En democracia todo ciudadano tiene la posibilidad de presentarse a elecciones. Sin embargo, la posibilidad de que el mejor sea electo suena poco real. Y esto se ve reflejado en la poca confianza que las personas tienen en los sistemas en los que viven y en los políticos que los representan. Es por esto que la comunicación debe asumir una nueva posición, aunque sea utópica, en la difusión de la política.
Es común encontrar en las encuestas que los entrevistados regularmente creen que las cosas en su país no están bien y la esperanza en un futuro mejor no se ve con claridad. Si a esto se le suma que ninguno de los partidos políticos tienen una imagen poco favorable, la situación es más que angustiante.
Debe ser hora de que la política se convierta en una alterativa, en la fuente de esperanza de las personas.
Ahora, el camino, curiosamente, no es el de la revolución. Se debe evitar el canto de las sirenas de discursos populistas, tanto de izquierda y derechas. Hay que salir corriendo de aquellos que llaman a reinventar el día y la noche. Lo que se debe hacer es un poco más sencillo que eso. Hay que pensar distinto… ‘out of the box’.
Evitar la tentación del cambio
Lo primero que hay que hacer es evitar los lugares comunes y se debe iniciar con olvidar las promesas de ‘tierras prometidas’. La primera piedra en ese ‘camino de ladrillos amarillos’ es olvidarse de la palabra cambio. Esas seis letras han adquirido el mismo valor que tiene en la actualidad una canción de Maná: siempre suena igual y la profundidad de la propuesta se queda en la superficie.
Las campañas deben olvidarse de las propuestas de cambios constantes. Ese permanente afán de ser los últimos representantes del síndrome de Adán, que piensan que todo antes de ellos era oscuridad y tinieblas, es una enfermedad política que le impide a las campañas mostrar unas cartas reales y unificar entorno de ellas las convicciones desinteresadas de los votantes.
Es que al final, cuando todo el polvo de las campañas y las elecciones se disipa, los políticos verán que los cambios desmedidos y ‘ultra sociales’ no son realizables sin provocar profundas rupturas sociales, políticas y económicas. Y ante la disyuntiva la elección siempre será desilusionar y engañar a los electores, ya sea incumpliendo los prometido o inventándose enemigos o conspiraciones que no dejaron ‘despegar la revolución’.
Fracasos de las revoluciones
En este mundo en donde ya casi todas las cosas en política están inventadas, una revolución del mensaje y de la forma de hacer campaña vendría de una sencilla palabra: organización.
Está claro que los políticos deben presentarse a si mismos como una alternativa que merece ser valorada por los votantes. Sin embargo, en vez de prometer el oro y el moro en programas cargados de promesas de cambios, por izquierdas y derechas, qué pasaría si se construyera una propuesta que no busca arrancar de cero, sino que busca construir sobre las bases puestas por otros, corregir las imperfecciones y simplemente organizar lo que está.
Ante estas ideas habrá muchos que digan que esta es una sociedad injusta, en donde los que tienen, tienen mucho, y los que no, no tiene nada. Y a lo mejor es verdad. Pero en estos escenarios el error es creer que se necesita una política de nicho, en donde uno se elige y gobierna para pocos. De ahí viene la necesidad de estos programas cargados de cambios. La respuesta a lo vacío de estos caminos propuestos es construir espacios en los que las revoluciones se construyen entre todos y sobre la base de aprovechar lo que se hizo bien antes, queriendo mejorar aquello que aun no logra cumplir con los objetivos.
En la historia del mundo actual ninguna revolución ha triunfado. Todas se han quedado cortas en sus promesas y la gran mayoría han terminado en profundas decepciones políticas o en regímenes autocráticos que destruyen más de lo que construyen.
Luego de desechar programas electorales repletos de cambios insulsos, el candidato debe centrarse en la idea de que en un régimen democrático no puede haber mayor urgencia que la de impulsar, por encima de todo, la trasparencia de aquellos que gobiernan y de sus propuestas.
No puede haber lucha más grande que la de garantizar que los recursos de todos se gasten y se administren de manera intachable. En vez de promover cambios imposibles, el electorado, siguiendo los resultados de las encuestas, responderían mejor a propuestas realistas que vayan a atacar todas las manifestaciones de la corrupción. Las campañas deben centrarse en explotar los males que trae a la sociedad este mal, cada vez más endémico, y promover los beneficios que traería un gobierno más cristalino, organizado y responsable.
A comunicar la política
Con estos dos ejes claros, llega al hora de comunicar. La época en la que vivimos nos lleva a pensar que la campaña política se debe construir, financiar y comunicar de una manera distinta.
Primero, se deben potenciar una campaña que evite los rincones oscuros del sistema político. Una organización que aproveche la democracia de las comunicaciones digitales para llegarle a mas gente de una mejor y más directa manera.
Las redes sociales, las herramientas digitales, los encuentros comunales y los conversatorios universitarios deben ser las principales herramientas de comunicación. Si se hace una utilización inteligente de estos elementos se evitan las reuniones en rincones oscuros, el lidiar con ‘líderes’ comunales y sobre todo darle un golpe directo a los principios clientelistas que tienen secuestradas a las distintas democracias.
Otro elemento de liberación de las campañas viene de la financiación. El poder hacer que el mensaje llegue directamente a la gente a través de una inteligente promoción digital puede abrir puertas a que se utilicen las mismas herramientas para potenciar la recaudación de fondos.
Además, los bajos precios de transmisión de los mensajes por estas vías virtuales hacen que los costos disminuyan y se salten los filtros impuestos por los medios de comunicación tradicionales.
No se puede negar que estas empresas informativas, encabezadas por los mal llamados líderes de opinión, siguen teniendo mucha fuerza. Pero los cambios profundos que Internet ha traído a la forma en cómo nos informamos deben convertirse en una oportunidad para que las campañas hagan las cosas de una manera distinta, con mejores enfoques y, sobre todo, buscando que la esperanza en la política vuelva al corazón de las personas y desde ahí se puedan hacer las transformaciones que las sociedades necesitan.
Fuente: Politizen