina, Dinamarca, India, Israel o Polonia también eligen a sus presidentes. Y no hay que olvidar que en 2020 tendrán lugar las elecciones estadounidenses, por lo que es probable que este año empecemos con las campañas de las elecciones primarias de los candidatos.
Decir hoy que las elecciones ya no se ganan en la televisión, la radio o la prensa y que la tecnología ha revolucionado la forma de comunicar, convirtiendo las redes sociales en uno de los principales campos de batalla de la política, es una obviedad. Las campañas electorales son siempre un desafío, pero ahora, infoxicados con la cantidad de información, datos y estímulos disponibles, así como influenciadas por la posverdad, fake news y filtros burbujas, se antojan todo un reto.
Los ciudadanos valoran las campañas innovadoras y desde los partidos se ha acostumbrado al electorado a llegar a él de forma espectacular, minusvalorando muchas veces el fondo sobre la forma. Por eso, para ganar una campaña electoral en el 2019 o 2020, seguramente se necesitará tener en cuenta aspectos distintos a los que se enfrentaron en elecciones anteriores, y utilizar unos recursos tecnológicos y comunicacionales que en las anteriores elecciones ni siquiera eran una opción.
En la última década hemos vivido la evolución más rápida de las campañas políticas en la historia reciente. Las herramientas que hicieron de la candidatura de Barack Obama una campaña disruptiva que le permitió vencer en 2008 y 2012 son muy diferentes de las que llevaron a Donald Trump a la victoria en 2016. Y las herramientas utilizadas en esta última campaña y los escándalos de Facebook y Cambridge Analytica probablemente alterarán las próximas carreras electorales.
Innovaciones como la de abrir una cuenta en Snapchat para llegar al público más joven para conseguir que nuestro mensaje sea el que más suene, hoy nos parece pasado de moda y puede que simplemente sea uno más de nuestros perfiles sociales o que, directamente, quede descartado de nuestra presencia en redes.
Innovaciones como la de la candidata Hillary Clinton de retransmitir su primer mitin de forma íntegra a través de Periscope (el senador republicano Rand Paul sería el primero en conceder una entrevista a través de esta herramienta en 2015) hoy han sido sustituidas por Facebook Live.
Y el impacto de crear un spot colaborativo ya no lo sea tanto, al igual que crearse un perfil en la app de citas Tinder para lograr impacto informativo (como hicieron, entre otros, el candidato a la presidencia de Costa Rica, Edgardo Araya, o el equipo de la entonces candidata a la alcaldía de Madrid, Manuela Carmena).
Seguramente asistiremos a la evolución de las aplicaciones de partidos/candidatos que ofrezcan algo más que mensajes, fotos y vídeos, como la que propuso en su candidatura Ted Cruz, el senador republicano por Texas. Planteada a modo de juego móvil, otorgaba puntos a los usuarios que le ayudasen en campaña: los que colaboraban como voluntarios recibían 50 puntos, donar dinero era 100 puntos y compartir la lista de contactos era recompensado con 250 puntos.
En las próximas campañas electorales los datos (big data, microtargeting, segmentación…) nuevamente entrarán en juego y las campañas volverán a desplegar una amplia gama de herramientas tecnológicas para encontrar y comunicarse con los votantes, utilizando lo que saben sobre ellos para personalizar anuncios, llamadas a voluntarios y al voto, y solicitudes para donar. Como cada vez se dispone de más información sobre los votantes, las herramientas para usarla se vuelven mejores y más numerosas y la focalización es cada vez más efectiva.
En Estados Unidos nos encontramos con comunidades políticas y grupos tecnológicos que, gracias a las innovaciones e inversiones, están desarrollando herramientas nuevas y mejoradas. Así, en el ámbito progresista, Higher Ground Labs tiene una cartera de nuevas empresas incubadas que ofrecen encuestas, publicidad más barata, “ciencia de la persuasión” y herramientas como Call Time (aplica inteligencia artificial para atraer donaciones), Minivan (para el canvassing y la búsqueda digital),MobilizeAmerica (plataforma de gestión de voluntarios) o VoterCircle (ofrece nuevos caminos para el contacto de los votantes) entre otras.
Y en el mercado de aplicaciones para campañas conservadoras estaría Lincoln Network, con algunos de los proveedores anteriores, desde Salesforce hasta la plataforma de gestión comunitaria Nationbuilder.
En el futuro más próximo, tendremos la oportunidad de comprobar si la realidad aumentada deja de ser una anécdota llamativa o empieza a ser un recurso más o menos generalizado. Y es que, hasta el momento, apenas ha sido implementada en las elecciones presidenciales de Nigeria en 2015 (gracias a la app Next for Nigeria para el candidato de All Progressives Congress) y las elecciones en los estados hindúes de Kerala [15] y Karnataka (CM Talks App).
