Por: Airée Coronado López
“Mientras el cerebro sea un misterio, el universo continuará siendo un misterio.” Santiago ramón y Caja
En fechas recientes las neurociencias han integrado la neuropolítica como una rama que intenta explicar los procesos mentales que llevan a un elector a votar por tal o cual candidato. Esta relativa nueva disciplina considera aspectos tanto biológicos como sociales del individuo y su entorno, resultando interesante y útil para la propagada, estrategias de mercadotecnia, comunicación política, estrategias gubernamentales, consensos y toma de decisiones.
La neuropolítica mide las reacciones neurológicas que genera un candidato en los ciudadanos en cuanto a su discurso, marketing y plataforma electoral.
En este sentido la neuropolítica cobra fuerza, debido a que estudios realizados demuestran la importancia cognitiva del elector, esto es la empatía con el candidato, la expresividad facial y los gestos corporales de este, así como la manera de articular las imágenes, los valores y los sentimientos que finalmente canalizan su voto. La neuropolítica puede hacernos comprender el proceso cognitivo de los votantes en unas elecciones, ya que las decisión del voto es resultado del pensamiento producto de la percepción que se tiene del candidato.
El “cerebro político”, objeto de estudio de la neuropolítica, es lo suficiente subjetivo a la hora de sufragar, lo hace más por afinidades, simpatías y
empatías, incluso trata de acomodar la información a los sentimientos, es ahí donde radica la importancia de la imagen física del candidato. Este tipo de cerebro curiosamente le da más valor a lo que no nos gusta que a lo que nos gusta de un candidato, es decir, se vota por el candidato que menos nos desagrada.
El tema ha despertado el interés científico y por lo tanto están integrando las ciencias cognitivas como la psicología y la filosofía a las ciencias sociales como la política y la sociología de manera que la primera explique la segunda, con la intención de predecir la intención del votante en un proceso electoral. Es decir, determinar las preferencias de voto de los electores en función de los patrones de actividad neuronal.
La neuropolítica es un tema que debería interesar a los que se dedican a la política profesional y todas aquellas personas que estudian la comunicación política como son los estrategas, consultores y coordinadores de campaña.
Existe la creencia que otorgarle un voto o no a cierto candidato en una elección es el resultado de un análisis detallado, un proceso razonado en el que se comparan y contrastan diversos factores como son los compromisos de campaña, imagen del candidato, carrera política de este, entre otros aspectos. Sin embargo, esto no sucede del todo así.
Es verdad que se pondera el voto razonado y que las personas que externan su preferencia por algún candidato vinculándola con la parte afectiva, aquella que se rige por las emociones, son juzgadas como irracionales, ignorantes y fácilmente manipulables.
Pero ¿de verdad tenemos control sobre nuestro cerebro o no será más bien que nuestro cerebro nos ayuda auto engañarnos para no sentirnos
manipulados por la propaganda electoral? La neurociencia confirma la ventaja de la razón, justificando que el pensamiento analítico que se deriva
precisamente de la razón, es un rasgo distintivo para el desarrollo y la evolución.
Sí las campañas electorales consideraran los procesos mentales de quienes emitirán su voto, se dejaría de ver al elector como un producto y en su lugar comenzarían a verlo como el motivo de la campaña.
Muchas campañas aún siguen utilizando las mismas estrategias mercadológicas de antaño en las que se cree que con un objeto material se
puede convencer de votar por cierto candidato, siendo que esto solamente provoca una satisfacción inmediata, pero no logra crear una vinculación emocional entre el elector y el candidato y mucho menos garantiza el voto a su favor.
Se ha comprobado que en campañas electorales los ciudadanos más informados, aquellos que leen noticias, escuchan la radio y siguen los
acontecimientos del día, no manifiestan un comportamiento muy distinto a los que desconocen esto a la hora de apoyar a un candidato o a un partido. En este sentido comprendemos que el elector tiene la capacidad de transformar la información que obtiene y manipularla hasta que se adecua a lo que siempre ha creído, desechando e ignorando la información que no se asemeja a sus propias creencias. Esto podría explica por qué hechos concretos, como descubrir que los políticos mienten o son ignorantes y corruptos, no modifica la intención de voto. El cerebro escucha solamente lo que desea y lo que resulta racional, es decir, lo que podría hacerlo cambiar de opinión lo bloquea.
Cuando un elector se encuentra en la urna, vienen a su mente imágenes, sucesos vividos, se manifiestan sus temores y también lo que le satisface. La decisión racional que implica elegir al candidato, es realmente el sentimiento de aprecio o antipatía el que se hace presente. Cada quien tiene su historia y cada persona actúa con base a sus vivencias; es una elección basada en creencias, que bien pueden ser ciertas o no.
Hoy en día continuamos sorprendiéndonos de que existan mayorías abrumadoras de electores que continúen apoyando a ciertos partidos o a
ciertos candidatos que podrían parecer perjudiciales para los propios intereses de aquellos que los eligen.
En este contexto, conocer cómo funciona el cerebro humano debería ser fundamental a la hora de armar estrategias políticas, nuestros representantes políticos deberían mostrarse interesados por conocer a los ciudadanos que pretenden gobernar. Asimismo aprovechar las nuevas tecnologías y la neuroinformación, para crear novedosas estrategias y técnicas visuales, además de mejorar la calidad de la comunicación.
Una campaña hueca es una campaña que no logra comunicar lo que pretende, donde el mensaje no llega al votante, no hay conexión ni empatía, donde no se mueven las emociones ni se obtienen la intención del voto a favor.
Votar por un candidato debe ser un acto reflexionado, sin embargo, la aportación de lo que hoy en día conocemos, es que no se puede concebir
el voto de un elector, sin considerar una relación íntima entre la razón y la emoción.
Fuente: Blogs de Política