Por: Xavier Peytibi
Albert Einstein dijo en 1950 que “fumar en pipa contribuye a un juicio más tranquilo y objetivo de todos los asuntos humanos”. De hecho, en los 50 y 60, fumar en pipa era algo normal, popular, y que alcanzaba a todas las clases sociales. Además, en política, tenía otro efecto, y es que al fumar en pipa en actos públicos, el candidato podía tener unos segundos más para pensar su respuesta. Eso es algo que hacía comúnmente el primer ministro británico Harold Wilson, siempre acompañado de su pipa, especialmente en entrevistas en televisión.
La pipa lo hacía reconocible ante el público, más calmado, seguro de sí mismo y sabio, y por supuesto más a la moda. Hacía lo que todo el mundo hacía: fumar en pipa. Incluso fue nombrado “fumador de pipa del año” en 1965, en un prestigioso -en esa época- galardón. También fue “Fumador de pipa de la década” en 1976.
Sin embargo, esa pipa de Harold Wilson era usada en público, sí, pero lo curioso es que en privado fumaba puros, muchísimo más caros, y alejados de las posibilidades económicas de la gran mayoría de ciudadanía británica. Se trataba de un efecto electoralista, para crear empatía con el público, que probablemente no hubiera entendido que alguien que decía ser como ellos fumara carísimos cigarros.
En el Reino Unido, otra persona que logró cambiar la percepción que se podría haber tenido de él es Tony Blair, que incluso cambió el modo de pronunciar diferentes palabras para acercarse más a la pronunciación de una persona común, y no de un educado y elitista ex alumno de la prestigiosa Eton. Y funcionó.
No funcionó tanto el intento de David Cameron de “empatizar” con la población, cuando hablando de los recortes a las clases medias, dijo que él y su mujer también lo eran, lo que causó primero las risas y después las críticas feroces de la oposición y de mucha ciudadanía. David Cameron había estudiado en Eton (cómo no) y su riqueza se calculaba en 30 millones de libras. Su mujer, además, es hija de un barón e hijastra de un vizconde. Clase media, media, no son… Y el burdo intento de comunicar lo que no se es, fracasó. Y fracasó porque no tenía credibilidad.
En el libro de Sam Leith, “¿Me hablas a mí?: La retórica, de Aristóteles a Obama” se pueden leer otros ejemplos. Destaco este: “Varios años antes, en una entrevista televisada en 1963, otro político británico cometió el error de alardear en la BBC de haber «vivido entre mineros durante veinte años». Aquel político era lord Home, también conocido como sir Alexander Frederick Douglas-Home, caballero de la Orden del Cardo, y la respuesta fue una magnífica caricatura de Gerald Scarfe en Private Eye. Mostraba al aristócrata saltando alegremente con una escopeta bajo el brazo, en un coto de caza de urogallos en el que a lo lejos se divisa un castillo, mientras que, en la parte inferior, bajo el páramo, se ve una masa de mineros troglodíticos apiñados bajo cinco metros de negro carbón”.
La credibilidad y establecer un vínculo entre el orador y los oyentes es básico en la percepción que se tendrá de un político o candidato. Como indica Leith: el público tiene que saber (o creer, que en la retórica es lo mismo) que usted es digno de confianza, que está legitimado para hablar sobre el tema y que además lo hace de buena fe. Sus oyentes tienen que creer que usted es de ellos. Esta es, de hecho, la primera parte de la retórica, lo que Aristóteles llamaba el “Ethos”.
Aristóteles identificó tres líneas distintas de argumento, o enfoques persuasivos, en los que divide el proceso de invención. El primero, Ethos, describe la forma en que el hablante establece -tanto abierta como más sutilmente- su buena fe en cuanto hablante y su relación de igual con los oyentes. El segundo, Logos, es la forma en que trata de influir en ellos mediante la razón. El tercero, Pathos, es la forma en que trata de despertar en ellos ira, piedad, temor o entusiasmo.
Pero para entenderlo, de nuevo recomiendo la insuperable explicación de Leith: “Ethos: «Compre mi coche usado porque soy Lewis Hamilton». Logos: «Compre mi coche usado porque el suyo está averiado y el mío es el único que está en venta». Pathos: «Compre mi coche usado o esta preciosa gatita, que sufre una extraña enfermedad degenerativa, morirá entre terribles sufrimientos, porque mi coche es lo único que me queda en el mundo y lo estoy vendiendo para pagarle el tratamiento médico»”.
Los políticos que quieren mostrarse como lo que no son, para parecer más iguales y más cercanos a la ciudadanía deben hacerlo bien. Si no funciona, no funciona el ethos, y entonces ya no importará si hablas o no hablas bien, ya se habrá perdido la credibilidad y ya no funcionará el logos y el pathos.
Si pensamos en George W. Bush pensamos en un tipo rudo, no muy inteligente, texano y de campo, con botas y cercano a la gente, humilde. Ese es su ethos. Y le funcionó. En realidad George W. Bush nació en una acomodadísima familia, en Connecticut, y estudió en Yale, donde se licenció. Pero eso no vendía en campaña electoral. Ese Ethos no funcionaría y había que cambiarlo.
Fuente: Blog de Xavier Peytibi