Por: Luis Arroyo
Sus seguidores lo han estado esperando largo tiempo. En su primera legislatura Obama era frecuentemente criticado por condescender demasiado, ofrecer resultados muy matizados, negociar en exceso. Las bases progresistas de Estados Unidos, representadas en organizaciones muy potentes, como MoveOn.org o el Center for American Progress, sufrían, de manera más o menos silenciosa, esa posición aparentemente complaciente de aquel ya lejano candidato de la esperanza y el cambio que parecía omnipotente en campaña.
Después de cuatro años con “victorias” percibidas por la ciudadanía como contundentes (como la eliminación de Bin Laden), medianas (como la tímida recuperación de la economía o la reforma del sistema de salud), o alternativamente acontecimientos vistos como simples fracasos (como la incapacidad para limitar la posesión de armas o para cerrar Guantánamo), hoy el presidente de Estados Unidos se presenta con nuevos bríos, más asertivo y contundente.
No es solo una suposición o una opinión, aunque de estas hay muchas. Es también un hecho objetivo. El presidente de Estados Unidos utilizó un lenguaje más asertivo y más contundente tanto en el debate del estado de la Unión del pasado martes, como ya lo había hecho en su discurso de toma de posesión. Es un hecho objetivo porque la asertividad de un discurso se puede medir: con una compleja codificación, el ordenador puede calcular la asertividad de un texto distinguiendo las palabras complejas y ambivalentes, de aquellas que son simples y contundentes. Y pueden también medir la frecuencia de verbos y tiempos verbales que resultan más asertivos.
El profesor Stephen Benedict Dyson ha hecho exactamente eso y ha presentado conclusiones. El resultado es claro: Obama estuvo más asertivo tanto en la apertura de su segunda legislatura como en el debate anual del estado de la Unión. Todo hace pensar que el prudente, negociador y contemporizador Obama de los primeros años, ha decidido, ahora que ya no tiene que luchar por los votos, convertirse en un presidente más nítidamente progresista, más resolutivo y que deje más huella en la Historia.
Obama recibe el aplauso de todos puestos en pie, foto oficial de la Casa Blanca.
Por lo demás, esa liturgia de unidad en que se ha convertido el debate del Estado de la Unión es reflejo de la enorme fuerza que en Estados Unidos tienen los símbolos del patriotismo, por encima de las querellas partidistas. El presidente entra en el hemiciclo del Capitolio arropado por los aplausos de todos los representantes y senadores e invitados. Todos: de la derecha y de la izquierda, puestos en pie, aunque luego hagan una feroz oposición al presidente. Como se afirma,erróneamente, que Roosevelt dijo de Somoza: “Este será un hijoputa, pero es NUESTRO hijoputa”. Nadie contesta al presidente, ni siquiera le interrumpen. Sencillamente le escuchan. Es el jefe del Estado. (Nota importante: el jefe del Estado en países como España no es Rajoy sino el rey, por supuesto, por lo que las comparaciones hay que hacerlas con cuidado…).
A la liturgia de la unidad se le añaden las palabras del discurso del Obama “storyteller” (que pueden analizarse aquí con unamagnífica presentación del New York Times). Una vez más, la épica y la lírica de Obama es una sucesión de historias personales, de carne y hueso: aparecen por el texto soldados uniformados defendiendo la bandera estaodunidense, empresas que funcionan con sus motores a pleno rendimiento (Obama cita por su nombre a Ford, Intel, Apple…), la joven Hadiya Pendleton de 15 años, majorette en su escuela hasta que es asesinada ”a una milla de mi propia casa en Chicago” – dice Obama… Buen estreno, más que digno, del nuevo chief speechwriter de la Casa Blanca, el joven Cody Keenan, que sustituye al brillante Jon Favreau, que se va a Hollywood a hacer guiones para el cine, ni más ni menos. La Casa Blanca no tiene ningún problema en ofrecer al mundo un vídeo interesantísimo, en el que se ve el arduo proceso de producción de ese discurso emblemático:
Este despliegue simbólico de fuerza, unidad, épica, retórica (y en el caso de Obama, progreso, avance y cambio), ha contrastado necesariamente con la pobreza de la réplica que ha ofrecido Marco Rubio desde el lado conservador. Esas réplicas no tienen en realidad mucha importancia. Se instauraron en 1966 y son simplemente un discurso televisado, sin audiencia, que ofrece la respuesta política de la oposición, que aprovecha la ocasión para lanzar o reforzar a alguna de las estrellas supuestamente prometedoras del momento. En esta ocasión, se trató del senador hispano Rubio, esperanza de los republicanos. El llamado “Obama latino” u ”Obama republicano”; por su juventud, su pertenencia a una minoría étnica y su claridad en los principios. Que diera su discurso en español no es una novedad: ya ha habido versiones españolas de la réplica en el pasado. Pero sí ha sido una lamentable novedad ese traicionero trago de agua acelerado, agustioso e infantil, que ha dado la vuelta al mundo y que ha permitido a alguien decir que “los republicanos se muestran demasiado sedientos de poder”. Aunque el gesto en sí no tenga la menor importancia, desde luego traslada la imagen de un partido republicano empequeñecido, débil, torpón, frente a un presidente agrandado por la fuerza de los símbolos y de las palabras.