Por: Yuri Morejón
No estamos acostumbrados a que nos descubran sus puntos más débiles. Mucho menos de su propia boca. Una debilidad que bien gestionada, sin embargo, puede hacerles más humanos, más próximos. Más fuertes.
Lo comentaba recientemente en un artículo para Diario Vasco y en esta entrevista de hace unas semanas para Radio Euskadi. La manera en la que afrontan y enfrentan las crisis, también las personales, nos dan mucha información sobre la personalidad, la determinación y el liderazgo del político en cuestión. Y, lejos de lo que pudiera pensarse, todo ello suele ser más valorado (y recordado) que el resultado de la propia gestión de la crisis.
[audio: http://www.marketingpoliticoenlared.com/sites/default/files/audio/enfermedades-politicos-yuri-morejon.mp3]Sobre todo ello me entrevista este lunes la periodista Lara Bonilla en este completo reportaje para el Diari ARA de Cataluña.
Te lo adjunto traducido al castellano para que puedas leerlo más cómodamente.
Recetas para un político enfermo
¿Está obligado un cargo público a decir que sufre una enfermedad? Los expertos dicen que sí.
El presidente de los EE.UU. John F. Kennedy mantuvo en secreto que tenía la enfermedad de Addison. Su antecesor, Franklin D.Roosevelt, escondía que iba en silla de ruedas. François Mitterrand ocultó durante años que sufría cáncer y el mismo hizo el Sha de Persia. Como cualquier ciudadano, los políticos no son inmunes a la enfermedad. ¿La diferencia? “Todo el que afecta a la salud de las personas es privado, pero en el caso de los políticos es público, y los ciudadanos tienen derecho a saber cuál es el estado de salud de sus gobernantes”, dice Antoni Gutiérrez-Rubí, asesor de comunicación. Y la razón es que la enfermedad o la medicación “puede afectar sus capacidades ejecutivas y representativas”.
En su ensayo ‘En el poder y en la enfermedad‘, sobre las enfermedades de jefas de estado y de gobierno de los últimos cien años, David Owen explica que Kennedy se medicaba con cortisona y la enfermedad de Addison –una deficiencia hormonal– lo hizo depender de una terapia sustitutiva a base de hormonas. El joven y aparentemente saludable presidente engañó al pueblo americano y Owen atribuye el desastre de bahía de Cochinos a la medicación que tomaba. Este secretismo que antes rodeaba al estado de salud de los líderes políticos es hoy impensable en la actual sociedad de la información. “El problema de no decirlo es que fácilmente se puede filtrar a través otras fuentes y esto genera especulaciones y desconfianza respecto al político en cuestión”, dice Francesc Xavier Ruiz, catedrático de comunicación de la Universitat Pompeu Fabra. “La única manera de controlar la información es dándola”, añade Yuri Morejón, asesor de comunicación política y director de Yescom Consulting. Este es uno de los motivos por los cuales los expertos consultados recomiendan transparencia.
Político cercano
Los casos más recientes de políticos que están superando una enfermedad son el de la presidenta de la Comunitat de Madrid, Esperanza Aguirre, y la diputada de Nafarroa Bai, Uxue Barkos, que hicieron público un cáncer de mama, y el vicepresidente primero del gobierno español, Alfredo Pérez Rubalcaba, que fue ingresado a la UCI por una infección urinaria. Lo que antes se escondía por vanidad o por debilidad malentendida, ahora muestra el lado más humano del político y ayuda a concienciar la población sobre determinadas enfermedades. Es el que pasó con Manuela de Madre y la fibromialgia; Pasqual Maragall y Alzheimer, o Aguirre y Barkos, con el cáncer de mama.
“Son un ejemplo de superación y de lucha y un estímulo para otras personas que están sufriendo la misma enfermedad”, explica Gutiérrez-Rubí. En el momento que el político dice que está enfermo, se hace más cercano, puesto que entonces no vemos el gestor sino a la persona. “Muestra su lado más vulnerable y esto genera empatía, porque todo el mundo ha tenido gente cercana enferma”, dice Yuri Morejón. Antes, las enfermedades eran prácticamente un secreto de estado: “Se buscaba un liderazgo basado en un político imbatible que mostraba más autoridad que humanidad”. Esto explicaría porque Franklin D. Roosevelt, que quedó paralítico después de una poliomielitis, intentara ocultarlo. Incluso ideó un método para hacer creer que podía andar. De las 35.000 fotografías que se conservan de él, sólo dos lo muestran en silla de ruedas.
Es uno de los casos que recoge Owen en su libro. Otro caso de ocultación es el de François Mitterrand, que convivió con un cáncer de próstata mientras era presidente de Francia. “Él es la prueba de que una cabeza de Estado o de gobierno puede estar enfermo, grave y con una medicación exigente, y seguir gobernando de manera eficaz”, escribe David Owen. Sin embargo, hay muchos motivos para esconderlo y uno es que “los electores podrían pensar que tiene que dejar paso a otro”, dice Gutiérrez-Rubí.
El desgaste de la política
Cada vez que un político hace pública su enfermedad también nos recuerda que “hay una carga de estrés asociada a la política que muchas veces no somos conscientes”, explica Morejón. Una mala alimentación, muchas horas fuera de casa, poco tiempo para cuidarse y horarios imposibles pasan factura al cuerpo. También hay dolencias que afectan más a los políticos por el estilo de vida que traen, como por ejemplo problemas intestinales o de afonía.
Otra cosa es intentar sacar rédito de la enfermedad. “Quiero creer que ninguno lo utiliza en clave electoral, y los ciudadanos detectan enseguida si hay una sobreactuación”, explica Gutiérrez-Rubí. Esperanza Aguirre ha dicho que se tendrá que tomar la campaña electoral con “algo más de calma”. Ella hizo pública su enfermedad en rueda de prensa. Otros optan por un comunicado. El presidente norteamericano Dwight Eisenhower usó el sentido del humor. Cuando en 1955 sufrió un ataque cardíaco y una trombosis, el Dow Jones cayó un 6%. El pánico duró poco. Ayudó que él se fotografiara con una camisa con el siguiente bordado: “Mucho mejor, gracias”.