En política, la rapidez es un activo; pero la simple aceleración puede ser un grave problema. Nuestra cultura política corre el riesgo de quedar prisionera de la confusión: reaccionar ante un problema o un reto no es lo mismo que responder. La política debe ofrecer respuestas de fondo, no actuar bajo la agitación de una dermatitis. Hay que volver a gestionar lo público con mayor capacidad de análisis y reflexión. Desacelerar es la garantía, creo, de recuperar el sentido profundo y transformador de la política democrática. Estas podrían ser algunas de las claves del elogio de la lentitud en la política.
La ponderación. La política reposada permite la evaluación racional de las alternativas y sus consecuencias. «Los líderes prudentes se obligan a prestar la misma atención a los defensores y los detractores de la línea de acción que están planeando», afirma el político y pensador Michael Ignatieff. La política necesita ponderación equilibrada. El interés general solo puede defenderse desde el análisis de oportunidades y variables y la valoración de cuáles de ellas garantizan el bien común. Y eso necesita tiempo, método y disciplina. El filósofo alemán Peter Sloterdijk, en una reciente entrevista define muy bien esta necesidad: «Sin una cierta distancia, sin una cierta desimplicación, la actitud teórica es imposible. La vida actual no invita a pensar». Y cuando la política no piensa es imprevisible, arbitraria y espasmódica. Justo lo contrario de lo que se necesita.
La decantación. La política serena deja reposar las opciones para verlas con la perspectiva y distancia que, muchas veces, se necesita para abordar la complejidad. Además, la decantación no es pasividad, es espera paciente y activa, que es otra cosa. Necesitamos líderes que sepan esperar, que su paciencia no sea acusada de renuncia o inacción y que no actúen acomplejados o asustados por su imagen pública. El interés general exige cautela, moderación y tranquilidad. Decantar es, a veces, mejor solución que precipitar una decisión por falta de templanza política y personal.
La maduración. La política sensata piensa sin prisa. Necesitamos una cultura política que se aleje del cortoplacismo, tan efímero como irrelevante. Los retos a los que nos enfrentamos demandan una gestión política capaz de madurar las soluciones para hacerlas estables, duraderas, profundas y sostenibles. Este enfoque es imprescindible cuando, precisamente, nos queda muy poco tiempo para reaccionar adecuadamente a retos globales y locales que necesitan respuestas de fondo y a fondo. Cuando no hay margen, la política del bien común debe apostar por madurez y la templanza de las soluciones profundas, como revindicaba Norberto Bobbio en su ensayo ‘Elogio de la templanza’. La prisa genera parches. La sensatez, soluciones.
La pedagogía. La política transformadora necesita pedagogía. Las respuestas políticas de fondo necesitan complicidades y comprensiones que la agitación no permite abordar. Necesitamos tiempo para poder explicar bien las razones, los argumentos y las propuestas y que estas puedan ser comprendidas en su totalidad y profundidad. Darnos el tiempo necesario para generar alianzas públicas por el interés general es imprescindible para sumar esfuerzos. Sin tiempo, no hay pedagogía. Y sin esta, hay populismo puro y duro. Rafael Campalans lo sintetizó: «Política quiere decir pedagogía». Presentar lo complejo como simple aboca a ofrecer lo fácil como solución. Tan fácil como ineficaz o temerario.
La garantía. El respeto a los tiempos en la gestión de lo público puede y debe ser una garantía de la calidad de la misma. Los plazos, por ejemplo, son a la vez procedimiento y garantía. No es posible la calidad en la política democrática ni en la gestión de lo público si ambas son sometidas a la aceleración y la agitación. Necesitamos una política lenta para que sea relevante, exigente y garantista. Tener prisa, en política, es el camino más directo hacia la arbitrariedad y la instrumentalización de lo público al servicio de las urgencias partidarias o personalistas.
Hace 10 años, Carl Honoré escribió el imprescindible libro Elogio de la lentitud. «Viajamos constantemente por el carril rápido, cargados de emociones, de adrenalina, de estímulos, y eso hace que no tengamos nunca el tiempo y la tranquilidad que necesitamos para reflexionar y preguntarnos qué es lo realmente importante». En la vida es recomendable, en la política es imprescindible.
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Fuente: Blog de Antoni Gutiérrez-Rubī