Por: David Iglesias
Hacia tiempo que Estados Unidos no tenía dos candidatos presidenciales que no gustan. Ni Obama ni Romney son muy queridos por una parte importante de su respectivo voto duro, y desde luego no existe el clima de cambio de 2008. Sin embargo, que ambos candidatos sean débiles no significa que esta elección no vaya a ser apasionante. Después de todo, los dos son grandes estrategas, y ‘estrategia’ es la palabra clave para ganar en un escenario muy ajustado en el que el resultado dependerá de unos cuantos votos clave en estados señalados.
Aparte de la influencia que los hispanos están llamados a ejercer, esta elección la decidirá ese codiciado reducto de indecisos que se sitúan en el centro y cambian su voto de una elección a otra. Por eso sorprende el reciente viraje a la izquierda del presidente apoyando sin ambages el matrimonio entre personas del mismo sexo, que ha sacudido la actualidad estadounidense y amenaza con espantar a ese voto centrista.
Está por verse el coste electoral de este movimiento políticamente tan arriesgado, sobre todo en estados clave como Ohio, Florida o Missouri (ver lista elaborada por Político analizando el impacto negativo del anuncio en siete estados clave). Sin embargo, tiene su lógica. En la gran partida de ajedrez que el presidente y Romney juegan, ambos estaban enrocados en una situación cada vez más peligrosa para Obama, ya que Romney remontaba sin parar en las encuestas (llegó a estar a un punto de distancia).
Además, esta elección va de economía, hipotecas, precio de la gasolina y mercado laboral, unos temas que no favorecen al presidente, a quien muchos culpan de no haber hecho más y de la débil recuperación económica de Estados Unidos. Había que cambiar el foco de atención y replantear la partida en términos favorables, aunque ello requiriera sacrificar piezas importantes. Todo para mover el discurso de la economía a las cuestiones sociales, de las que Romney huye como si de la peste se tratara. Y hace bien, porque un debate sobre su mormonismo perjudicaría su campaña de forma muy grave.
El tiempo dirá si la ficha era la reina o un mero alfil. Según las encuestas, los indecisos quieren oír hablar de economía y soluciones para el país, no de cuestiones sociales, y virar a la izquierda puede salirle caro al presidente. Asimismo, le hace un favor a Romney, ya que despierta y refuerza en torno a su candidatura a los conservadores evangélicos, que tanto desconfían de él.
En pro del presidente, esta decisión refuerza a dos colectivos clave para su reelección en noviembre: los jóvenes y la comunidad gay, descontentos hasta ahora con Obama por su falta de definición. Y ha obligado a Romney a posicionarse en el tema. Asimismo, le ha permitido hacer record de caja: 90 minutos después del anuncio, la campaña había recaudado un millón de dólares en pequeñas donaciones.
No conviene desdeñar el trasfondo económico del asunto. A diferencia de España y otros países de América Latina, las campañas en Estados Unidos se financian
de forma privada, y muchas veces gana quien más dinero tiene (porque puede anunciarse más veces). Recaudar más que el oponente es por tanto una buena decisión en el plano estratégico, más cuando la nueva legislación da entrada al ruedo a agentes externos –los llamados Superpacs- que pueden recaudar a placer, y en los cuales algunos grupos conservadores –como American Crossroads, liderado por el polémico Karl Rove- están llamados a jugar un papel esencial.
Asimismo, esta decisión contenta a los grandes donantes (según el Washington Post, uno de cada seis es gay), y le alegró dos días más tarde la cena a la crema y nata de Hollywood, que se reunía con Obama en la casa de George Clooney de Los Ángeles (el cubierto costaba 40.000 dólares, y en total el presidente se embolsó 15 millones de dólares, batiendo una nueva marca).
También es interesante detenerse brevemente en cómo se cocinó el anuncio. Particularmente no creo que las palabras del vicepresidente unos días antes fueran un desliz (como se ha vendido). Basta con vivir un par de meses en Washington DC para saber que en esta ciudad nada sucede por casualidad. Esa semana Carolina del Norte votaba la aprobación del matrimonio homosexual, y se aprobara o no (finalmente se rechazó), se iba a hablar del tema. Así pues, utilizar la famosa –y temida- verborrea de Biden era una excelente excusa para aumentar las expectativas en torno a la posición de Obama al respecto.
Una vez que la bestia mediática había sido azuzada, el siguiente paso era elegir el formato y al periodista. Durante la Administración Obama, la Casa Blanca ha sido muy cuidadosa con quién escoge para transmitir qué mensaje. Esta vez no era excepción y eligieron a Robin Roberts, de la cadena ABC, amiga de los Obama, afroamericana y cristiana (dos de los colectivos más sensibles al matrimonio entre
personas de mismo sexo). El cuándo también importaba: por la mañana, en “Good
Morning America”, un programa de gran audiencia.
Y el mensaje se comunicó de forma que el anuncio encajara de forma verosímil con la narrativa del presidente, que justificó el asunto como una evolución de su pensamiento. Obama de nuevo ejemplificó la importancia que tiene en comunicación política que todo quede dentro del relato: no hay que huir del pasado, sino adaptarlo a las exigencias del presente.
Este escenario bien diseñado fue el que le permitió batir records de audiencia en redes sociales (47.000 retuits y 112.294 menciones, según el Washington Post) y de recaudación. En los próximos meses se verá el alcance del anuncio. Quien piense que esta campaña es aburrida, que juegue al ajedrez con Obama y Romney.