Nos dicen de todo: mercenarios, amorales, esbirros, materialistas y hasta prostitutas de corbata. Ninguna otra profesión es sometida a tan rigurosa calificación ética. Los médicos y los abogados atienden todo tipo de clientes, independientemente de su actividad. Los ingenieros, arquitectos, sastres o cocineros sirven a un variopinto público, sin que sea siempre el mismo usuario. En cambio, los consultores políticos estamos bajo la lupa de la sociedad y somos condenados si hoy estamos asesorando a la fuerza política que ayer nuestro antiguo cliente enfrentaba. Ni los futbolistas que, profesionales como son, cambian de camiseta son tan agredidos como nosotros.
Esto sucede porque se confunde la naturaleza de nuestro trabajo. Todavía se cree que la consultoría política es una actividad que liga obligatoriamente al consumidor con el asesor en términos ideológicos y políticos. Pasa esto porque durante mucho tiempo, cuando no existía nuestra disciplina separada de la actividad partidaria, eran militantes los que cumplían la función que hoy nos toca desempeñar.
En ese entonces se organizaban las campañas de manera rudimentaria y se encargaba a algún militante con cierta experiencia el liderazgo de éstas. Poco a poco fue surgiendo la necesidad de profesionalizar la actividad: la investigación mediante encuestas y grupos focales requirió especialistas; la comunicación se fue haciendo más compleja y obligó a buscar expertos; la logística, la búsqueda de fondos, el contacto directo y más recientemente el uso de las nuevas tecnologías cerraron el círculo de la necesidad de cualificar la consultoría política.
Hoy en día, el consultor político es un profesional que puede formarse en renombrados centros académicos. Hay especializaciones, diplomados, maestrías y últimamente doctorados en muchas variantes: marketing político, comunicación política, investigación política, gerencia de campañas, marketing gubernamental, marketing legislativo, imagen pública, media training, etcétera.
Sin embargo, todavía sigue siendo clave la experiencia. La mayoría de los más importantes consultores políticos que trabajan en el mundo son autodidactas que vienen de otras disciplinas, pero que tienen una enorme experiencia en asesorar campañas electorales o gobiernos.
La consultoría política se nutre de muchas ciencias y disciplinas: sociología, ciencias políticas, psicología, comunicación social, filosofía, economía, matemáticas, estadística, historia, geografía y hasta la biología. El consultor político no sólo es un consejero estratégico, sino que muchas veces tiene que cumplir el rol de organizador, gerente y hasta de psicoanalista del candidato. En las campañas ideales (y en las que se encuentran descritas en los manuales) nuestro rol es claro y delimitado, pero en la realidad hacemos de todo y solemos convertirnos en el eje de la campaña.
Cuando concluye la elección y ganamos, los créditos y las felicitaciones son para el candidato, el partido u otros integrantes de la campaña, pero cuando fracasamos la culpa es solamente nuestra. Es, ni duda cabe, una actividad ingrata y sólo para curtidos sobrevivientes. Pero, como dice el personaje de Dustin Hoffman en *Wag the Dog*, no hay oficio que se le iguale. La pasión y la adrenalina que hay en una campaña son indescriptibles. Trabajamos con intensidad de incendio, siempre asediados por el corto tiempo o los bajos presupuestos, porque si hay algo que nunca sobra en las campañas es tiempo y plata.
De un tiempo a esta parte nos hemos convertido en factores indispensables en las campañas electorales, lo que ha provocado que muchos jóvenes se incorporen a cada momento a engrosar las filas de la profesión. Esto nos obliga, a los veteranos, a trabajar duro y actualizarnos constantemente, pero también a transmitir generosamente el conocimiento que sólo es posible adquirir en el terreno de juego. Consultores políticos del mundo, ¡uníos!, nada tenemos que perder sino el prejuicio de la gente.