En este mismo sentido, la realidad virtual puede acercarnos a los políticos y sus actos de campaña, como el vídeo VR 360º protagonizado por el candidato Bernie Sanders en un mitin para recaudar fondos en el que podíamos adentrarnos como si estuviéramos presentes allí mismo.
Y desde que Narendra Modi utilizara en 2012 los hologramas, venimos esperando que esta tecnología, que permite el poder de la ubicuidad, se use de forma más extendida. A Modi, que en la campaña presidencial de 2014 llegó a dar un mitin simultáneo en 140 escenarios repartidos por toda la India (y, en total, fueron 1.400 los mítines en 3D con los que se estima que llegó a más de 50 millones de personas), le siguieron, también en 2014, el primer ministro turco Tayip Erdogan, y Jean-Luc Mélenchon, candidato de la Francia Insumisa, en su mitin de cierre de campaña de las últimas presidenciales francesas de 2017.
El videojuego como motor de transmisión ideológica y construcción política de la sociedad también ha sido explorado. Ya sea a modo de publicidad en juegos populares entre los jóvenes como NBA, Need for Speed, Guitar Hero o la versión móvil del Tetris, como lo hizo Barack Obama en 2008 y 2012; o como una app, con la propuesta más reciente de López Obrador en las elecciones mexicanas. Y siguiendo la línea del entretenimiento, la gamificación es una herramienta útil para provocar cambios de comportamiento en las personas, motivándolas, como demostró Donald Trump con una aplicación móvil llamada America First para consolidar la movilización del electorado. O el bingo que propuso el Partido Demócrata para animar a la visión de los debates y tener protagonismo cuando las noticias giraban en torno a los republicanos (se iban marcando las frases de la tarjeta según se iban pronunciando hasta completarla y gritar “BinGOP!!!” – GOP, Great Old Party, los republicanos).
Y veremos cómo evoluciona el uso de los canales de libre transmisión (conocidos como OTT, over-the-top), es decir, aquellos que utilizan las redes de contactos entre particulares como canal de viralización (principalmente WhatsApp y Telegram). En las últimas elecciones brasileñas, Jair Bolsonaro, su nuevo presidente, ha demostrado cómo se pueden utilizar canales imposibles de trazar, como WhatsApp, para encauzar sobre él toda su campaña negativa contra su rival. Una campaña tremendamente viral dirigida tanto a grupos oficiales como a un ejército de activistas que se encargaron de ridiculizar al resto de oponentes a base de memes de aspecto amateur, llenos de mentiras y medias verdades.
Por no mencionar el uso renovado de otras herramientas de tecnopolítica no tan nuevas, como Instagram, a través de las “stories”, una herramienta muy práctica para mostrar lo que sucede al instante, sea con fotos o con videos, ayudando a generar tanto complicidad con el espectador como siendo útiles para la movilización electoral.
Y una última mención a las campañas negativas. Las redes generativas antagónicas (GAN, por sus siglas en inglés) son herramientas de inteligencia artificial que combinan dos algoritmos entre sí y pueden utilizarse para automatizar la creación de imágenes totalmente artificiales pero creíbles desde cero y que se ha denominado deepfake. Asimismo, también se puede usar una tecnología similar para recrear la voz de alguien. Una startup llamada Lyrebird ha publicado demostraciones convincentes de Barack Obama y Donald Trump que dicen cosas completamente inventadas. Es decir, su uso malicioso amenaza con difuminar aún más la línea entre la verdad y la ficción en la política, por lo que estamos a punto de entrar en una era en la que no podremos confiar en nada, y tendremos serias dificultades para decidir qué es creíble.
Si la carrera presidencial de 2016 introdujo las fake news o noticias falsas en el léxico, en las próximas convocatorias la lucha para distinguirla de la realidad alcanzará un nuevo nivel. Deberemos luchar contra la difusión de la desinformación personalizada, es decir, contra las cámaras de resonancia en plena ebullición, las amenazas de injerencias extranjeras que buscan desestabilizar los estados o los bots que viralizan el discurso del odio ante la pasividad de las plataformas (como el caso de Facebook). Algo que Daniel Innerarity ha denominado la “uberización de la verdad”.
Hasta aquí hemos repasado algunas de las innovaciones que posiblemente veremos en las próximas campañas electorales, aunque lo más probable es que no se utilicen tipos de herramientas radicalmente nuevas sino más de lo mismo pero perfeccionado: más datos, mejores algoritmos y, en consecuencia, objetivos más selectivos de los votantes, especialmente aquellos que se consideran cruciales para determinar una circunscripción o un estado a favor de un candidato.
Pero conviene recordar que, para que una campaña sea efectiva, para ganar, si la tecnología es importante, lo es más un buen candidato, una buena estrategia y un discurso que conecte con los ciudadanos.
Fuente: Beers&Politics
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