Por: Alfredo Dávalos
Las campañas de ataque tiene el objetivo de conseguir nuevos votos y quitar a los adversarios para debilitarlos, según los consultores Jaime Durán y Santiago Nieto. Recomiendan que antes de atacar se debe analizar las consecuencias de dicha acción sobre los votantes blandos y posibles.
1. El primer objetivo del ataque es lograr que nuestro oponente responda. Hay que ver en la respuesta, una medida de triunfo relativa al ataque, y, a la vez, responder a la respuesta subiendo el tono de la agresión (Elgarresta, 2002: 33). Al respecto Jaime Durán y Santiago Nieto señalan que si tenemos un plan bien hecho para aprovecharse de la agresividad de nuestro adversario, hay que suscitar intencionalmente el ataque (Durán y Nieto, 2010: 203).
2. No hay que atacar si estamos arriba. Una campaña denigratoria o calumniosa no es muy corriente entre partidos con posibilidades de triunfo. Porque al ser claramente identificable el emisor del ataque, su agresividad puede provocar efectos contrarios a los perseguidos entre los electores.
3. No debemos atacar por placer. Se ataca cuando se considera necesario para detener el crecimiento de la intención de voto hacia nuestros adversarios, o para restarle votos a la oposición, pero nunca porque “me da un gran placer el ataque” (Elgarresta, 2002: 18). Desde la perspectiva de este consultor, solamente existen dos razones válidas para atacar en una campaña política: ganar votos y/o que el oponente pierda votos (Elgarresta, 2002: 27).
4. Atacar a través de medios alternativos y guerrilla. En aquellas campañas en donde “la polarización”, no sólo de los actores directamente inmiscuidos en la contienda, sino de amplios segmentos de la sociedad es más alta, se pueden emplear tácticas “por debajo de la línea” -Bellow de Line o BTL, por sus siglas en inglés- (Adolfo Ibinarriaga y Roberto Trad, 2009: 12).
5. Atacar con estrategia. Hay que superar los entusiasmos y las pasiones antes de atacar. Debemos realizar un análisis frío de los costos y beneficios del ataque (Durán y Nieto, 2010: 175).
6. Tácticas de desgaste. Esta táctica se puede emplear cuando tenemos muchos más recursos que la oposición. Podemos poner en aprietos a nuestros contrincantes al convertir uno de nuestros temas en el asunto principal de la campaña, por ejemplo: ganar con nuestra base de electores cuando éstos son mayoritarios; concentrar el ataque en un punto débil de nuestro oponente, etcétera (Elgarresta, 2002: 18).
7. Ataque sintonizado con el interés de la gente. Debemos acometer cuando el conflicto nos comunica con los electores, nos identifica con sus problemas, y permite conseguir los objetivos establecidos en nuestra estrategia (Durán y Nieto, 2010: 196).
8. Campañas negativas. La exposición directa de lo negativo de mi oponente, suele ser identificada como campaña negativa. El mayor riesgo en este tipo de táctica consiste en ser identificado como la fuente de la agresión. No obstante, si la realizamos con tacto y tiento, bien pudiera ser empleada sin que el electorado conozca bien a bien de dónde provino (Elgarresta, 2002: 18).
9. Arma de doble filo: Siempre debemos tener en cuenta que si el ataque es una forma eficaz para proyectar nuestra campaña, también lo es para los adversarios (Ortiz Castaño, 1993: 101).
10. Ataca al oponente, pero halaga a todos los electores todo el tiempo. Esta táctica suele dar buenos resultados cuando el electorado logra identificarse con los halagos que se pronuncian en su favor (Elgarresta, 2002: 34).
El ataque en las campañas debe ser un proceso estratégico, validado con anterioridad por las investigaciones y estudios de opinión.
Al respecto Elgarresta señala que una vez que hemos atacado, no podemos retirarnos. Hacerlo sería admitir que el ataque era injusto y eso deja en una mala posición al candidato que lo hizo. Por lo tanto, antes de agredir debemos decidir si estamos dispuestos a ir hasta el final. Lo cual no es fácil, pues casi siempre la gente que más protesta el ataque está entre los propios partidarios del candidato que ataca (Elgarresta, 2002: 33).