Desde las revueltas de la llamada Primavera Árabe (2010/2013) hasta los recientes disturbios en Barcelona, pasando por el movimiento Me Too(2017) y el Ice Bucket Challenge (2014), el activismo con fines políticos, sociales o culturales se ha instalado en la red.
Cuando los editores de la revista Time designaron al “protester” como personaje del año en 2011, reconocieron que los manifestantes globales no solo habían conseguido hacer escuchar su voz, sino que también habían cambiado el mundo.
El ciberactivismo como fenómeno global
Los dispositivos móviles, la mensajería instantánea y las redes sociales, dieron nuevos alas al activismo político, como quedó de manifiesto de forma temprana en la campaña de Obama en 2008 y con el caso Wikileaks en 2010. El 11M español y su versión estadounidense, Occupy Wall Street, en 2011, así como los movimientos globales Bring Back Our Girls (2014) y Je suis Charlie (2015), certificaron la consolidación de un nuevo modo de acción política y social que gracias a la red traspasaba fronteras y se hacía instantáneo, masivo y global.
El ciberactivismo utiliza internet como un espacio político: la red ha dado poder a los ciudadanos, a los activistas y a los disidentes para controlar y desafiar tanto a las empresas como a las instituciones. De todas formas, la vocación del activismo digital no se restringe a las redes, ya que su objetivo final es llegar a las calles (muchas veces a través de la amplificación de sus acciones otorgada por los medios de comunicación de masas).
Así como la red es el campo de batalla del ciberactivismo, la comunicación se entiende y se practica como una guerra narrativa. El activismo asume que el poder se ejerce y se legitima mediante discursos, de modo que más allá de la verdad, de la historia y de la realidad, el enfrentamiento se plantea en torno a dirimir de quién es la historia que gana.
Entre las tácticas discursivas clásicas del ciberactivismo figuran la resignificación de palabras y marcos conceptuales (framing), la creación de pseudoeventos (acontecimientos reales basados en informaciones falsas), la falsificación y el camuflaje (enmascaramiento del discurso propio e imitación del discurso del antagonista), sin descartar las parodias y el humor (exagerando de modo grotesco las posiciones del adversario).
Los límites del ciberactivismo
La aplicación del poder de las redes a las estrategias del ciberactivismo, entre otras cosas, ha producido la eclosión de las noticias falsas y la consecuente proliferación de la posverdad, triste renuncia a la razón y a la evidencia para sustentar las propias opiniones políticas.
Pero, a pesar de su envergadura, el ciberactivismo tiene límites: se diluye si no consigue la movilización fuera de las redes, se dispersa y compite entre sí debido a la cantidad de causas que reclaman la atención y acaba saturando a los medios y a la opinión pública con acciones claramente diseñadas para convertirse en virales.
Las empresas y las instituciones van aprendiendo lentamente a defenderse del ciberactivismo entendiendo sus tácticas, asumiendo que no pueden utilizar sus mismas armas y descubriendo el inmenso poder del silencio estratégico.
Millennials y Generación Z: de las guerras de memes a las calles
Por su parte, los jóvenes viven el activismo como una guerra de memes aunque asumen que los cambios proclamados en las redes tienen que resultar operativos en el mundo físico y que comienzan por uno mismo.
Tanto los Millennials (en cuanto generación indignada con el presente) como la Generación Z (hiperconectados y enfocados en el futuro) tienen en común un fuerte sentido social y una honda preocupación por las causas ambientales.
Un fenómeno global como el protagonizado por la activista sueca Greta Thunberg (nacida en 2003) revela una muy temprana y comprometida toma de conciencia acerca de los riesgos del cambio climático y representa un modo de indignación que trasciende al mundo digital y se proyecta sobre el ámbito político.
Las redes no son ajenas a lo que la BBC ha bautizado como “El efecto Greta”, huelgas de estudiantes en más de 150 países reclamando acciones concretas para una lucha eficaz contra el cambio climático.
Para las nuevas generaciones, el activismo político en las redes (como muchas otras de sus prácticas sociales y culturales) forma parte integral e indistinguible de sus acciones en el mundo físico. Solo los mayores llamamos ciberactivismo a lo que para ellos, simplemente, es participación política o cambio social.
Ver: Selección de lecturas sobre ciberactivismo.
Fuente: ecuaderno.com