Por César Calderón
Durante los últimos meses hemos podido ver en nuestro país cosas hace poco impensables, misteriosos sucesos de naturaleza casi angélica, me refiero tanto al rey de España disculpándose en RTVE y diciendo el ya famoso “me he equivocado, no volverá a ocurrir”como a un grupo de militantes del PSOE madrileño asumiendo una difusa responsabilidaden un video nitidamente sobreactuado .
Vaya por delante que me parece estupendo que quien quiera disculparse lo haga por el medio que considere más oportuno, incluso subiéndose al campanario de la catedral de Sevilla, si fuere menester, y que sin duda las conciencias culpables hallan descanso, paz y reposo mediante el ejercicio de esta costumbre judeo-cristiana. Pero la cosa es, ¿Sirve para algo?
Pues miren, depende de donde sea uno, y me voy a explicar:
Recordarán que hace no demasiados años, el presidente norteamericano Bill Clinton, tras demostrarse que tuvo una “relación impropia” con una joven becaria, salió en directo en la televisión visiblemente compungido, pidiendo perdón a sus conciudadanos. Y ellos le recompensaron este gesto de humildad y sinceridad otorgándole la mayor aprobación de un presidente saliente de la historia norteamericana, además de con un enorme cariño que aún se demuestra en sus apariciones públicas.
Podría citarles decenas de ejemplos más de este mismo efecto en figuras públicas estadounidenses, británicas, australianas o centro y norte europeas. Cometen un error, lo asumen, y salen en los medios pidiendo de forma más o menos forzada las oportunas disculpas. Les funciona, basicamente, la gente les cree.
¿ Donde no funciona esta estrategia? Pues en países mediterraneos y del sur europeo o latinoamérica, y una de las razones – no digo la única, pero si una de las principales- tiene su origen en lo religioso.
El grupo de países donde este ejercicio de pública valentía funciona son basicamente protestantes, hijos de la reforma iniciada por Martin Lutero con sus 95 tesis de Wuttemberg, en las que abolía entre otros, el sacramento de la confesión ante un sacerdote, permitiendo el libre contacto entre Dios y el pecador contrito.
Es por tanto Lutero quien permite a sus seguidores, extendidos más tarde por buena parte del norte de europa y america, dejen de utilizar un intermediario a quien confesar sus faltas,dejando por tanto de ser una obligación y convirtíendose en un ejercicio de libertad individual.
Por el contrario, en los países del sur de europa, hasta hace muy pocos años esta confesión era de obligado cumplimiento, y sigue siéndolo aún entre las personas de más edad de la España rural. Cientos de años de confesiones ante el oído del sacerdote de turno, que tras una penitencia simbólica limpiaba el alma del pecador, borrando su culpa y dejándolo corretear alegre y contento en busca de nuevos pecadillos que cometer.
Por tanto, mientras que en los países protestantes el pedir perdón en público es considerado como un ejercicio de valentía, y puntúa muy alto al personaje público que lo ejerce, en nuestras sociedades meridionales tiene un valor muy escaso, ya que en nuestro imaginario colectivo va grabada a fuego la maxima de que tras la confesión y la penitencia, lo que se impone es un nuevo pecado.
Es por esto por lo que dudo de que ni la real petición de disculpas, ni el mea-culpa de los socialistas madrileños haya servido de demasiado, en nuestro país de cristianos viejos, autos de fe y curas descreidos se puntúan más los hechos que los perdones.
Fuente: Blog de César Calderón