Por: Marcelo Castelo
Como ya hemos comentado, los gestos adaptadores son una parte de nuestra comunicación no verbal que nos ayuda a adaptarnos a una situación que, por el motivo que sea, nos incomoda. Al mismo tiempo informan, a quien sepa leerlos, sobre nuestro estado emocional.
Lo más peligroso de los gestos adaptadores es que si son muy evidentes, el auditorio percibirá que algo no va bien, lo que tendrá como consecuencia que el diálogo interno de los asistentes inicie su especulación sobre los motivos que hacen que el orador no tenga el control de sus emociones. ¿Será que no tiene bien preparado el tema?, ¿será que tiene miedo a las preguntas?, ¿será que no dice toda la verdad?, ¿será que se pone nervioso al hablar en público?
Sea lo que sea, habremos encendido una señal de alerta sobre nuestra profesionalidad, sobre nuestra capacidad de gestión emocional o sobre ambos aspectos.
Al hablar en público es casi inevitable tener algún gesto adaptador. Con la experiencia y el paso del tiempo, algunos oradores logran dominar la mayor parte de ellos y que, para el gran público, pasen desapercibidos.
Una de las mayores dificultades que tenemos en estos escenarios es qué hacer con las manos. Vamos a intentar explicar cosas que no deberíamos hacer y otras que podemos hacer con nuestras manos.
Esconder las manos detrás de la espalda, en los bolsillos, cruzando los brazos ante el pecho o teniendo en ellas objetos que no son propios de un orador como gafas o bolígrafos, son gestos adaptadores clarísimos que levantarán las alarmas, siquiera inconscientes, del auditorio.
Tamborilear con los dedos, estrujar las manos o utilizarlas para hacerse peinados imaginarios, pellizcarse el lóbulo de la oreja, rascarse la nuca, juguetear con la alianza, hojas o carpetas, poniéndolas delante del pecho o detrás de la espalda, son signos de adaptación evidentes que deberías intentar evitar.
Por contra, lo mejor que podemos hacer con las manos es simplemente dejarlas volar con nuestro mensaje. De esta forma,nuestras manos pasarán de hacer gestos adaptadores a hacer gestos ilustradores lo que apoyará y enfatizará nuestro mensaje aportándole un plus de credibilidad, a la vez que ayudará a mantener el interés y la atención del auditorio.
Cuando estés en momentos de espera puedes dejar las manos caídas a ambos lados del cuerpo, lo que exige un gran dominio emocional. En el más que probable caso de que no soportes tener las manos caídas sin hacer nada, puedes juntarlas, sin entrelazarlas, pegando las yemas de los dedos, mientras, por ejemplo, esperas que te hagan las preguntas.
Si todavía necesitas tener algo entre las manos, puedes llevar el mando a distancia del ordenador o un puntero láser. Ambos artilugios son propios de un orador por lo que puedes utilizarlos sin problema o por lo menos tenerlos en las manos y apretarlos disimuladamente si lo necesitas de vez en cuando, aunque en realidad no los estés utilizando.
Por último debes controlar los gestos reguladores. Señalar al auditorio con el dedo índice o con la palma de la mano hacia el suelo son gestos desafiantes. Por contra, enseñar las manos abiertas, señalar o ceder la palabra con las palmas de las manos hacia arriba denotan seguridad, apertura y respeto.
¿Se te ocurren otras de utilizar las manos en una conferencia?
Fuente: Blog de Marcelo Castelo