La retórica política se sitúa dentro de lo que hoy se conoce como marketing político, y las técnicas tienen que ser cuidadas a la perfección si se quiere lograr un efecto positivo en el público-elector.
El político actual tiene que entrenarse en el uso y funciones de los medios de comunicación de masas, lo que Antonio López Eire ha denominado como “media training”. Esto podría compararse con el “entrenamiento” al que los antiguos profesores de retórica en Atenas y Roma sometían a sus discípulos.
Retórica y persuasión
Aristóteles definía la retórica como “la facultad de considerar en cada caso lo que puede ser convincente.” La Real Academia Española tiene una acepción más política del tema al explicarla como “el arte de expresarse con corrección y eficacia embelleciendo la expresión de los conceptos y dando al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover”.
La definición esbozada por Kurt Spang en su libro “Persuasión: fundamentos de retórica”, recoge mejor los efectos y propósitos de la comunicación política: “La retórica es actuación estratégica, su propósito es transformar mensajes en textos persuasivos, es decir, elaborar textos de tal forma que transmitan y evoquen en el receptor las opiniones e intenciones del comunicador”.
El cómo es más importante que el qué
En sus inicios, el arte retórico era mayormente corporal y visual. Los oradores se aprendían los discursos de memoria, y los acompañaban con gestos para reforzar la impresión que la palabra iba dejando en su audiencia.
El Doctor en Filología Antonio López Eire señala que “se hacía pues todo lo que se podía para lograr por todos los medios disponibles una exitosa o afortunada comunicación del discurso retórico”.
Demóstenes decía que lo más importante en oratoria era la representación, segundo la representación y tercero la representación. Bajo esa lógica, en la comunicación retórica, dice López Eire, es fundamental la producción de efectos cognitivos que se logran no tanto a partir de lo se dice, sino de cómo se ha dicho lo que se dice.
Un buen político debe ser un buen orador
En la Roma antigua no existía ningún ciudadano que aspirara a un puesto político que no buscara ser diestro en el arte de hablar. Se trataba de una sociedad principalmente oral, y para ganarse el favor y el respaldo de los electores era necesario convencerlos a través de la palabra. El dominio de esta técnica le garantizaba una ventaja sobre otros. Y es que el don de la elocuencia era admirado en ese entonces.
Dijo Marco Tulio Cicerón en su “Orator XXI”: Será por tanto elocuente… Aquel que en el foro y en las causas civiles les hable de forma que demuestre (probet), deleite (delectet) e incline (flectet). Demostrar es una necesidad, es agradable deleitar, y es una victoria inclinar. Es en efecto esto último lo que puede más que todo para ganar las causas. Pero hay géneros estilísticos como obligaciones para el orador: el preciso para la demostración, el moderado para la delectación y el vehemente cuando se trata de inclinar, pues es allí donde reside todo el poder del orador”.
Bajo esta lógica se fijaron las cinco etapas de la elaboración de un discurso:
- Inventio: la búsqueda de las ideas acerca de un tema determinado.
- Dispotio: establecer el orden adecuado de los asuntos a tratar.
- Elocutio: es la formulación verbal de las ideas.
- Memoria: era necesario que el discurso se aprendiera de memoria, evitando a toda costa leer.
- Acto/pronuntatio: la preparación de la presentación ante el público. En la fase final, se recomendaba el estudio de la voz, mímica, gestos, actitud corporal y hasta la vestimenta apropiada para cada tipo de discurso y público. Se considera como un ensayo general de la presentación.
La decoración del escenario también es un elemento importante en esta fase para aumentar el potencial persuasivo de las comunicaciones.
Vigente el cuidado al detalle
Todos estos elementos aún se utilizan a la hora de preparar una presentación pública proselitista.
Aunque la retórica en sí no es un órgano de control, su empleo puede llevar a la manipulación con el pretexto de crear consensos y solucionar conflictos. Es, precisamente, esta característica la que hace que aún permanezca vigente su uso, aunque con evidentes variaciones.
Ya no se trata de crear discursos políticos con una belleza literaria y el adorno constante de las palabras. Sin embargo, se sigue teniendo especial cuidado en la selección del vocabulario y del estilo a emplearse.