Por: Carlos Ruiz Mateos
Tali Sharot es neurocientífica en la University College of London. Estudia el sesgo optimista como factor evolutivo para la supervivencia. De acuerdo a sus investigaciones, las personas optimistas se desenvuelven mejor en su entorno social y son capaces de alcanzar mayores cotas de éxito durante su vida. Podría parecer una obviedad pero no lo es. Muchos seres humanos adoptan una actitud pesimista plenamente consciente, creyendo que, al ser menor la expectativa de éxito, su decepción también será más leve y así no le causará grandes trastornos seguir adelante.
Sharot viene a refutar esta costumbre socialmente adquirida por muchos que consiste en pensar que todo va a salir mal y así la vida es más llevadera. La autora asegura que los optimistas también son capaces de gestionar mejor el fracaso pues consideran que, a pesar de todo, las cosas mejorarán. Es una cuestión de actitud que ha permitido al hombre superarse a sí mismo. De hecho hay muchas más personas optimistas que pesimistas, sobre todo con nosotros mismos –creemos ser más guapos y más inteligentes que la media-.
¿Qué espero que me suceda en la vida? ¿Lo que está por venir será bueno para mí y para los míos?
Tanto el optimismo como el pesimismo, no obstante, juegan en un mismo terreno, que no es aquel de las realidades sino el universo de las expectativas. ¿Qué espero que me suceda en la vida? ¿Lo que está por venir será bueno para mí y para los míos? El hombre, por naturaleza, tiende a proyectar a futuro todo lo que aprende, escucha y siente: cómo será la fiesta a la que va a acudir con unos amigos, si la reunión de mañana será un éxito y qué factores lo determinarán –y cómo actuará si sale mal- o si le gustará la película de esta noche después de haber escuchado sólo buenas críticas.
La expectativa no determina, en parte, la opinión de las personas sino que es, a mi entender, el factor más importante a tener en cuenta en la construcción de percepciones. Más allá de la propia realidad presente que se encuentre el sujeto. De acuerdo a los últimos avances en el campo de la neuropsicología y la neurociencia es aquí, en la expectativa, donde reside la felicidad tal y como la concebimos los seres humanos.
Sharot lo explica con un ejemplo: “¿Es feliz un hombre que, aunque está cenando con su familia y amigos, sabe que al día siguiente ingresará en prisión y estará privado de libertad por muchos años? Muy probablemente no. Sin embargo otro hombre que, estando en su celda después de mucho tiempo encerrado, espera ser liberado al día siguiente será tremendamente feliz.”
Las personas somos felices desde el momento en que deseamos una cosa, incluso al margen de la satisfacción que nos provocará cuando efectivamente lo logremos. Este tiempo de espera es, por tanto, absolutamente condicionante de los marcos de percepción que nos creamos.
Así pues tenemos a las personas optimistas que tienden al éxito, disminuyen su frustración y son más felices. Por otro lado damos por hecho que la expectativa es el gran factor que modifica las percepciones de los seres humanos. Y en tercer lugar, afianzando en realidad lo anterior, situamos la felicidad más en el terreno de la expectativa que en la experiencia.
La felicidad política
Y aquí están algunas de las herramientas de la comunicación política del siglo XXI. La inteligencia emocional es la disciplina más eficiente para aprender a conectar con el electorado. No hablo de la gestión de las emociones en campaña electoral, de inyectar ilusión en el militante con el uso de discursos profundos y agitadores. Tampoco hablo de un escenario grandilocuente. Ni de promesas de medidas populares. Ni siquiera de storytelling u otras técnicas de relato comunicacional.
Hablo de las nuevas formar de entender la relación entre la política y los ciudadanos, electores, votantes. Conectar emocionalmente con la felicidad de estos nos desvelará las estrategias de comunicación que debemos aplicar a un candidato, partido o programa electoral. La gran dificultad para establecer esas conexiones efectivas es el trabajo de microsegmentación; no a todo el mundo le hacen feliz las mismas cosas, por lo tanto, hay que descubrir qué apasiona a determinados grupos sociales o culturales, qué les hace moverse a diversos colectivos. Esto exige desarrollar focus group y encuestas no afectadas por el sesgo ideológico sino buscando múltiples respuestas sencillas a una sola pregunta: “¿qué le hace feliz?”
El famoso Big Data del equipo de Obama supone la primera aproximación efectiva a esta técnica; es posible que fuese aún algo primitivo pero que dio un resultado estupendo. Un equipo de informáticos y sociólogos estudió durante meses antes de la elección, los perfiles de los votantes. Así descubrió, por ejemplo, que un determinado grupo de mujeres de la Costa Este de los Estados Unidos –muy influyentes en sus comunidades- tenía verdadera devoción por George Clooney. Así que la campaña de Obama sorteó –a cambio de donaciones- una cena del presidente y George Clooney con la ganadora. Así conectó con un grupo específico de votantes, empatizó con ellos y estas hicieron de prescriptoras.
Estos estudios demoscópicos deben tener en cuenta, además, el factor optimista: identificar quiénes son optimistas por naturaleza de una manera más evidente, puesellos serán los mejores prescriptores de nuestro mensaje. Identificarlos para trabajar sobre ellos.
Pero, ¿por qué los optimistas son tan importantes en política? He elaborado un cuadro para intentar explicar por qué considero que su actitud debe ser tenida en cuenta por los estrategas:
Los optimistas suelen tener una expectativa alta sobre lo que va a suceder. También sobre los partidos políticos o los candidatos; esperan que sean buenos gobernantes. Dicho esto, su actitud frente al grado de cumplimiento de esos políticos a los que apoyó puede ser de mucha ayuda para la estrategia política: en casi todos los casos presentados, los optimistas serán sujetos activos que actúan de prescriptores para otras personas, recomendando el apoyo. Esto es así porque, aun cuando no se cumpla una alta expectativa, considerarán que han actuado bien, contribuirán a que otros hagan lo mismo y votarán en consecuencia.
Sin embargo, el pesimista, aun habiendo satisfecho sus necesidades y esperanzas, tendrá una satisfacción transitoria a lo sumo. Y, sin embargo, será un lastre a la hora de generar percepciones positivas entre sus conocidos respecto de un candidato.
Por eso es tan importante saber distinguir a los optimistas de los que no los son; saber llegar a ellos; convencerlos y ayudarles a que convenzan a otros. Y las palancas de activación de estos optimistas, volviendo al inicio, son “las cosas que les ofrecen una expectativa de felicidad”. No sólo ir a cenar con George Clooney, sino establecer amplias agendas de trabajo con estos colectivos partiendo de cero, sin apriorismos ideológicos de ningún tipo.
Fuente: Blog de Carlos Ruiz Mateos