Por Luis Arroyo
En estos días, que reciben al huracán Sandy en la Costa Este de Estados Unidos, la gente se pregunta cómo afectará eso a las elecciones presidenciales, para las que queda tan solo una semana (por ejemplo, aquí, en este artículo del experto Howard Kurtz). Con ciudades tan relevantes como Nueva York cerradas y fantasmales a la espera de la “tormenta perfecta” que amenaza con destrozar lo que se le ponga por delante, la pregunta no es trivial. Si Obama desempeña bien su papel de “comandante en jefe” en un país en estado de emergencia, movilizando bien los recursos federales, es posible que el acontecimiento “le beneficie”, si se permite la frivolidad. Si cometiera el improbable error de comportarse como Bush durante el Katrina, el resultado podría ser desastroso. Más allá del papel que juega cada candidato como líder de su país en potencia, lo cierto es que si, como se espera, millones de personas se quedan sin electricicidad, y por tanto sin televisión, eso significará que muchos no podrán ver los millones de pases de publicidad que tanto los republicanos como los demócratas habían reservado para estos últimos días. Algunos sienten que el perdjudicado sería en ese sentido Obama, porque probablemente el huracán deje a muchas familias con pocos recursos, y votantes típicamente demócratas, sin muchas ganas de hablar de política y de votar el primer martes de noviembre.
Un artículo interesante que valora de forma breve esas posibilidades puede encontrarse en The Monkey Cage. Y un artículo académico muy revelador (Gasper y Reeves, 2011, ”Making it rain? Retrospection and the attentive electorate in the context of natural disasters”), analiza cómo los desastres climatológicos han afectado al voto por los candidatos a gobernadores y presidentes en las últimas décadas, desde los 70. El estudio afirma que, en efecto, cuando los presidentes o los gobernadores declaran el estado de emergencia y se ponen de forma clara y visual a organizar la atención tras el desastre, tienen incrementos en el voto. Y que si el gobernador pide ayuda a las autoridades federales y no se le presta, entonces lo paga el presidente y lo gana el gobernador. El efecto de rally o de cierre de filas, muy conocido y tratado en estas páginas con cierta frecuencia, se produce también en estos casos.
Fuente: Blog de Luis Arroyo