Esta es la pregunta que todavía deben estar formulándose en las sedes de aquellos partidos que aún no han designado a sus candidatos en cualquiera de las diferentes citas electorales con que nos encontraremos este año.
A la búsqueda del candidato ideal hay que sumar diversos factores. Las diferencias de cada elección, la mala imagen que tiene la sociedad de los partidos y los políticos acrecentada por los numerosos casos de corrupción (política, institucional, financiera…) o el contexto creado por la entrada de nuevas formaciones que amenazan el statu quo, son algunos de los factores que crean una ecuación de difícil solución. Además este último punto provoca un curioso fenómeno: por un lado, existe un hartazgo hacia una “vieja” forma de hacer política y desideologización partidista, mientras, por otro, se produce una repolitización de la sociedad.
Aunque no existe una fórmula mágica extrapolable a todas las contiendas electorales, sí que podemos trazar una serie de cualidades y aptitudes que no deben faltar en la construcción simbólica del candidato perfecto.
Superado el debate de si el buen político nace o se hace (ambas cosas, pues aunque un candidato posea una serie de cualidades innatas, necesita modelarlas con técnicas y destrezas), las investigaciones sobre las cualidades que los ciudadanos consideran más importantes desde hace medio siglo coinciden en el siguiente perfil: honestidad, competencia, integridad, capacidad de liderazgo y energía. Comunicar esas cualidades significa demostrar carácter, credibilidad (basada en la honradez y la experiencia) y dinamismo (percepción del candidato como activo y positivo).
Pero también nos encontramos con otras actitudes para conectar con la gente que son bien valoradas como la cercanía, la humildad, el sentido del humor, oratoria (hablar el lenguaje de los ciudadanos), la inteligencia emocional y la capacidad de emocionar y empatizar, talento para ilusionar, motivar, saber escuchar, etcétera.
Igual que hay atributos racionales y emocionales, el candidato es la suma de sus cualidades profesionales -que afectan a su capacidad para ejercer un cargo (¿está preparado? ¿tiene experiencia? ¿y capacidad analítica? ¿es buen gestor?)- como personales –que infieren su idoneidad para el mismo ¿puedo confiar en él?-.
Junto a estos atributos hay otros que son propios de cada candidato, un valor que le diferencia del resto de adversarios (hombre o mujer hecho a sí mismo, empresario de éxito, amplia trayectoria en el activismo social…) y construye su relato personal.
Y luego está la cuestión de la imagen. Un candidato puede ganar votos gracias a su imagen o, al menos, intentar no perderlos, pero no se puede pretender aparentar lo que no se es. La imagen tiene que ser el reflejo de una persona, mantener coherencia con lo que decimos y hacemos, no un disfraz de marketing político.
Para rizar el rizo, el candidato no lo es todo. También es fundamental su equipo, las personas de las que se rodea, que deben compartir los mismos atributos para que no se conviertan en el punto débil donde atacarle.
Como decíamos al principio, hay que saber leer el contexto electoral y tener en cuenta los factores externos. Podemos cumplir casi todos los requisitos, pero eso no nos garantiza tener el mejor candidato ya que depende de la oferta electoral existente (según cómo sean el resto de oponentes se valora más un perfil que otro) y del momento (¿es tiempo de cambio, se busca un gobernante con talante negociador o la situación es propicia para un liderazgo fuerte?).
Así, es fundamental que contemos con lo que parece una obviedad, pero no lo es tanto puesto que hay que demostrarlo: las ganas de ganar (espíritu de conquista) y una estrategia que defina el escenario electoral que dibuje la hoja de ruta que inclinará la balanza a nuestro favor.
Por último, no debemos olvidarnos que los candidatos no son dueños de cómo les perciben los ciudadanos y, en comunicación política, percepción es realidad, por lo que los esfuerzos deben ir encaminados a transmitir una imagen de la manera más fiel y coherente posible.
* Artículo publicado en PR Noticias (2015-03-10).
Fuente: Blog de Ignacio Martín Granados