Por: Daniel Eskibel
Estás en una fiesta.
Un amigo se te acerca. Viene acompañado de otra persona.
Tu amigo comienza las presentaciones. Lo usual: dice los nombres de los 2, de pronto agrega algún detalle de interés y ya está. El hasta entonces desconocido y tú se saludan.
Tal vez un diálogo breve entre ambos.
Pero algo ocurre antes de empezar a dialogar.
Antes.
Casi desde el principio.
¿Qué es?
Que ya sabes si la persona te agrada o te desagrada.
No importa si acabas de conocerla. No importa si no sabes casi nada de su vida. No importa si careces de explicaciones racionales para tu agrado o desagrado.
No importa.
Pero ya hay algo en tu interior que te dice sí o no. Ya hay una aceptación o un rechazo inicial.
Una décima de segundo.
Ese es el tiempo que le lleva al cerebro formarse una impresión acerca de una cara.
¡Una décima de segundo!
Nada, apenas un golpe de vista, un parpadeo, un instante.
Repite mentalmente conmigo: 1101…1102…1103…1104…1105…Repetir cada número de 4 cifras te insume un segundo. ¿Te das cuenta la fugacidad de la décima parte de eso?
El cerebro humano es una máquina extraordinaria, capaz de las más increíbles hazañas.
Y trabaja a tiempo completo, mucho más de lo que vemos superficialmente. Una gigantesca red de neuronas procesa datos a altísima velocidad, datos que permiten conclusiones que en algunas ocasiones luego se vuelcan al conocimiento consciente.
No creas aquel viejo mito repetido que dice que solo usamos el 10 % de nuestro cerebro. No es así. Usamos mucho mucho más, aunque no seamos plenamente conscientes de ello.
Evaluar rápidamente rostros es una habilidad de singular valor adaptativo.
Solo a modo de ejemplo: ¿te das cuenta la enorme utilidad de captar de un modo fulminantemente rápido la presencia de un rostro amenazante? El cerebro lo hace. Escanea a toda velocidad los datos provenientes de una cara, saca conclusiones y las transmite de un modo fácil de reconocer: me gusta-no me gusta, cerca-lejos, atraer-rechazar…
¡Menudo asunto para el político!
Porque el elector lo ve y saca una conclusión casi instantánea acerca de él.
Amor a primera vista, claro que sí.
Odio a primera vista, también.
Indiferencia. Temor. Confianza. Lo que sea, pero el cerebro del elector escanea su rostro y dictamina de inmediato. Sí o no.
El escaneo puede ser en un contacto personal, o viendo una fotografía o como espectador de un programa televisivo.
Pero es implacable. Una décima de segundo.
Si el político aprueba ese primer y decisivo examen, todo será más fácil después. Puede llegar a decepcionar al elector, eso también pasa, pero el buen comienzo jugará a su favor. Será más difícil llegar a esa decepción, la cual llegará si tiene que llegar pero demandará más tiempo y peores acciones.
Pero si el político no supera el escaneo de su rostro, entonces todo será más complicado para él con ese elector.
Podrá recuperar terreno, que de eso también hay, pero el mal comienzo le va a pesar mucho en su mochila.
Todos hemos conocido casos de candidatos que hagan lo que hagan, igual siguen teniendo la misma aceptación o el mismo rechazo de parte de ciertos electores.
Parece como que sus acciones no influyeran en el juicio que sobre ellos se forman algunos ciudadanos.
Estoy seguro que al leer la frase anterior te vino alguna imagen o algún nombre a la cabeza.
Es así.
Parece que ese político en el cual pensaste (ese mismo) puede hacer cualquier desastre casi impunemente y sin que pierda pie en el electorado.
Parece que ese otro en el cual pensaste (ese tan diferente) puede hacer cosas muy buenas sin que el electorado termine de valorarlo adecuadamente.
En realidad no son inmunes a los hechos, por supuesto. Lo que ocurre es que vienen con ventaja o con desventaja desde el primer instante.
Cualquier manual básico dice que en una campaña electoral hay que reforzar lo positivo y diluir lo negativo.
Ya no es tan básico el cómo reforzar la primera impresión del elector si fue positiva.
Y menos básico aún es cómo diluir esa primera impresión si fue negativa.
Lo que sí queda claro es que el escaneo de agrado-desagrado que el cerebro del elector hace del rostro del político es el convidado de piedra en toda campaña electoral.
Y todo por una décima de segundo…
Fuente: Maquiavelo & Freud