Por: Daniel Eskibel
Juan María Brausen creó una ciudad en su imaginación. Una ciudad completa, con sus calles, avenidas, edificios y habitantes. Una ciudad imaginaria a la que llamó Santa María. Y luego se fue a vivir allí. A la imaginaria Santa María. Y allí se quedó.
Brausen es el personaje principal de “La vida breve”, dura pero maravillosa novela del escritor uruguayo Juan Carlos Onetti. Su periplo es simple pero demoledor. Se aleja poco a poco de la realidad: su esposa Gertrudis, su mejor amigo, su trabajo como publicista…Y al mismo ritmo va construyendo la mítica Santa María.
Un día Brausen se ve a sí mismo caminando por las calles que él mismo inventó. Esas calles que serán escenario de buena parte de la obra de Onetti. Esa Santa María en la que tarde o temprano descubrimos que en el centro de la plaza está la estatua del héroe local. Y que ese héroe se llama Brausen. Esa Santa María en la que un lejano día habrá un personaje que invoca a Dios musitando “Brausen mío”…
Una novela, claro. Ficción. Nada más que ficción.
¿Nada más que ficción?
Es curioso, pero en política suele ocurrir un fenómeno extraordinariamente similar. Casi idéntico. Y de enorme poder destructivo.
Es la construcción de una realidad alternativa alrededor del político. Una realidad virtual que tal vez al principio lo protege pero que termina por ahorcarlo.
Al principio nadie lo advierte. Y todos creen estar vacunados contra eso. Cuentan además con la certeza inconmovible de pisar el terreno firme de la realidad. Pero poco a poco comienzan a alejarse. Tal vez de un modo sutil, lento, insidioso. Es así que el político y su equipo van construyendo su mundo. Su propio mundo.
Hablan, viven y respiran política. Se comunican todo el tiempo con personas que también hablan, viven y respiran política. Y se van desconectando paso a paso de la gente común y sus problemas. Sus contactos piensan parecido a ellos, y los que piensan distinto están cada vez más lejos. Las informaciones provenientes de la realidad son filtradas por la necesidad creciente que tiene el cerebro de que todos los datos cierren. Entonces lo nuevo parece que siempre viene a confirmar lo viejo, lo ya sabido.
Como Brausen, construyen un mundo. Un mundo propio que siempre les da la razón. Y se van a vivir en ese mundo. Y toman decisiones desde ese mundo.
La noche de la elección es el choque de los mundos. El creado alrededor de cada político y el real. Un choque que para casi todos es doloroso, duro, casi violento. Porque los resultados electorales suelen tirar abajo el castillo de naipes y mostrar que la realidad no era igual a esa construcción político-imaginaria que se fue levantando imperceptiblemente a su alrededor.
Por eso existen los consultores políticos. Para llegar desde afuera de la Santa María imaginaria de cada uno. Y señalar lo que Brausen no puede ver.
Fuente: Boletín Psicociudad