Esta es la historia de cómo Steve Jobs escribió su famoso discurso de Stanford. Ha sido extraída de la biografía de Steve Jobs escrita por Walter Isaacson, y con este post ya les doy un descanso sobre mi pasión por la manera en que el visionario emprendedor de la tecnología articulaba sus mensajes y cómo los presentaba al público.
El ingenioso minimalismo del discurso le otorgaba sencillez, pureza y encanto. Puedes buscar donde quieras, en antologías o en Youtube, y no encontrarás un discurso de graduación mejor. Puede que otros fueran más importantes, como el de George Marshall en Harvard en 1947, en el que anunció un plan para reconstruir Europa, pero ninguno ha sido más elegante.
El humor de Steve Jobs se había vuelto meditabundo tras el diagnóstico de cáncer en 2003 y tras cumplir los cincuenta años. La Universidad de Stanford ofreció entregarle un Honoris Causa en 2005, y él aceptó, por lo que recurrió al brillante guionista Aaron Sorkin (A few good men, The West Wing) para que lo ayudara con su discurso. Sorkin accedió a colaborar, y Job le envió algunas ideas.
«Aquello ocurrió en febrero y no recibí respuesta, así que volví a contactar con él en abril y me contestó: “Ah, sí”, así que le mandé algunas ideas más –relato Jobs-. Llegué hablar con él por teléfono, y seguía diciéndome que sí, pero llegó el principio de junio y no me había enviado nada».
Job entró en pánico. El siempre había redactado sus propias presentaciones, pero nunca había pronunciado un discurso de graduación. Una noche se sentó y escribió el texto él solo, sin más ayuda que la de su esposa, a la que le iba presentando sus ideas. Como resultado, aquella acabó siendo una disertación muy íntima y sencilla, con el tono personal y sin adornos propios de unos de los productos perfectos de Steve Jobs.
Alex Harley afirmó en una ocasión que la mejor forma de comenzar un discurso era la frase: «Déjenme que les cuente una historia». Nadie quiere escuchar un sermón, pero a todo el mundo le encantan los cuentos, y ese es el enfoque que eligió Jobs. «Hoy quiero contarles tres historias de mi vida –comenzó-. Eso es todo, no es nada del otro mundo, solo tres historias».
La primera versaba sobre cómo abandonó los estudios en el Reed College. «Pude dejar de asistir a las clase que no me interesaban y comencé a pasarme por aquellas que parecían mucho más atractivas». La segunda historia relataba como el haber sido despedido de Apple había acabado por resultar algo bueno para él. «La pesada carga de haber tenido éxito se vio sustituida por la ligereza de ser de nuevo un principiante, de estar menos seguro acerca de todo». Los estudiantes prestaron una atención poco habitual, a pesar de un avión que sobrevoló el terreno con una pancarta en la que se le pedía que «reciclaran todas su chatarra electrónica». Sin embargo, fue la tercera historia la que los mantuvo completamente cautivados. Era la que trataba sobre el diagnóstico del cáncer y la mayor conciencia que aquello había traído consigo.
«Recordar que pronto estaré muerto es la herramienta más importante que he encontrado nunca para tomar las grandes decisiones de mi vida, porque casi todo –todas las expectativas externas, todo el orgullo, todo el miedo a la vergüenza o al fracaso- desaparece al enfrentarlo a la muerte, y solo queda lo que es realmente importante. Recordar que vas a morir es la mejor manera que conozco de evitar la trampa de pensar que tienes algo que perder. Ya estás desnudo. No hay motivo para no seguir los dictados del corazón».
Fuente: Comunicaciones Integradas