La generación millennials −también llamada Echo Boomers y Generación Y− nació, aproximadamente, entre 1981 y 1995. Son la generación del momento, son quienes, poco a poco, comienzan a ocupar puestos de poder y a tomar las grandes decisiones. Según una proyección de la consultora Deloitte, los millennials, en 2025, representarán el 75 % de la fuerza laboral del mundo.
Son autosuficientes, valoran la autonomía personal y tienen un alto nivel educativo −o por lo menos más alto que el de generaciones anteriores−. Pero, esencialmente, se caracterizan por dominar la tecnología como una prolongación de su propio cuerpo. Son los nativos digitales. Casi todas sus relaciones y actividades están intermediadas por una pantalla: mantienen sus amistades por Facebook o WhatsApp, se informan con Twitter y hasta comparten sus comidas en Instagram. Están conectados 24 horas, los 7 días de la semana.
Sus relaciones básicas están intermediadas por una pantalla, desde el principio. La ruptura del tiempo y del espacio como elementos inevitables para cualquier tipo de relación o experiencia es el pasado. La ubicuidad es la naturaleza del presente, sin coordenadas. Siempre con sus smartphone encima. Multiformato, multipantalla y multicultural, en su ecosistema mental. Sin concesiones. On y off integrados. No ven la diferencia. No la entienden. Tienen otro diccionario: el Urban Dictionary les representa mejor. Los millennials tienen, también, una distinta relación con la política formal: son mucho más críticos, exigentes y volátiles. Según una encuesta de Telefónica, más de la mitad de los jóvenes a nivel mundial no se sienten representados por su gobierno y tan solo el 28 % admite haber participado en los últimos procesos electorales. El nivel de desencanto y desafección, principalmente en Europa y Estados Unidos, es altísimo.
Es la generación políticamente independiente (o indecisa). Pues no cree en los partidos, los considera parte del problema y no de la solución. Tal es así que, en Estados Unidos, la mitad de los millennials no se identifica con ningún partido −aunque si les obligan a elegir, dicen inclinarse por el Partido Demócrata−. El desánimo de los millennials encuentra una válvula de escape en la tecnología social, ya que se muestran optimistas cuando hablan del papel que las nuevas tecnologías pueden llegar a tener en la política. Usan internet para informarse políticamente, para vigilar y monitorizar la actividad de sus representantes, para denunciar, para debatir, para todo. No creen que internet sea una mera herramienta de la política…, sino de la ciudadanía, creen que es el futuro. Presente, para ellos y ellas. Si bien los millennials son críticos, casi inconformistas, quieren participar y decidir, aunque todavía no están verdaderamente seguros del cómo y del para qué. Tal y como dijo alguna vez Jean Cocteau: «La juventud sabe lo que no quiere antes de saber lo que quiere».
Los millennials en Ecuador
En Ecuador, el análisis de la generación millennials toma especial relevancia porque el ecuatoriano medio es justamente un millennial. Es que, según el último censo, la edad promedio en Ecuador es de 28 años, lo que supone que este supuesto e imaginario ecuatoriano medio nació en 1986. En 2010, casi 5 millones de ecuatorianos tenían entre 15 y 34 años, lo que significa que, aproximadamente, uno de cada tres era un millennial. Por lo que estamos, hoy, frente a la mayor generación joven de toda la historia demográfica del país.
Los millennials son, por tanto, actores estratégicos en el desarrollo del país, son su motor. Y, al mismo tiempo, se han convertido en un público primordial para la política, no sólo representan una enorme base de electores, sino también un potencial ejército de militantes y, en especial, de activistas. Para analizar a fondo las actitudes políticas de los millennials y sus repercusiones futuras, es necesario recordar las conclusiones que nos dejó la Primera Encuesta Nacional sobre Jóvenes y Participación Política en Ecuador, desarrollada por Flacso Ecuador hace un par de años. En ella veíamos que mientras el 44,8 % de los jóvenes encuestados manifestaba estar algo o muy interesado en la política, el 55,4 % admitía desinterés. Por otro lado, poco más de la mitad de los encuestados sostenía que la democracia era el mejor sistema político, mientras que el 22,8 % creía preferible un gobierno autoritario en algunas circunstancias. El 70 % pensaba que la democracia no es posible sin partidos políticos, pero, sin embargo, el 74 % afirmaba que no militaría bajo ninguna circunstancia y los partidos políticos eran señalados como la institución menos confiable.
