Por Daniel Eskibel
“¿Qué ves?
¿Qué ves cuando me ves?
Cuando la mentira es la verdad.”
Así canta la banda de rock argentino Divididos, surgida luego del final de Sumo. Canta y pone el acento sobre un asunto clave. ¿Qué vemos cuando vemos a alguien?
El cuerpo no es sólo un soporte para la palabra.
El cuerpo habla. Todo el tiempo. Antes, durante y después de las palabras. Sosteniendo un discurso permanente que puede reforzar, reducir o incluso contradecir al discurso verbal.
El cuerpo habla con gestos, con miradas, con posiciones, con ademanes, con movimientos, con colores, con formas, con acciones.
Generalmente habla en un idioma que no es plenamente conciente. No lo es para quien produce ese discurso. Tampoco para quien lo recibe e interpreta.
Pero ya sabemos que el mundo de la comunicación no se agota en lo conciente ni mucho menos. Que lo conciente, deliberado y evidente es más bien la pequeña punta visible del iceberg.
El cuerpo también hace política.
Es obvio pero vale decirlo. También el cuerpo del candidato y del gobernante es un cuerpo que habla. Que dice mucho.
Es un decir no controlado. No está dirigido por la voluntad expresa del político. Y expresa, justamente, mucho más de lo que pretende expresar. Y quien lo ve lo lee, lo comprende intuitivamente. Sabe lo que significa aunque no lo pueda traducir en palabras.
Es como si el político colocara su(s) mensaje(s) en 2 idiomas completamente diferentes. Y como si el elector lo(s) decodificara, también, en 2 idiomas completamente diferentes.
Algunos ejemplos de la política argentina pueden ser bien ilustrativos al respecto.
Menem y el espejo.
Una constante de Carlos Saúl Menem (antes, durante y después de ser Presidente) fue el reiterado llamado de atención hacia su cuerpo.
“Síganme” fue en un tiempo su eslogan. Pero sus grandes patillas y su vestimenta parecían decir “Mírenme”. Y buscaba ser mirado a toda costa. Buscaba permanentemente la escena que fuese atractiva para los flashes de los fotógrafos y para los camarógrafos de la televisión.
Menem conduciendo veloces automóviles, jugando al fútbol, jugando al golf, rodeado de mujeres, exhibiendo su dinero, cambiando su look, mostrando su aspecto rejuvenecido en base a la cirujía estética.
¿Cual era el mensaje? “Mírame para que al verme te veas al espejo”.
El discurso no verbal de Menem consistía en mostrarse como espejo de los deseos de un amplio sector de los argentinos de su tiempo: eternamente jóvenes, ricos, bellos, atléticos, consumistas, exhibicionistas, algo excéntricos y felices.
Menem espejo. Al derecho y al revés, por cierto. Menem.
De la Rúa y la ausencia.
El discurso corporal de Fernando de la Rúa fue siempre el de la ausencia, el de la lejanía. “Dicen que soy aburrido” fue la frase que operó de hilo conductor de su campaña electoral. Y su cuerpo se empeñaba en demostrarlo.
De la Rúa huyendo de Casa de Gobierno en un helicóptero, De la Rúa perdido en un estudio de televisión en el que no encuentra la salida mientras todos se burlan, De la Rúa durmiendo la siesta en Casa Rosada, De la Rúa contenido y vacilante…
Pero siempre ausente, ese era el mensaje del cuerpo.
Cristina y el exceso.
El maquillaje, la gestualidad y la vestimenta de Cristina Fernández de Kirchner construyen un mensaje de exceso, de subrayado grueso, de sobreactuación, de un énfasis tan fuerte que parece artificial.
De esta manera la comunicación se hace más pesada, más densa, más expresionista, más dramática incluso. Con lo cual su mensaje pierde simplicidad y pierde también capacidad de persuasión.
Además despierta reacciones emocionales fuertes e intensas.
Ver más allá de lo verbal.
El discurso verbal es solo parte del discurso político. Importante, sí. Pero solo una parte. El resto no es literatura. El resto es cuerpo. Cuerpo que habla.
Fuente: Maquiavelo&Freud