Los datos pueden parecer, a simple vista, algo desalentadores, pero en perspectiva comparada no lo son tanto. En España, por ejemplo, según el último Informe Juventud en España, el interés de los jóvenes por la política formal alcanzó el 40 %, después de estar durante años y años debajo del 30 %. Y el último Latinobarómetro, aunque sin estar concentrado en el sector juvenil, nos mostró que el interés por la política tiene un promedio de 28 % en la región −siendo Venezuela el más interesado y Chile el menos−.
Pero no sólo de falta de cultura política sufrían los jóvenes latinoamericanos. También, según concluyó el estudio Jóvenes Ecuatorianos en Cifras de 2012, el sector juvenil se veía fuertemente afectado por las desigualdades sociales, registrando altos números en desescolarización y desempleo, entre otros males. El Gobierno ecuatoriano, consciente de estas dos realidades −exclusión social y falta de cultura política− desplegó una amplia red de políticas públicas focalizadas para proteger, capacitar e involucrar a los jóvenes en la vida política nacional. Ya la Constitución de Montecristi, en su Artículo 39, promete asegurar y mantener la participación política de los jóvenes: «El Estado garantizará los derechos de las jóvenes y los jóvenes, y promoverá su efectivo ejercicio a través de políticas y programas, instituciones y recursos que aseguren y mantengan de modo permanente su participación e inclusión en todos los ámbitos, en particular en los espacios del poder público».
La Mesa Interministerial de la Juventud, la Agenda de Igualdad para la Juventud, el programa Primer Empleo −reconocido por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo como una de las 20 Buenas Prácticas en Políticas Públicas para la Juventud−, el proyecto Proceso de Articulación de los Jóvenes para su participación Política en Ecuador, el programa Jóvenes Productivos, son algunas de las tantas iniciativas concretas que viene desarrollando la Revolución Ciudadana.
Los millennials, en Ecuador y en el mundo, son un público complejo y difícil de tratar. Pueden mantenerse al margen de la política, apáticos, desencantados, indiferentes. O pueden movilizarse y mostrar sus dientes como hicieron en el Movimiento 15M en España o en Occupy Wall Street en Estados Unidos. De una manera u otra, desinteresados o movilizados, seguirán siendo los protagonistas de la política durante algunos años más.
Los millennials: un desafío y un reto para la política
Esta generación va a establecer una relación muy diferente −también− con la política formal, mucho más contractual, transversal, exigente y volátil, pero decisiva en los próximos procesos electorales. Hay que releer a Henry Jenkins si se quiere comprender lo que sienten, el preludio de lo que piensan, la semilla de lo que quieren.
Primero móvil. Es su opción de referencia. La concepción de la relación con las organizaciones políticas y su participación debe ser digital y móvil. La tecnología ya no es una elección para la ‘nueva política’, sino una obligación para interactuar con los ciudadanos. Se comunican, se organizan y actúan en red a través de sus dispositivos móviles. Son activistas, no militantes. Glocales.
Y quieren decidir. Quieren relacionarse, influir, decidir (e incluso enseñar) sobre los gobernantes. No se conformarán con ser meros receptores pasivos de decisiones, querrán participar de ellas. Se sienten preparados para afrontar retos: regeneración democrática. Ellos pueden y deben ser parte de los ‘nuevos actores’, de la ‘nueva política’. No aceptan ni privilegios, ni tutelas ni dirigismos. Los proyectos políticos tienen que articular nuevas fórmulas −más libres, más coparticipadas− para promover el empoderamiento de esta generación. Se trata no sólo de hacer política para los jóvenes, sino también de hacerla con ellos. Y, nunca, sin ellos.
Fuente: Blog de Antoni Gutiérrez-Rubí